La tormenta que el 23 de agosto cruzó el territorio dominicano de sur a norte, penetrando entre Barahona y Azua, trajo a escena un mar de culpas, muchas de ellas estrambóticas.

Pero ninguna autocrítica de actores clave para la búsqueda de soluciones de fondo. Y eso es lo grave, porque sin reconocimiento de las reales debilidades, no habrá mejoras y se multiplicarán los daños cuando ocurran fenómenos similares. La temporada ciclónica para nuestra región, cada año, comienza el 1 de junio y termina el 30 de noviembre.

Tras cruzar las cordilleras central y septentrional y entrar a aguas abiertas del Atlántico, Franklin ha cobrado fuerza hasta convertirse este lunes 28 de agosto en huracán categoría 4, escala Saffir-Simpson, con vientos sostenidos de poco más de 200 km/h., el mayor en lo que va de 2023.

Las bandas nubosas que dejó detrás han provocado  lluvias en diferentes regiones, incluso en comunidades del Cibao donde ciudadanos habían ironizado porque las esperaban el mismo 23 y entendían que había pasado sin dejar rastros.

En medios nacionales se escuchó un océano de críticas.

Culparon al fenómeno hidrometeorológico de las pérdidas de vidas, daños a infraestructuras y a la agricultura. Lo tipificaron desastre natural.

Culparon a los adolescentes que hacían clavados en los lagos formados en sus barrios porque no reparaban en riesgos de morir en el acto, o sufrir por enfermedades hídricas.

Culparon a conductores de autos y motos porque atravesaban corrientes de cañadas.

Culparon a quienes “gozaban” de chapuzones en afluentes desbocados.

Culparon a familias que clamaban socorro cuando sus casas eran anegadas. Les enrostraban construir en zonas vulnerables.

Esa no es toda la verdad. Mínimo, hay que repartir culpas, y las mayores recaen sobre el Estado, por quedarse en la superficie.

Un ciclón (depresión tropical, tormenta o huracán) no es un desastre natural. El desastre natural lo crea el humano. Tampoco llega por mandato divino, ni por cosas del destino, ni por maldición.

Los adultos, adolescentes y niños que nunca repararon en el peligro de morir ahogados o por impacto de algún objeto, o a causa de una enfermedad infecciosa, desconocen de contaminación de las aguas que corrían por sus calles y callejuelas tras rebozar letrinas y sépticos y arrastrar basurales putrefactos. No pensaron en leptospirosis, E. coli, salmonelosis, amebiasis, sarnas.

Quienes se bañaban en ríos apenas conocen las características de los ciclones y el comportamiento del propio afluente cuando llueve, más arriba, en las fuentes de captación.

Las familias que han construido casitas en antiguos cauces  y en zonas de alta vulnerabilidad quizá conocen los riesgos de morir y perder sus pocos bienes. Pero vivir en orillas es lo único que le deja la exclusión social y la falta de aplicación de normas de uso de suelo y ordenamiento territorial.

El comportamiento irracional de la gente frente a los fenómenos de la naturaleza es el resultado de una carencia de una cultura de prevención.

El paradigma predominante en RD  prioriza los operativos cuando el ciclón se forma y el auxilio de la gente luego de ocurrido.

El ser humano a quien le reclaman cambio es asumido como objeto pasivo que debe obedecer a información diseñada por expertos, “por su bien”. Error. Debe ser protagonista del proceso.

El cambio de actitud esperado debe ser resultado de una toma de conciencia del sujeto.

Y ese cambio se logra a partir de un proceso que contempla flujos continuos de información no sensacionalista en diferentes formatos, por todos los medios posibles y todo el tiempo, desde que el individuo está en la barriga de la madre.

La provisión sistemática de información debe vencer la dureza de valores, creencias y estereotipos de las personas para que, al final, éstas adopten la conducta de  prevención.

Saber que el condón disminuye riesgos de enfermedades de transmisión sexual y embarazos, no implica necesariamente que la persona lo usará, salvo que hombre y mujer hayan interiorizado sus beneficios. No lo usarán mientras, signados por la cultura, entiendan que “es incómodo, no se siente igual y pa’ un gustazo, un trancazo”.

Lo mismo para lidiar con ciclones, terremotos, incendios, deslaves, marejadas e inundaciones.