Fue don Virgilio Díaz Ordóñez (1895-1968) un ilustre intelectual, escritor y diplomático petromacorisano, poseedor de una depurada cultura humanista, llegando a afirmar el ilustre intelectual uruguayo don Enrique Rodríguez Fabregat -a decir de don Julio Jaime Julia- que “era el dominicano más inteligente que él había conocido”.
Una de sus acendradas devociones intelectuales, lo fue, sin duda, el estudio de los clásicos del Siglo de Oro Español, los que recitaba de memoria, y sobre los cuáles llegó a impartir cátedra en la prestigiosa Universidad Norteamericana de Georgetown a partir de Septiembre de 1962, paradójicamente en el momento en que se le comunicaba, por parte de las nuevas autoridades de la más vieja Academia del nuevo mundo, su cesación como catedrático de la misma , de la cual había llegado a ser su Rector Magnífico.
Sus sabias expresiones traslucían su fino humor y gracia natural para ironizar- alta expresión de sabiduría- aún en las más difíciles circunstancias personales. Su anecdotario es abundante
El destacado diplomático dominicano Don Ciro Amaury Dargam Cruz, que le trató muy de cerca- nos refería que era costumbre de Don Virgilio decir que un buen diplomático debía estar preparado para recibir “los cables y el Cable”.
El cable- como lo es hoy el mensaje electrónico – era el medio habitual y más expedito a través el cual recibían los Diplomáticos las instrucciones de sus respectivos gobiernos. Con ello quería significar Don Virgilio que un Diplomático debía esperar – como de ordinario- aquellas comunicaciones que trataban asuntos cotidianos, pero entre las cuáles, desde luego, podía encontrarse la que un día le comunicara que había sido relevado de su designación.
Era, desde luego, el régimen de Trujillo, donde no existía un auténtico régimen de función pública pero vale en todo caso la lección- para ayer, hoy y siempre y para todo servidor público: una designación del Ejecutivo no constituye una heredad particular otorgada a perpetuidad.
Gracias al destacado intelectual mocano Don Julio Jaime Julia en su valiosa obra “Del árbol del olvido” (Imprenta “Daf Hernández”, Santo Domingo, 1973), es posible conocer hoy otras anécdotas que retratan de cuerpo entero su refinada agudeza.
Se inició en la Judicatura en 1928 y ya en 1932 alcanza la Presidencia del Tribunal de Primera Instancia en San Pedro De Macorís. En este año- ya instaurado el régimen de Trujillo- es forzada su renuncia al cargo al negarse a desarrollar actividades políticas partidistas, a pesar de los reclamos de permanencia en el cargo de los hijos más conspicuos de San Pedro De Macorís. Su lacónico comentario al respecto fue el siguiente: “…liquidación final: casi 5 años de trabajo intenso; 3, 000 sentencias rendidas honradamente; 8 meses de sueldos incobrables y una renuncia exigida a nombre de Nuestra Señora La Política, Patrona de la República…”.
En cierta ocasión, el representante de Ecuador ante la OEA Don Gonzalo Escudero, que se distinguía por su vitriólica ojeriza a Don Virgilio, arremetió contra él en una de aquellas famosas sesiones de la OEA a raíz de las sanciones contra el régimen de Trujillo y cubrió a nuestro compatriota de epítetos denigrantes.

Ante aquella sarta de improperios, Don Virgilio se limitó a contestar tan sólo: el Embajador me ha aplicado hoy todos los insultos. Tan solo no me ha dicho feo, porque parece que él esta mañana se estaba afeitando ante el espejo y vio en él retratada su propia imagen.
Contaba Don Manuel Amiama, según Jaime Julia, que en una oportunidad el Jefe del Estado de turno tuvo una reunión con altos funcionarios de su gobierno. Comenzó por decirles que pensaba introducir algunos cambios de importancia y que para ello necesita disponer de los cargos de algunos de ellos.
Al preguntársele a Don Virgilio, quien era entonces Canciller, cuáles eran sus aspiraciones, Díaz Ordoñez contestó impávido: “pues muy simples. Se reducen a ser alcalde pedáneo de alguna sección de Yamasà”. Esa salida lo confirmó en su cargo por un tiempo más.
Cierto funcionario público de años pasados, llevado de una vanidad tonta, imprimió una tarjeta y consignaba en ella todo los cargos desempeñados, anteponiéndoles a cada uno la partícula ex. Al recibir una de esas tarjetas, Don Virgilio agregó: “ex-cremento”.
Imperaba en la época de Trujillo la costumbre de anunciar mediante estridentes toques de sirena de los periódicos las sustituciones de miembros del Gabinete y altos funcionarios, con la concomitante aparición de los nombres de las personas afectadas en los pizarrones de noticias que se colocaban en las puertas y paredes exteriores de los locales de los diarios, para sorpresas de los desprevenidos colaboradores del régimen.
Ante esta práctica, solía expresar Don Virgilio con su habitual sentido del humor: “¡en nuestro país un Ministerio es una angustia entre dos sirenazos”.