(A mi adorada amiga, la superestrella de la canción popular Luisa María Güell, allá en Miami).

Diciembre es un poema y un aguinaldo al que muchos han llamado bebiembre. Y esta es noche de diciembre, específicamente la noche del último viernes del año. Y en noches como esta, uno piensa y se hace preguntas que no se sabe si ha de responder el destino o el propio tiempo, siempre silencioso, o si ha de ser la vida misma en su irremediable discurrir.

Pero la vida misma, con todas sus fatales o felices consecuencias es un poema que se torna más intenso, revelador y transparente en noches decembrinas. Sea en el karaoke o en piano bar, en la terraza junto al mar o en el recuerdo de algún lugar de la zona norte de la ciudad, donde en la primera juventud creímos ser felices, la memoria siempre regresa sobre sus propios pasos.

Pues así son las cosas y los negocios de diciembre con el poema, ese villancico con sabor a madrugada y alcohol, olores de pan y de jengibre con música de perico ripiao. El presente es perpetuo, dijo y repitió con elegancia y propiedad el Nobel mexicano Octavio Paz con ecos de La tierra baldía, el texto fundacional de T. S. Eliot de cuya publicación acaba de cumplirse un siglo.

Escribo y sueño siempre en mi estudio personal donde ahora también escucho a mi queridísima Luisa María Güell.  Sobre el escritorio el cáliz emulando el Santo Grial y la botella recién descorchada  que contiene la sangre de Cristo, porque así dispuso Él en aquellas bodas y así dice el oficiante en la sagrada liturgia: Haced esto en conmemoración mía, mientras levanta el cáliz.

El deseo, tan traidor como la memoria, me da esta noche por hablar de Luisa María Güell, la superestrella de la balada, querida y respetada en toda Hispanoamérica y hasta en París y otros países de Europa, porque es la única artista no francesa en recibir la medalla de reconocimiento Edith Piaf, debido a lo bien que la cubano-española lo hace, pues canta como los ángeles y sigue tan bella como Dios la trajo al mundo. No mujer frágil de cerámica ni paloma torcaz, sino ave del paraíso que tendrá que pedir la indulgencia suprema porque fue ella, Luisa María, quien se tragó todos los ruiseñores y por eso canta como solo pueden hacerlo los privilegiados por la gracia divina.

Pues vienen de muy lejos mis querencias con Luisa María Güell, y razones no me faltan: cuando empecé, a mis 15 años, mi carrera como locutor en la antigua Radio Reloj, Emisoras Unidas, la canción del momento era Ya no me vuelvo a enamorar con la que una delicada y preciosa joven, debutando en el escenario internacional, acababa de conquistar un muy importante premio con el mecenazgo de Manuel Alejandro, dios de la composición musical que escribió las canciones que le sirvieron de credenciales al inmenso Raphael, cuya voz todavía también conserva.

En mi primera juventud la editorial Centurión, breve intento editorial y comercial del amigo y periodista Pedro Gil Iturbides, se publicó mi libro Antipoemas, 1975), en el que incluí un texto dedicado a Luisa María Güell, deslumbrado por las sus canciones y su belleza. En octubre del 2019, fui a Miami para estar presente en el concierto con el que la diva festejaba su 50 aniversario en el arte, a casa llena el Miami-Dade Country Auditorium. Como siempre, la reina de la balada impactó con su voz y su belleza, porque en el escenario se crece con todos sus atributos.

Ese concierto, con entradas casi a cien dólares, hechizó a todos los que allí estábamos, entre otros, seguidores de Luisa de diferentes países que volamos hasta la ciudad del sol para disfrutar y ser testigos del memorable potencial de esta diva apasionante. En octubre del 2016 había venido a presentarse en el país después de 20 años de ausencia, y periodistas y público coincidimos en que conserva el mismo registro vocal.

En mi memoria está muy fresco aún todo aquel espectáculo donde Luisa demostró ser la verdadera reina de la noche, vestida de negro, como es habitual en ella, danzando en el escenario, grácil como paloma, donde demostró ser la verdadera reina de la noche.

Por eso, después de celebrar el cumpleaños de mi queridísima amiga levanto mi copa de cabernet sauvignon deseando feliz año 2023, y esperando que Dios le conceda su indulgencia por tragarse todos los ruiseñores de la tierra que cantan cuando ella canta.