Perdonen lo procaz del título, pero no se me ocurre otro más exacto para denominar este corto escrito. La semana pasada fui por asuntos de trabajo con un colega a una ciudad del interior como decimos por aquí, sobre todo a las que no son costeras.

El viaje perfecto, sin ningún problema. La paradita en el camino y el desayuno de carretera, todo bien, llegamos a nuestro destino y nos estacionamos en un espacio público, permitido y gratuito de la plaza principal. Al bajarnos no había nadie a nuestro alrededor.

Hicimos nuestras diligencias correspondientes y al volver el parabrisas del carro tenía esos cartones mugrientos que los llamados ¨parqueadores¨ ponen a manera de truco-coacción para recibir una propina, y al montarnos para regresar apareció ¨diunavé¨ y como por arte de magia, el amo, el dueño, el propietario, el poseedor, el finquero, el terrateniente, del espacio del parqueo exigiendo dinero por su ¨trabajo¨.

En ese momento solo tenía un menudo de diez pesos y se lo di ¡Ay papá! El hombre se sintió ofendido y comenzó a gritar una retahíla de reproches, qué si esto, qué si aquello, qué si lo otro… qué solo recibió ¡diez pesos de mierda! Así la cosa, le contesté que si no los quería que me los devolviera y el ofendido señor en un acto de dignidad indigna me los retornó y continuó vociferando aún más sus improperios.

Esos diez pesos se los di después a una pobre viejita que sí los agradeció. Uno se pregunta qué está sucediendo en el patio; sabemos que diez pesos no son mucho y si me apuran, nada, pero también por no hacer nada diez pesos, son mucho.

Ese señor, un posible ¨padre de familia¨ cómo hay tantos, vivos, oportunistas y haraganes que prefieren ¨buscárselas¨ de la manera más fácil se creen sabelotódos y dioses del tigueraje criollo.

Echando cuentas vemos que si al día recibe cincuenta propinas promedio, muy posible puesto que esa plaza tiene una gran cantidad de tránsito, a un promedio de 25 pesos pueden ganar unos 1.250 pesos diarios, por veintiséis al mes son unos 30.000 pesos por poner y quitar dos pedazos de cartón y decir eso de ¡dele! ¡dele! todo bien.

Mucho más que pegando ladrillos en los andamios, recogiendo lechugas o estando ocho o diez horas de pie al día atendiendo clientes. Por cierto, si cada uno de ustedes me manda diez pesos con gusto se los aceptaré ¡Aunque sean de mierda!