Cuando hablamos del dolor desde una perspectiva psicológica, es importante encontrar el acontecimiento desencadenador de esa experiencia humana. Podemos decir que el dolor es toda sensación molesta y penosa debida a alguna situación que va en contra de nuestro bienestar físico o emocional.

Aunque el dolor nos va a acompañar a través del proceso vital, tendemos a rehuirle. Es muy comprensible esa actitud, porque sufrir por sufrir, “el masoquismo”, es una conducta patológica. Esa tendencia a evitar situaciones de exposición y vulnerabilidad social, y de defendernos a través de la proyección de una imagen de fortaleza, son conductas que han permitido la supervivencia del ser humano en diversos ambientes.

Cuando hablamos de la etapa de la niñez -quisiéramos flexibilizar el término a la edad entre 4 años hasta los 11 años- son múltiples las causas que pueden desencadenar el dolor psicológico en esa etapa de la vida; y queremos referirnos de manera especial al dolor causado por la ausencia del padre.

Al niño que en sus primeros 8 años de vida no se le ha brindado la oportunidad de vivenciar el duelo producido por la ausencia física del padre, ya sea cuando este ha fallecido o cuando es producto de una separación conyugal, es muy probable que manifieste sintomatología de una depresión infantil.

Múltiples estudios y teorías psicológicas han demostrado que, por un inadecuado manejo familiar sobre los mencionados tipos de duelos que puede experimentar un niño ante la ausencia del padre, los mismos, podría sufrir durante su adolescencia y su adultez dificultades que afecten su desarrollo académico, o que tenga problemas en las relaciones sociales con sus iguales, e incluso puede afectar su auto concepto, su autoestima y sus habilidades sociales. Podría perder destrezas para el pensamiento y la argumentación en puntos de vista contrario. En el peor de los casos podría sufrir tendencia a la depresión.

También se puede ver reflejada en problemas de auto control emocional, la demora de la gratificación y la tolerancia a la frustración.

Hemos podido observar otro problema cuando una madre está encargada sola en la crianza de un niño: se corre el riesgo de que la madre vea al niño como un confidente en forma más emocionalmente compleja de la que el niño está preparado para escuchar.

La importancia del rol del padre tanto para el niño, como para la niña es fundamental en el desarrollo psicosexual de ambos, en esa etapa tan importante cuando con el modelamiento, el niño y la niña van identificando sus roles y la identidad sexual.

Como podemos ver, no basta con que una madre sola o soltera diga que va a echar hacia a delante a su hijo, dando a entender que no le faltará nada material ni el afecto de ella como madre, sino  que hay aspectos en la educación familiar en donde la presencia del padre es insustituible, como cuando este sirve de figura de autoridad, para poner reglas, para poner límites, para brindar seguridad en esa etapa del desarrollo. Porque, precisamente, es esa etapa cuando el niño se va preparando hacia la autonomía social y aprende el respeto por las normas sociales y de convivencia en una sociedad que cada vez es demandante de derechos. Continuaremos la semana próxima con este tema.