A los géneros literarios también les cabe la condición de extravíos y de estudios, en los que se refleja la personalidad de quienes los cultivan.

Al escribirse o hablar de ellos parecería fortuito y pérdida de tiempo relacionarlos con la manera de conducirse cuando dicen lo que son, si es que son; pero vamos a partir de la premisa de que lo son. Está demás decir que escribir cualquier género tiene que ver con la personalidad de quien lo hace. Escribir da clase, se aspira a pertenecer a una clase. Si se piensa lo contrario, pregúnteselo a cualquier escritor dominicano, joven o viejo, que cultiva tal o cual género literario. Una Coca Cola en el desierto en su cabeza es la panacea.

En la República Dominicana ningún escritor escapa a ese incisivo molar dentro de la boca, que forma parte del desarrollo del cuerpo, pero cuando termina doliendo, hay que extirparlo. Y ahí está la diferencia entre unos y otros. El escritor se cree gran cosa (como ente pensante) porque escribe, y casi siempre ignora que es más fácil encontrar lo que piensa en los pies que en la cabeza. Es que él mismo se da su postín, en su pasarela psíquica, de acuerdo al género cultivado.

Entre los géneros, el más vilipendiado es el de la poesía, con la frase: “De poetas y locos todos tenemos un poco”, y el más elitista es el teatro, que ya se sueña… en un país donde nadie va al teatro sino los propios que lo “hacen”. Nada más hay que ver a los jóvenes teatreros en su espacio, y a los consagrados, en sus pasarelas color púrpura dentro de sus cabezas, pues ni los mismos miembros de esa casta se apoyan en sus proyectos, menos un pueblo que está tan lejos de cualquier puesta en escena porque él mismo se ha vuelto un actor consumado, buscando la aceptación del usuario en las redes sociales. Lo mismo pasa, en mayor o menor medida (de cajón), con los otros géneros.

En el caso del que cultiva el ensayo, o lo que él le llama ensayo, nos hace pensar: ¿En verdad se cultiva el ensayo, entendiéndosele como libertad, originalidad y que sean capaces (los que los escriben) de ser, lo que se pondera es, que es tener ideas, aportar ideas, poner a parir ideas, convencer de que…? Si nos detenemos en los escritores dominicanos de la Era de Trujillo, a la hora de escribir sus cabezas estaban bien amuebladas, lo que incluye las lecturas, de ahí provenía el tema y su manejo sin ínfulas de ser, fuera de aquí lo que no son en su lar nativo, contrario a los de nuevo cuyo.

De esa época, esos ensayistas, podían hacer alarde de su prosa bien escrita en cualquier rincón donde se hablase español en América, pero, aunque fue un término perpetuado por Michael Montaigne, no siempre se consigue la libertad que se busca al intentar escribirlo. Después del cuento, es el género que tiene más normas a tomar en cuenta. Sin embargo, ante cualquier burrada se apela, orondamente, a afirmar: “Este es un ensayo magistral” por el autor en cuestión o por un seguidor de su credo y fe.

Del cuento, que tiene como ejercicio aeróbico la inteligencia, que después de escribirse con ciertos logros creativos deviene en un decálogo personal y luego público, si no contiene la ironía y el humor, pueda ser que no sea un cuento “perfecto” que desea el autor. El cuentista, siempre pretende, tiende a la perfección del género, a escribir cuentos insuperables. Busca convertirse ser el propio sicario de sus creaciones y que el lector se convierta su cómplice. Y si el cuento es breve, la salvación es segura. A pesar de que un párrafo, para los ilusos del género, se ha constituido en un cuento y una línea brevísima en un cuento magistral, lo breve, cuando no se tiene un caudal por dentro regulado, es un ahogo inevitable, pero esa línea llamada mini ficción o como se le quiera llamar, es el mejor homenaje para salvar y a la vez condenar el nombre de cuento, no al género.

La novela y la poesía siempre se cuelan como polizontes ilegales, condenados al naufragio, con temporada ciclónica o no, por el que los sueña y los lleva al papel sin saber sus limitaciones. En el caso de la novela, si quien la escribe piensa que va a depender del tamaño, la cantidad de páginas (mientras más disparado es, sueña con doscientas páginas en adelante), habrá que llamar al 911, aunque todavía está en la mente del que la cultiva y del lector sin tiempo de ahora.  Lo que se quisiera es que el lector de novela, por su felicidad, las prefiera extensas para sentir que está leyendo a un novelista. Del autor conocido, lo breve es una genialidad; del desconocido, una novela, corta, se termina diciendo: “No, esto no es una novela”.

Si el que anda buscando realizarse se apega a la cantidad de páginas, diciéndose a sí mismo que es lo que determina o no una novela, está perdido.

A veces, las novelas cortas no las leen ni quienes las compran ni aquellos a quienes se les regalan. Por lo que, si algunos lo hacen medalaganariamente, es un éxito para el autor. Las novelas largas son las ideales para los concursos de instituciones, públicas o privadas, que guían esos sueños. En el fondo no les importa nada de lo que premian, pues no lo divulgan. Lo que les importa es soñar para oírse a sí mismas y no las culpo, los escritores andan también en esos ecos que se extravían en el Mar Caribe.

Con la poesía se es más condescendiente. A los poetas se les tiene pena. Se sabe que, si se les exige más de sesenta páginas, la frase popular: “De poetas y de locos todos tenemos uno poco” fácilmente se hace realidad como un chasquido de dedos del que pide un deseo a un genio de mesas cuadradas. Las instituciones no se atreven a pedir más de sesenta páginas. De exigir más, fácilmente nos quedamos sin poetas para pasar a ser locos, lamentablemente y no de atar. No hay donde atar los que están en las calles, no hay que imaginarse si se les suman los poetas de a verdad. Total, gánese o no un premio de poesía o de cualquier género, a todos, lo que les importa es el dinero constante y sonante. El poeta laureado, con el libro como el bacalao a cuesta, sabe que, aunque lo regale, pocos lo leerán, empezando por su familia, que es donde comienza descrédito.

Estamos arropados de pies a cabeza de lectores de bulto y no de viaje. Lectores que no leen a nadie, entre quienes hay que incluir a la mayoría de quienes dicen cultivar cualquier género. Las redes se los ha tragado por los pies, porque hace mucho que no tienen cabeza, porque el que no hace su tiempo para leer, no es verdad que lo consiga orando al género en cuestión.

Escribir, cual sea el género, exige una metafísica personal en evolución. ´Término complejo de disquisiciones más allá de los cabellos encima de la cabeza, aunque se sea calvo, y ¿qué es metafísica? ¡vaya usted a saber! Digamos colocar en proyección lo escrito más allá y más acá, en la lengua en que se escribe (silencio) y dejar en misterio lo que se piensa pensándolo y hacer (el que escribe) para el que lee, aun sea el mismo autor, una caja de Pandora. En esencia, escribir cualquier género literario es complicadísimo, sin importar lo que se piense de él desde un púlpito sin público como en un soliloquio a lo Don Quijote.