-Palabras escritas para las honras fúnebres a Domingo Jiménez el día 6 de agosto del 2022 en la Casa del Pueblo Johny Ventura de la Fuerza del Pueblo (FP)-

El jueves 28 de julio, hace apenas una semana, Ernesto Jiménez, desde su cuenta de Twitter, dio a conocer la infausta noticia de que el corazón físico de Domingo Jiménez había dejado de latir.

El post corrió con prisa, inundando los medios de comunicación y las redes sociales; la consternación nacional marcó el día con tristeza.

Para sus más cercanos familiares, amigos y compañeros, aparecía una sensación de vacío indescriptible; para los no tan cercanos, un aire pesado fastidió el día, porque para los primeros, que presenciamos cómo construyó una vida signada por valores que representan el bienestar colectivo a base de luchas marcadas por obstáculos constantes, desgastantes y a veces crueles que hicieron de él un gladiador como pocos; para los demás fue un ciudadano de ejercicio público ejemplar, de posiciones políticas firmes que nunca entraron en conflicto con las relaciones personales.

Domingo Jiménez, el ciudadano, el militante político, el padre de familia, el amigo, fue el hijo que puso en alto la bandera de las luchas sociales y políticas de un progenitor que militó en un partido identificado con las causas nobles del pueblo dominicano; fue un hombre que desde el movimiento obrero le legó como herencia el compromiso de luchar por las reivindicaciones de los trabajadores y los sectores más vulnerables de la sociedad, lo que asumió como un sacerdocio hasta el día que el tuit de su hijo nos enteró de que su presencia ya no sería física, sino a través de las huellas que dejó.

Domingo Jiménez, el hombre de convicciones, de principios sujetos a la verticalidad de su formación, nunca dudó en entregarse a la encomienda que le asignó el inmenso maestro Juan Bosch en momentos en que la organización política que dirigía necesitaba fortalecer su relación con la clase trabajadora.

Inició su encomienda al lado de grandes figuras del movimiento sindical, entre las cuales estaba el compañero Antonio Florián, muestro secretario general, pero a pesar de su juventud y la distancia que existía entre él y sus experimentados colegas, pudo en poco tiempo colocarse en una dimensión de protagonismo que le mereció el reconocimiento partidario, el reconocimiento de la clase obrera, el reconocimiento de los más desposeídos, e incluso el reconocimiento del empresariado, porque tenía la virtud de defender el derecho de los trabajadores desde la decencia y el entendimiento de una realidad que imponía un diálogo abierto, firme y constante que no obstaculizara el desarrollo de las fuerzas productivas.

Su desempeño en el trabajo sindical no impidió que desarrollara en paralelo una carrera municipal que le convirtió en uno de los regidores más emblemático que hasta ahora ha existido; pues siendo representante del Distrito Nacional fraguó un liderazgo que trascendió las fronteras de su jurisdicción dando la sensación de que era el vocero y representante de todos los regidores del partido a nivel nacional.

Sus posiciones eran duras y firmes; pero racionales, apegadas permanentemente a las necesidades e intereses de los ciudadanos que representaba.

Y como siempre, a pesar de su dureza, contenida en un discurso fluido y florido, nunca lo rebajó al terreno de lo personal, lo que le ganó el respeto y la admiración de sus adversarios.

Domingo Jiménez, como político, asumió responsabilidades en el poder ejecutivo en las que se desempeñó con la eficiencia, honestidad y diafanidad con la que se manejó durante toda su vida, sumando a la estela que dejaría una acrisolada impronta moral de difícil cuestionamiento.

Para él, el principal valor de la lealtad radicaba en que el precio no la podía determinar; por ello, en la familia, en la amistad, en la lucha social y política, en los compromisos y liderazgos asumidos, en las causas abrazadas, esa virtud siempre fue norte, siempre fue guía, sin importar los sacrificios que representara el apego a ella.

Domingo Jiménez fue parte de la construcción de utopías, de sueños que adoptaba con la alegría y el entusiasmo que anidaba en sus esperanzas, y expresaba incluso desde el arte como, cuando de Silvio Rodríguez, como expresión de sus anhelos cantaba sus versos: “Dirán que pasó de moda la locura, dirán que la gente es mala y no merece; más yo partiré soñando travesuras, acaso multiplicar panes y peces”.

Su infancia, como la de tantos niños, que no parecen tener horizonte, estuvo llena de precariedades, de carencias materiales; pero orientada y conducida por Baudilio Jiménez (Chachá) y Josefa Medina (doña Fefa). Esa dureza y orientación constituyeron sus primeros pasos por la vida, que continuaron en una convergencia con el barrio y la escuela, donde comenzaron a aflorar sus inquietudes sociales y políticas, que canalizaría después de la mano del maestro de la política y padre de la democracia dominicana Juan Bosch, fundador de tres formaciones políticas, dos construidas desde su presencia física y otra desde el cuerpo de ideas que dejó como legado a las futuras generaciones.

En la continuación de sus pasos por la vida y de la mano de Juan Bosch, también en una convergencia de compromisos, realidades, tareas, funciones públicas, en las que un carro Lada azul destartalado le acompañó en un recorrido por todo el país en su despegue hacia la notoriedad política, que siguió creciendo a base de tesón hasta convertirse en parte del cuerpo de arquitectos que diseñó y puso en marcha, bajo el liderazgo de Leonel Fernández, la continuación del proyecto boschista llamado a impulsar las transformaciones que necesita la sociedad dominicana.

Querido amigo y compañero, tu vida contenida en un racimo de virtudes, de sacrificios y compromisos, nunca encontró el camino del desvío, en razón de que como siempre sostuviste, citando los versos de la canción de Silvio Rodríguez, “El necio”, repetías: “Yo no sé lo que es el destino, caminando, fui lo que fui. Allá Dios, ¿qué será divino? Yo me muero como viví”.

Por ello, te convertiste en un gladiador de nubes, en un titán de garras siderales que no puede ser retenido por un trozo de tierra fatigada.

¡Hasta siempre amigo!

¡Hasta siempre compañero!

¡Hasta siempre hijo de la patria!