Como representante del Programa Nacional para la Promoción de la Ética (PROÉTICA), fui invitado por el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT) a ofrecer una conferencia sobre la importancia y el impacto de la formación universitaria orientada en valores. Este tema nos lleva al problema de nuestra relación con el concepto de formación.

Como señala Wilhelm von Humboldt: “…cuando en nuestra lengua decimos «formación» nos referimos…al modo de percibir que procede del conocimiento y del sentimiento de toda la vida espiritual y ética y se derrama armoniosamente sobre la sensibilidad y el carácter”. (Citado en Hans Gadamer, Verdad y método, Ed. Salamanca, p. 39).

Siguiendo a Hegel, Gadamer señala que: “la esencia general de la formación humana es convertirse en un ser espiritual general. El que se abandona a la particularidad es «inculto»; por ejemplo, el que cede a una ira ciega sin consideración ni medida”. (op. cit. p.41). En este sentido, quien carece de formación es incapaz de tomar distancia de sí mismo y afrontar la situación desde la perspectiva general que coloca su propia particularidad en perspectiva.

La formación viene, pues, a darnos una perspectiva no particularista de las cosas, debe apartarnos de la idiotez (“idiota proviene de la raíz griega “idios” que hace referencia a lo privado. En la época de la Grecia clásica un idiota era alguien que solo se preocupaba de sus asuntos particulares y no atendía a la esfera pública).

Si bien, la formación no es exclusiva de los docentes, sin su trabajo en los distintos niveles del sistema educativo (inicial, primaria, secundaria, universitaria) resulta prácticamente inviable la adquisición de los hábitos que forman el carácter siempre perfectible del hombre y la mujer en el espacio público.

Al hablar de la importancia de la formación en valores a nivel universitario no nos referimos tanto a la ética profesional -entendida como el conjunto de principios y valores que fundamentan las distintas prácticas profesionales con el objetivo de que el conocimiento especializado de las mismas sea aplicado en beneficio del bien común- como a la formación ético ciudadana que nos hace reflexionar sobre el conjunto de principios y valores que deben contribuir a la construcción de una ciudadanía democrática.