Para saber lo que ocurre en nuestro territorio, y con una cámara de enfoque histórico, sería bueno tomar algunas fotografías. Las fotos que tenemos hoy sobre las regiones productivas dominicanas no son las mismas que las que tuvimos hace cincuenta, sesenta y cien años. Es muy diferente esta República a la que viera Samuel Hazard en 1873 en su libro Santo Domingo Past and Present with a Glance at Hayti. En otro país, aunque aquí tenemos buenos ejemplos, se toman fotografías y se comparan con otros momentos históricos de esas mismas locaciones. Tal es el caso de la magnífica obra de las historiadoras Carolyn Klepser y Arva Moore Parks McCabe, Miami Then and Now sobre el entorno de Miami, la ciudad mágica.

Repito: en nuestro suelo, tenemos ejemplos de este mismo intento fotográfico. Los resultados son bastante buenos, sobre todo los que recorren nuestros parques nacionales, la Sierra y otras locaciones, entre ellas, las turísticas. Un hermoso clásico de este tipo es el libro, Imágenes del ayer, de Bernardo Vega. Se han realizado notables libros sobre la zona colonial, nuestros monumentos coloniales, como es el caso del libro de Walter Palm, que ya tiene mucho tiempo, entre otros.

Si tomamos la foto, podemos ver a los habitantes de algunos campos que entran a trabajar a los parques industriales de Zona Franca. Estos parques succionan mucha de la mano de obra de estos campesinos que ahora no se pasan el día sembrando en sus predios agrícolas, sino que perviven en una intensa dinámica productiva. Esta consiste en puestos especializados que son espiados –evaluados, sería mejor término– con sistemas de control de calidad establecidos bajo estándares conocidos.

En otros textos, una pregunta que se harían algunos es si nuestros trabajadores de Zona Franca tienen otras ofertas de empleo en sistemas productivos de otras locaciones donde, con el correr de los años, se ha impuesto la siembra bajo métodos modernos. Aquí podemos considerar los sistemas climatizados para producir flores y fresas (ubicados en Arroyo Frío, La Descubierta, y La Cotorra), uvas (Galván, Neiba, Los Ríos), y otros productos para venta local en los supers de la ciudad, así también con las extensas fincas de café, para solo citar un ejemplo.

Vegetales orientales, una tendencia en la producción, se tienen en las localidades de Jima Arriba, Jima Abajo, Ranchito, Sierra Prieta, Junumucú y San Bartolo, por ejemplo. Aquí se produce vainita blanca, verde y surinam, muzú chino e hindú, berenjena china y tai, cundeamor chino e hindú, ajíes picantes largo y corto.

Entre otros aspectos de la vida diaria de nuestros campesinos, un fenómeno interesante consiste en la gente que vive cerca de las carreteras. Así como en las ciudades proliferan en algunos de estos lugares la banca de apuestas, el billar y el club deportivo, imbricados cada uno en su tema existencial. Para entender la dinámica de estas vidas, tema para la antropología, sería interesante entrevistar a estos lugareños, como han hecho muchos de los que han viajado al interior y han tenido contacto con estos habitantes. Sería bueno conocer qué es lo que opinan sobre su status político, económico y vital. Hay que sondear su modo –o sus modos, así en plural– de supervivencia, aunque alguno muy avispado te dirá de manera rápida: “viven de lo que le mandan de los nuevayores”…aquí se oye bachata”.

Por algunas razones que escapan a este artículo, no se ha estudiado a fondo cual es la cantidad del presupuesto familiar que los dominicanos destinan a los juegos de azar, y hay una complicación metodológica al estudiar el fenómeno porque este cae dentro del ámbito de la privacidad: no se quiere revelar la cantidad. Es un segmento de la población que, así como sacan un dinero esencial para el avituallamiento de las despensas y la comida diaria, así también destinan una parte importante para apostar a que tal número sale, o en todo caso, a que tal jugador llevará a su equipo a anotar una determinada cantidad de carreras en el béisbol de las mayores.

Muy crecidos ahora, las ciudades dominicanas tienen un montón de campos que pueden ser vistos en un mapa o en una lista de demarcaciones. El proceso que se ha dado es interesante porque estas crecientes poblaciones hasta servicios bancarios tienen. No es de extrañar que las remesas lleguen a estos pueblos, provenientes de New York en donde hubo, en toda la década de los ochentas, una emigración masiva.

Por esta época, con un claro concepto de planeación estratégica, se nos habla del Censo que iniciará este 10 de noviembre. Es cierto que es útil porque los especialistas tendrán información de cómo ha cambiado el panorama. Algunos intelectuales dijeron en una época muy lejana ya –60 años es bastante–, que los dominicanos no nos reproducíamos como lo hacían los haitianos (esto está en Balaguer, La Isla Al Revés). El autor de este libro, que fue múltiples veces presidente, explicaba que la raza africana se reproducía con mayor ahínco, de manera prolífica (es una de las líneas centrales de su libro en el esquema antropológico). Cualquier ciudadano podría decir que esto es cierto por lo que ve en los hospitales locales.

En ese sentido, el censo es necesario para muchas cosas: por un lado, servirá para saber cuántos somos, pero también para entender cómo emprender políticas públicas que “vayan a salvar a estos pueblos”, campos y parajes. Podemos concluir diciendo, como hipótesis de trabajo, que alrededor de las ciudades se han desarrollado muchos campos y que estos demandan servicios.

Muy común, aunque muchos lo pasen por alto, es un fenómeno interesante: el caso de los campesinos que juntaron unos “cuartitos” y se compraron una motocicleta. El gran fenómeno, que podemos considerar como un parteaguas en la historia económica dominicana de los últimos cien años, se dio tan temprano como 1975 –establezcámoslo en esa fecha–, cuando estos habitantes, sin mucho papeleo y con la fe de aprender a manejarlas, decidieron comprar una máquina de dos ruedas para ir a las ciudades y cabeceras de provincia. Puede decirse, sin temor a equivocación, que estos motores podían transportarlos desde sus campos a otros campos, desde locaciones distantes al municipio hasta otras locaciones. En otros textos, he dicho cuáles son las marcas de estas motocicletas: el fenómeno no es solo dominicano. En la hora de la partida de los trabajos el movimiento de estos motores es evidente. En algunas ciudades, el observador normal, puede hablarnos de un enorme caos.

En la vida democrática de las últimas décadas, tenemos que decirlo claro: los campesinos dominicanos no han estado alejados de los cambios políticos que se han dado en el país. Diríamos que es una clase, la clase campesina, que no ha estado alejada de la lucha política. Para citar un ejemplo que viene a significar una estampa: el anuncio de la campaña electoral de Balaguer con el personaje de Don Chencho: “Don Chencho cómo va eso? Aquí rompiendo tocones y esperando las elecciones”. Podemos decir sin temor a equivocación que todos estos campos dominicanos están insertos en la vida nacional a través de la televisión y la radio, medios que los ayudan a entender lo que pasa en la gran capital, Santo Domingo, así como en los vaivenes ideológicos del establishment político. Hay datos electorales a los que puedes acceder a través de una investigación sobre estos grupos poblacionales.

No solo por este censo, sino por el enfoque político, es notorio lo que dicen algunos sobre las necesidades de las poblaciones del interior. Se demandan caminos, carreteras, puentes, servicios y recursos, aunque también es cierto que en los últimos 40 años, y también en la Era de Trujillo, el país fue dotado de un sistema de carreteras que algunos han cronometrado ya.

Como muchos han visto en sus viajes al interior, estos campesinos salen de sus campos hacia la ciudad, donde llevan a sus hijitos a alguna escuela. En los límites de las carreteras, los niños que hemos visto caminando hacia sus escuelas desde estos campos, son una de las demostraciones del esfuerzo del alma dominicana (como hubiera dicho Federico García Godoy en su libro). Nos referimos a largas filas de niños que todos los días, con uniformes conocidos, van en fila a sus escuelas de manera religiosa. Los padres saben que en el estudio hay una fuente de evolución que a la larga, significará una mejoría para el niño en su proceso formativo.

Más adelante, en otras fotos que podemos tomar en uno de nuestros viajes, será notorio que en algunas esquinas de las ciudades, merodeen un grupo de motoconchistas que pueden decir el origen de sus motores: algunos, no todos, dejaron el predio y el machete para irse a las esquinas de las ciudades para transportar a los transeúntes.

Dejaron el burro y se convirtieron en parte de la fauna urbana en un proceso que no ha sido estudiado a profundidad por nuestros sociólogos e historiadores. El tránsito del hombre de trabajo con el hacha, el machete y la coa hasta llegar al motoconcho debe dar pie a una investigación. Es cierto que puede darse el caso: ciudadanos de las partes periféricas de la ciudad, que decidieron invertir en una motocicleta que se movería entre calles, callejones y esquinas, volando literalmente a ras de suelo.