La meta que todos tenemos es lograr nuestro bienestar y ser felices, pero, aunque todos queremos lo mismo, esperamos lograrlo de maneras diferentes. Un joven puede creer que si logra una profesión o un negocio exitoso será plenamente feliz. Un adicto podría creer que tener una fuente inagotable de aquello que le ata sería un sueño maravilloso. En fin, cada cual puede tener creencias diferentes de lo que entiende que le daría su vida ideal.

El placer hace alusión a una experiencia breve, temporal, momentánea, en la que disfrutamos, degustamos o nos satisface algo. Las emociones que experimentamos en nuestra mente tienen representaciones químicas simultáneas en nuestro cerebro, de tal forma que el placer se acompaña de un aumento de algún determinado neurotransmisor (ya sea porque aumenta su liberación, retrasa su eliminación o por competir imitándolo). A manera de ejemplo, la cocaína retrasa la eliminación de la Dopamina en las sinapsis de las neuronas cerebrales, por lo que produce una sensación de mucho placer de una forma relativamente artificial.

En las adicciones, que pueden ser a: tabaco, alcohol, drogas, sexo, juegos de azar, videojuegos, al trabajo, etc., lo que logramos es estimular los centros o circuitos cerebrales del placer o recompensa, entre estos podemos señalar: el núcleo accumbens, el hipocampo, la corteza prefrontal y la amígdala cerebral. A los animales de experimentación cuando se les da el poder de provocarse placer presionando un botón, son capaces de renunciar a las actividades necesarias para su subsistencia. De igual forma sabemos que alguien esclavizado por una adicción, no solamente se le dificulta desarrollarse como persona, sino que es capaz de asumir conductas no convenientes por la necesidad imperiosa de obtener lo que le produce placer inmediato.

Somos afectados tanto por la ausencia como por el exceso de estímulos placenteros y la excitación de nuestras neuronas requiere un tiempo de reposo para poder seguir presentando respuestas a algún estímulo. Escuché decir a alguien que cuando pensaba en el Cielo, se imaginaba que debía ser algo así como un orgasmo constante. No sé cómo podría ser un cuerpo celestial, pero el cuerpo físico que ahora tenemos no es capaz de resistir una estimulación sin pausas. Nuestras células experimentan descargas electroquímicas (potenciales de acción) y necesitan recargarse, para repetir la experiencia, debe haber alternancia entre estímulo y reposo. Para que una vida sea placentera tiene que mantenerse el equilibrio en todos sus aspectos. Lo agradable, en exceso, es desagradable.

Se requiere cierta fortaleza de carácter y personalidad, para resistir a la tentación de mantenerse constantemente estimulado. Por ejemplo, en la obesidad mórbida, el placer de comer se torna irresistible. Un acosador sexual no es capaz de reprimirse incluso sabiendo que pudiera tener serios problemas con la justicia. Y un alcohólico que necesita desesperadamente el primer trago, no puede detenerse, aunque sepa que los demás tragos pueden destruirlo.

Indudablemente nos encanta el placer y nos resulta sumamente agradable experimentarlo, entonces ¿por qué no nos dedicamos constantemente a disfrutarlo? Podríamos estimular nuestros genitales en todo momento con nuestras manos, nuestras parejas, con cualquiera persona de nuestro sexo o no, de cualquier edad, incluso con parientes cercanos o con animales. ¿Por qué no lo hacemos? Porque somos humanos y tenemos valores favorables para nuestra especie, que hemos desarrollado evolutivamente, en forma de conductas adaptativas que nos permiten vivir y disfrutar la vida, de la forma más saludable y provechosa posible, y cuando así lo hacemos, podemos ser felices.

Así vemos que el placer nos produce más dopamina, que es transitoria, nos satisface temporalmente, pero nos mantiene buscando constantemente repetir la sensación. La felicidad en cambio es una experiencia más duradera, se relaciona con el neurotransmisor serotonina, no nos crea adiciones y nos da una sensación de profunda satisfacción, así como sentimientos de realización existencial. De hecho, elevar los niveles de serotonina es de las principales funciones de los antidepresivos.

Progresar supone perseverar en metas no siempre inmediatas, sacrificando placeres inmediatos, en busca de una vida plena, dicho químicamente requiere renuncias múltiples a la dopamina en favor de la serotonina. El universitario que no logra hacer este proceso muy difícilmente terminará su carrera, ni el empresario podría desarrollar su negocio, ni el atleta alcanzar su meta.

En la era en que estamos viviendo, el hedonismo a ultranza es la norma. Gozar como sea, donde sea y cuando sea, mientras más fácil y rápido sea el placer, mejor. Nuestras pantallas digitales son ricas fuentes de dopamina y nos suministran ininterrumpidas dosis de placer, por lo que cada vez tenemos menos motivación para desarrollar nuestros proyectos de vida. Los animales cuando están en celo podrían descuidar su alimentación y seguridad, el hombre cuando alcanza niveles superiores de consciencia puede ser capaz de mayor resistencia frente a impulsos primarios, pero esos altos niveles de consciencia parecen estar en decadencia.

A mayor vacío interior, mayor búsqueda de placer tienes y los que necesitan manejarte lo saben bien.