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La gordura es mi sombra. Desde que tengo uso de razón, me ha encantado la comida, la jartura, el dispendio mesero, eso que luego descubrí en Lezama Lima y que mis amigos llamaban “cena lezamiana”, léase, comer y comer con algo de mandarina de por medio, para poder seguir comiendo. ¡Oh divino sancocho de Gabina! ¡Oh ensaladas donde Chiqui! ¡Oh, adorado Tony, tú con tus ojazos de lujuria tras el goteo de un bife argentino! Lo único que me fastidiaba de mi gordura era la imposibilidad de ser estrella de basket en el patio de mi Liceo, el Estados Unidos. ¿Cómo ganar el reto de los 21 puntos si ya a la tercera bola que cogía estaba más sofocado que un perro callejero?
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En las aulas por donde pasé, los gorditos preferían sentarse en la última fila. Cuando fui a Rostock a dar una clase sobre el movimiento obrero latinoamericano en 1986 a una escuela secundaria, ¡los gorditos estaban sentados en la última fila! ¿Será una ley de la termodinámica universal o un principio divino o un uso que ni el genio de Levi-Strauss pudo determinar? ¡Adorados gorditos, sigan sentándose al fondo!
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En el “Buscón” de Francisco de Quevedo, leemos al final de una disputa: “En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo”. La gordura como inocencia, porque al parecer los gordos insisten en quedarse como niños, a la masa, como puros egoístas, jartándose, como un barco sin deriva.
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“Taberna y otros lugares”, poemario de Roque Dalton, fue toda una revelación. Las imágenes a flor de piel, la posibilidad de ir a la misma “Taberna” en Praga y sospechar por esa cruda madera de mesas y sillas toda la cerveza y la locura y los paisajes chocando en la cabeza de tantos y tantos. En uno de sus versos Roque nos recuerda:
Un solo llanto entre gordos.
Luego, en otro poeta, “Soñar la mesa”, nos advierte:
Ay Sardanápalos irremediables:
quiero hundirme en el más negro infierno a causa de la gula
quiero morir del corazón gordo y rosado
aterrorizar a los doctores con mis intemperancias frente al menú.
Los gordos como seres varados, “ingrávidos” y no “tan gentiles”, como barcos a punto de hundirse. La gordura nos transmite la idea de pasividad cuando no de egoísmo, porque al parecer la vida dependerá de los accesos meseros. Pero también la torta se vira como Supermán a punto de perderse: frente a todas esas sirenas de resignación, también estarán los gordos como seres gozantes, blandiendo el muslo de pavo en la mano como Odín su martillo, ¡grandioso!
¡Oh gordos con sus ojitos tan chiquitos y sólo pendientes de las burbujitas de puro cariño en la fabada asturiana!
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Paso de hablar de las gordas y gorditas de Botero. ¡Basta! Pero tal vez sería interesantes perlas las gordas de Teté Marella.
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La escena de “El sentido de la vida” que a todos nos marcaba en el Cine Colonial era el momento en que al gordo le ofrecían una fresa o una uva, no recuerdo, para completar el menú, y el gordo explotaba a lo lindo, mostrando un esqueleto reluciente, como de elefante. ¡Oh, gordo lujurioso, que la peste bubónica te acompañe! (Ay, perdón, esta última frase la tomé prestada de Klaus Kinski en su versión de Nosferatu).
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En su libro de ensayos “Defensa de lo usado” (1938), Salvador Novo escribió un texto memorable: “Los mexicanos las prefieren gordas”. Léanlo. ¡Sin desperdicio!
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A Kate Winslet, la mismísima musa que al parecer siempre se debería quedar clavada junto al hermosote de… (no recuerdo) en “Titanic”, le pidieron hace poco que cambiara de posición en una toma de su nueva película “Lee” para que no se le viera la barriga. A veces un cacho de tu barriga te puede conducir al desastre. Es como la calvicie actual de John Travolta, o la pérdida de todos los músculos de Arnold Schwarzenegger. Pero también hay valientes como nuestro querido Pablo, y que sí, que “el tiempo pasa, nos vamos poniendo….” La Kate, conocida por su sinceridad, se molestó con el director de set. Su respuesta: “"¿Crees que no soy consciente de que se ve? Simplemente dije: 'Estoy bien'", comentó. ¡Bien por la Kate! Si te quedas toda la vida al lado de DiCaprio (ahora me recordé su nombre), querrá decir que serás un cadáver, una postalita. ¿Por qué el pánico ante esas libritas de más¡ ¡Tan ñoñis que ven! ¿Verdad?
9
En las reflexiones sobre los principios de la corporalidad en la literatura dominicana, ensayo que seguramente nunca acabaremos de escribir, extraje algunas visiones sobre la gordura.
El primero en tratar “la gordura” como mal fue José Núñez de Cáceres, en su fábula “El camello y el dromedario”:
Este mismo propietario
mantenía, un dromedario
que en los casos de presteza
por su extraña ligereza
solamente era empleado
y así y gordo y descansado
en vida canonical
era severo fiscal
de la falta más pequeña
porque la experiencia enseña
que siempre la ociosidad
fue origen de la maldad.
En el siglo XIX los hábitos alimenticios fueron metáforas para pensar la dominicanidad. Desde Pedro Francisco Bonó hasta Jimmy Hungría, al parecer todo se resuelve con aquello de “dime lo que comes y te diré quieres”. En su novela “El Montero”, Bonó asume un principio de proporcionalidad entre gordura y bondad:
-Bueno y gordo -respondió Manuel-, hete ahí un hombre a quien aprovecha lo que come.
Juan Bosch le concede un carácter cuasi patriarcal a los irresponsables de la comida y se dejan ampliar el estómago. Los gordos son positivos para el autor vegano: nos tranquilizan. En sus “Cuentos de navidad”:
“José levantó la cabeza y dejó de atender a su hoguera. La figura de don Nicolás le causó verdadera sorpresa. ¿De dónde llegaba ese viejo gordo y bonachón? Jamás había visto él a nadie que vistiera así ni que tuviera ese aspecto, ese cutis tan rojizo, esos ojos tan azules, esas cejas tan largas y tan blancas. El rostro del recién llegado tenía un aire fuera de lo común. Por lo demás, hablaba con voz pausada y alegre.”
Igualmente Manuel del Cabral traslada esta visión de la gordura a su crítica al Imperio. En su “Oda a Colá”, subraya la gordura de los perros newyorkinos dentro de su cuestionamientos de los lujos primermundistas:
¿Cómo puedo yo ahora ponerme a hablar
de los perros de Nueva York, los lujosos ladridos
que están tan bien cuidados,
que están tan prohibidos, tan gordos,
tan mimosos, tan ciudadanos,
casi aspirando al censo de la Quinta Avenida?
Una deriva que nos señala Tulio M. Cestero en “La sangre” nos conduce a la idea de que todos tendremos algo “gordo” en el cuerpo, como una zona posible de peligro: un dedo del pie:
El compadre Juan, indeciso, la cabeza baja, escupe y se rasca el dedo gordo del pie.
La de Aída Cartagena Portalatín en “Escalera para Electra” es bien negativa. Dos ejemplos:
“Bajo el dintel de la puerta principal de la iglesia del pueblo, el curote gordo, feo y santo, saludó al muerto (cap. 12).
“Había sorprendido hasta al mismo Hilario con Antera, la gordota que lavaba las tripas en el cruce de los dos caminos” (cap. 26).
En una novela olvidada, de Bonaparte Gautreaux Piñeyro, “El viaje de Don Enrique” (1992):
“-Me lo mandé hacer a la medida porque después es muy incómodo que el día que uno se muera no hallen una caja que le acomode a su cuerpo, porque unos somos gordos y otros somos largos y entonces es una calamidad para Juan Julio Nolasco tener que hacer un ataúd en un ratico y nunca queda igual…”
El genio de Rita Indiana estará pendiente de una arqueología de la vida cotidiana y sus crudas relaciones de poder. En su poema “Testimonio” nos retrotraemos a la figura de Freddy Beras Goico y su programa “Gordo de la Semana”, una especie de rally por la porno miseria que durante décadas fue el fin de semana obligatorio para los buenos y malos dominicanos. Freddy fue el clímax de la gordura como cama, consuelo, camino hacia la bondad, el coraje, la bondad, y todos esos frutos bíblicos que mejor y mátense ustedes con el libro de Gálatas, donde tan bien se explica. Explicado este contexto, vayamos al poema:
la profecía anunció que yo
vendría a combatir la carcoma
de gordos semanales y lápidas como soles
que derrumban las cabezas de
la gente
como frutas
golpeadas por un martillo.
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Estamos superando el concepto de gordura como “otredad”, al gordo en alguna esquina, las masas como síntomas de sólo problemas. Ciertamente que la gordura no será un estado saludable, pero tampoco tendrá que ser visto como una cuestión clínica. Con Rubens las gorditas eran lo hermoso, y ahora, americanizados, asumidos que la belleza sólo tendrá los ajustados centímetros de las que no pueden darse su buena grasita. A mí durante años algún que otro imbécil me importunaba afirmando “que qué bien me aprovechaban las salchichas alemanas”. [Por cierto, que en alemán hay un refrán que me encanta: “todo tiene un final, menos las salchichas, que tienen dos”. ¡Amantes de las salchichas, gordos de todo el mundo: tengan siempre dos finales!]