Su imagen inmaculada nada tienen que ver con el hecho de haber sido la primera dama del país en el periodo 2000-2004, cuando su esposo Hipólito Mejía fue presidente.

Doña Rosa ejemplificaba la bondad, la ternura, la madre ejemplar, la sencillez, la simplicidad, el amor a Dios, la amistad sincera, la piedad sobre los humildes, la unión familiar, la mano amiga en momentos difíciles y la esposa y soporte de un hombre que ha sido todo lo que ha querido ser en su vida. Sin ella, nada hubiera sido igual.

Fue una mujer de carácter y se hacía respetar, pero no necesitaba mucho esfuerzo para eso porque de verla y hablar con ella era suficiente. Uno quedaba rendido a sus pies.

También fue la madre de 4 hijos exitosos y ejemplares. Un gran empresario, un gran productor agrícola como su padre, una alcaldesa del Distrito Nacional con un futuro político brillante y una adorable mujer (o niña como aun la percibo) que es el soporte de un próspero negocio familiar.

Doña Rosa deja este mundo a los 82 años, pero seguirá viviendo entre nosotros. Su legado durará siglos porque sus nietos ya siguen su ejemplo y el de su abuelo, tanto en la política como en los negocios.

La conocí cuando sus hijos apenas tenían pocos años de nacido. A todos los tuve entre mis brazos.

Cuando la visitaba era como un bálsamo de cariño. Irradiaba paz hasta por los poros. Aunque nunca le gustó mucho la política siempre me interrogaba sobre temas económicos y asunto relacionados con su esposo, cuando era Secretario de Agricultura.

En la sala de su casa y sin la presencia de más nadie aprovechaba el momento para hacerme preguntas de todo tipo ¿Cómo tú ves a Hipólito? A veces lo siento preocupado por eso de los cerdos. Le respondía, Doña Rosa bregar con la fiebre porcina es un dolor de cabeza, pero lo estamos haciendo bien y en 6 meses todo estará resuelto.

Lois Malkun, ¿y que piensan hacer ustedes con el país inundado por el ciclón David y la Tormenta Federico? La gente tiene que tener su comida en la mesa todos los días. Le contestaba, vamos a sembrar cada finca y cada patio en toda la isla así que no se preocupe que aquí nadie pasará hambre.

En las campañas políticas me preguntaba de todo. ¿Crees que Hipólito gane las elecciones? Dime la verdad, que aquí no siempre me lo cuentan todo. Y yo le ponía las cosas en blanco y negro. Nunca la pintaba pajaritos en el aire y por eso confiaba mucho en mis juicios.

En las elecciones del 2004 me preguntó un mes antes “yo estoy preocupada porque Leonel Fernández está cogiendo mucha fuerza. Le respondí, doña Rosa, podemos repuntar, pero si ganamos es un milagro. Ella de inmediato entendió el mensaje y bajó la cabeza.

Después de su esposo ser elegido presidente en el 2000 y durante el periodo de transición, nos sentamos con ella y con Hipólito en sus clásicas mecedoras. Le pedí al presidente electo que quería ser nombrado representante del país en el Consejo Directivo del BID en Washington.

Ella de inmediato respondió, “de eso nada, tú no puedes dejar a mi marido solo porque él te necesita a su lado”. Y sus palabras terminaron siendo premonitorias y un preludio de mi destino al lado del presidente.

Jamás estas conversaciones fueron reveladas porque era un secreto compartido.

Aunque fue uno de los periodos más difíciles que presidente alguno haya tenido que enfrentar en la historia del país, Hipólito logró superar la crisis de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 y la peor crisis financiera registrada en el último siglo.

¿Como sobrevivió el gobierno de Hipólito a esas catástrofes cuando varios presidentes tuvieron que abandonar el poder por causas similares?

Con los años comprendí que doña Rosa tuvo que ver en eso. Y es que sus ruegos y su profunda fe en el Dios Todopoderosa tendió un manto de protección a su marido y su familia.

Fue un verdadero milagro que Hipólito Mejía terminara su mandato con la frente en alto y sin colas que pisarle. Y se portó como un hombre responsable y fiel a sus principios como mandatario cuando reconoció la victoria de Leonel antes de terminar el conteo de los votos.

Descanse en paz querida amiga, que siempre la llevaré en mi corazón y lo mismo digo de mi esposa, que lloró toda la noche al enterarse de su fallecimiento.