La pieza teatral Justicia, del dramaturgo español Juan Mayorga, me conmocionó desde la primera que la leí en los pasillos de la Biblioteca Municipal Eugenio Trías, en Madrid. En este monólogo dos mujeres botan la comida que sobra en la boda de la hija de un presidente. Comida exquisita, cara. La voz que habla representa a la derecha, que ve en ese derroche una demostración de fuerza y poder de parte de quienes dirigen el mundo, y le reclama a su compañera su ingenuidad, su deseo de justicia, su dolor porque haya gente muriéndose de hambre mientras ellas echan a la basura esos manjares. «Dios es de derechas. El mundo es de derechas. La vida es de derechas», le dice, oronda, a su compañera.
Al escuchar el sermón intitulado «Alerta final», pronunciado por el pastor Ezequiel Molina Rosario el 1 de enero de 2024 en la Concentración Evangélica Nacional La Batalla de la Fe, en el Estadio Olímpico Félix Sánchez, ante de más de sesenta mil personas, he evocado esa frase perentoria: «Dios es de derechas». Al menos lo es de acuerdo con la hermenéutica del pastor Molina.
Este líder religioso me inspira cierto respeto, pese a los desacuerdos que tengo desde hace años con sus posturas políticas, los cuales he manifestado antes para amargura de muchos de mis amigos que le siguen. Pasé cuatro años de mi vida, de mis trece a mis diecisiete, siendo evangélico, bajo una gran influencia de mi difunta abuela materna, la pastora Julia García. Fui predicador. Me invitaron a muchas iglesias. Lastimosamente, no queda rastro fotográfico o videográfico de esa etapa de mi vida. Soñaba ser un Billy Graham, un Charles Spurgeon, un Benny Hinn, un Randy Island, una Kathryn Kulman, un Yiye Ávila. Ezequiel Molina Rosario era una referencia ineludible. Era la voz que todo el país, no solo los evangélicos, escuchaba a las tres de la tarde, a la hora novena: «La hora del mensaje», por Radio VEN. Varias generaciones de dominicanos hemos crecido escuchando sus sermones atronadores, sus recetas de prudencia en asuntos familiares, su humor, su elocuencia, su erudición. Varias generaciones han asistido a la Batalla de la Fe. Este evento es ya un patrimonio de la República Dominicana. Ezequiel Molina Rosario es, quizás, la figura evangélica más destacada y conocida de la historia de la República Dominicana. Exento de escándalos, patriarca de una gran familia, líder perseverante y visionario —La Batalla de la Fe ha celebrado su sexagésima edición—, pionero en los medios de comunicación de tendencia protestante.
Lo que me preocupa es la deriva ultraderechista que ha tomado Molina, especialmente en la última década, con su apoyo explícito, muchas veces desde sus redes sociales, a figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y recientemente a Javier Milei. Atina Dario Sztajnszrajber cuando dice que la religión monopoliza a Dios. Al escuchar a Molina muchos pensarían que si él, un renombrado pastor, apoya a estos líderes retrógrados, los evangélicos o los cristianos en general también deberían favorecer sus ideas y sus políticas. Esto es un error. Las ideas que preconiza Molina, su interpretación del credo cristiano, aunque es de amplio arraigo en la comunidad evangélica, no es ni tiene por qué ser unánime.
Durante la mayor parte de su sermón, el pastor se refirió al escenario apocalíptico, al fin del mundo, que aguarda a la humanidad de acuerdo con la doctrina evangélica. Este no es el momento para yo rebatir axiomas teológicos sobre el devenir de nuestra civilización. Además, toda fe debe estar anclada a un porvenir. Donde estriban el desacierto y a la regresión que representa el discurso de Molina es cuando pretende monopolizar la verdad y conectar los problemas de la contemporaneidad con un abandono del conservadurismo. Apela constantemente a un pasado que fue mejor que el presente —el «cualquiera tiempo pasado fue mejor» de las Coplas de Jorge Manrique—. Simplifica los desafíos postmodernos. Hace un diagnóstico rudimentario del escenario geopolítico. Se refiere a la Agenda 2030 específicamente. Dice que no se pueden erradicar la pobreza y el hambre. Molina no entiende, o no quiere entender, que esta es la época de menor hambre en la historia de la humanidad. Que todo este progreso ha sido posible por la cooperación humana. Y que justamente la vergüenza, la inmoralidad que representa el hambre hoy en día es porque tenemos todas las condiciones para un mundo con íntegra seguridad alimentaria, no porque sea un presupuesto imposible. Culpa a los explotadores del hambre y la pobreza, pero defiende a líderes ultraderechistas que se oponen a cualquier modelo de justicia social. La incoherencia no podría ser mayor.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible sustituyó a los Objetivos del Milenio del año 2000. En ninguno de los dos casos se trata de una utopía, sino de la fijación de compromisos de la comunidad internacional que, por supuesto, hallan escollos. En ningún otro siglo hay tanta cooperación entre los países. El ataque de Molina a la agenda 2030 no es gratuito y es otro signo de su apoyo a la ultraderecha, que fustiga los organismos multilaterales y apela a un nacionalismo rancio, un nacionalismo que no tiene ni una solución para los problemas globales del siglo XXI, como dice Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI. Molina dice que no hay solución para el cambio climático. Invita a la inacción, a la espera conformista de la hecatombe. Condena la aspiración de la igualdad de género citando a la Biblia, que dice que el hombre es cabeza del hogar. Cuesta creer que en el 2024 este sea el discurso que prevalezca en la sociedad dominicana. Molina se queja de los feminicidios, pero no entiende, o no quiere entender, que el machismo existe como estructura sistémica compleja, que hay que educar desde la infancia y la adolescencia para que los hombres entendamos que tener un pene no nos da autoridad sobre las mujeres, que no debemos tener privilegios por nuestro sexo, que las indiscutibles diferencias entre hombres y mujeres no deben ser obstáculo para la igualdad de derechos y oportunidades. Molina cuestiona el aborto, pero ya este debate me parece bien asentado en la opinión pública nacional, y he emitido ampliamente mis opiniones en defensa de las tres causales. Sí aprovecho para reiterar que se puede ser cristiano y apoyar las tres causales. Molina, que incluso ha defendido antes el oxidado liderazgo del obispo Víctor Masalles, un ultraconservador también, está fatalmente equivocado, se ha quedado anquilosado, no es una voz para nuestro tiempo.
Hacia el final de su sermón es más explícita la militancia de derechas de Ezequiel Molina Rosario. Dice textualmente que, en algunos países, «[algunos líderes] en nombre del progresismo de izquierda, destruyen la economía, destruyen la oposición». Aquí el predicador de inquietudes teológicas se ha desvanecido y quien habla es un activista político, uno que muestra una notable inconsistencia teórica, que ignora los cambios de paradigma en el mundo multipolar, que no comprende el avance del neofascismo que vivimos hoy en día, que no reconoce que la República Dominicana necesita, sí, educación sexual para que las niñas tengan otro futuro que el de quedar embarazadas, y educación integral para que los jóvenes dominicanos puedan estar a la altura de este mundo tan competitivo que se desplaza con urgencia hacia el teletrabajo y el predominio de la Inteligencia Artificial. El pastor Molina mira hacia un pasado paradisiaco, imaginario, de valores rígidos, pero al hurgar en la historia, se encuentran millones de cadáveres, en nombre de las guerras religiosas y del fascismo. Me resisto a creer en el Dios de derechas en el que cree Molina.