Nos sorprendió la cesación irreversible de todas las funciones biológicas que sostenían la tan fructífera vida de don Mario Cáceres. Sus amigos y allegados aún no nos acabamos de reponer de la tristeza. Me imagino el dolor por el que pasan aún doña Ida Perdomo, su consagrada y amada esposa, sus adorados hijos, María Isabel, Ana María, Mario Tadeo y Rosa Pierina, sus nietos y familiares cercanos.
Don Mario hizo de su vida un servicio, un espacio para el amor, la amistad y la entrega, con todas sus fuerzas, a favor de la agricultura, el asociacionismo, la educación, la cultura, el desarrollo, la paz y la vida familiar ejemplar.
Don Mario, como todos lo llamábamos, supo asumir, con desapego, sin estridencias, ni poses, la continuidad de un innegable legado de su abuelo, el presidente Ramón (Mon) Cáceres, quien logró pacificar una gran parte del país, preñado de caciques locales, puso en práctica una nueva política económica, reorganizó el ejército, creó la Guardia Republicana (guardia de Mon) e inició un proceso de construcción de obras de infraestructura física necesarias en el país.
En su memoria y en su lar natal, Estancia Nueva, don Mario creó el Museo Ramón Cáceres, donde estudiantes y visitantes en general han pasado y siguen nutriéndose de la vida y obra de ese preclaro e ilustre presidente mocano Mon Cáceres.
Por sus aportes, don Mario deja huellas indelebles y permanentes en la sociedad mocana, espaillatiana, cibaeña y nacional. Contribuyó a la creación y fue miembro fundador y activo colaborador del Banco Popular Dominicano, de la hoy Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PCMM), de la Asociación para el Desarrollo de la provincia Espaillat (ADEPE), la Asociación de Caficultores Villa Trina y la Cooperativa de Criadores del Cibao, entre otras importantes instituciones que tantos frutos han rendido al desarrollo local, provincial, regional y nacional.
Don Mario era un hombre de sólidos principios y valores, familiares, cristianos, morales, democráticos y ciudadanos, los que practicaba con una gran determinación y firmeza; pero con mansedumbre, templanza y una conducta equilibrada, basada en el respeto por los demás, comportamiento propio de hombres y mujeres como Gandhi, Mandela y la hoy santa Madre Teresa de Calculta.
Don Mario estaba convencido de que para hacer posible el desarrollo nacional sostenible quienes administren la cosa pública deben estar dotados, no solo del conocimiento y compromiso necesarios para el servicio público; sino y sobre todo de la honestidad propia de quienes por procurar el bienestar de la colectividad debían ser ejemplos de integridad.
Su paso por la administración pública sirvió de guía de pulcritud para su generación. Para quienes pudimos tenerlo de cerca y aquellos que bebieron de su sabiduría, de sus luces y auténticas preocupaciones por el devenir del país, sus instituciones y el bienestar de todos, podemos afirmar que la principal cualidad ética de don Mario fue la ejemplaridad.
Y es que, don Mario tenía las aptitudes para servir de ejemplo y lo mejor es que en su vida dio demostraciones sobradas de ello y, por lo tanto, es digno de ser tomado como prototipo por todos lo que le sobrevivimos y las generaciones futuras.
Nos ha dejado materialmente; pero nos quedamos con la memoria y la vida de don Mario, un ciudadano ejemplar, que supo asumir su papel de buen hijo, padre entregado, esposo cariñoso, excelente hermano, amigo de todos y consciente de su deber como hombre nacido en Moca y en este país, al que le entregó, con amor “hasta que le doliera”, todo lo que era y tenía.
Por cuanto hizo, fue y nos deja don Mario, el duelo que nos atribula lo superaremos con la alegría que lega una vida que nos sirve de modelo inspirador de desprendimiento, generosidad y entrega hacia los demás.