Tomé unas vacaciones para no salir de casa. Me quedé una semana en la habitación propia. Luego de dar algunas vueltas por sus distintas áreas, Sophie y la Filo descansan sus lomos a mis pies.
El vapor caliente de junio las pone a beber mucha agua y a girar en contra del sol de habitación en habitación para encontrar la sección del apartamento con el piso más fresco.
Escapan de la estela del polvo del Sahara, y yo, en lo posible, de las distracciones. Prendo el aire acondicionado de este cuarto y con esa opción, ellas cesan su migración por nuestros interiores.
Al verlas dormirse tan pronto cuando la habitación se refresca, recordé la canción Té en el Sahara, que cuenta sobre unas hermanas que piden un deseo a un viajero. Es una balada densa, como un sopor. Un transeúnte bajo el sol ardiente es detenido por unas hermanas en su trayecto por las dunas y ellas le piden un deseo.
Viendo a las dos hermanas de cuatro patas relajadas en mi habitación propia les concedo el suyo, dejarlas dormir sus cinco siestas diurnas a mi lado bien fresquitas solo por la presente semana.
Contrario a la instrucción de Virginia Wolf, esta habitación propia deja el cerrojo abierto. La escritora reclama que la habitación se mantenga encerrada. Dejo la mía con la puerta entreabierta por tantos motivos y uno inmediato, para permitir a las hermanas Filo-Sofía ir a sus platos en el área de lavado a comer, beber y a su tercera diligencia.
Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien escribió Virginia Wolf en el ensayo de referencia escrito en 1929. Mis perritas reposan cerca de mí, junto con el manifiesto feminista de la autora británica. En su fiel compañía preparo algunos escritos.
En el curso de los ejercicios creativos por los que tomé un asueto de asuntos legales leía Las Indómitas (2013), de Elena Poniatowska. La periodista visitó semanalmente a Josefina Bórquez, una lavandera que conoció en 1964, en condiciones de extrema pobreza, cuando vivía en la colonia Morazán y de Ferrocarril-Cintura del entonces Distrito Federal de México.
La señora que corría con el siglo, había sido una soldadera de la Revolución Mexicana e inspiró a la escritora mexicana a crear el personaje Jesusa Palancares, protagonista de su novela Hasta no verte Jesús mío (1983).
En Las Indómitas, Poniatowska recuerda el lenguaje de aquella la briosa señora:
Algunas de sus palabras tuve que buscarlas en el diccionario de mexicanismos, otras se remontan al español más antiguo. Era bonito que me ordenara: “Usted, recapacite, ¿por qué no recapacita?” ¡Qué verbo tan padre! Recapacitar…
El verbo recapacitar es de amplio uso en nuestro país. Tan popular como la letra de un merengue, Ay, Ay Wilfrido, Ay recapacita, hazle una cita a tu chiquita, que es la cosita más bonita… La Real Academia de la Lengua (RAE) dice que es volver a considerar algo con detenimiento.
No sabría si el presidente de la RAE, Santiago Muñoz Machado, se encuentra ese verbo padre como Poniatowska. Lo que sabemos, porque recién lo ha recordado, es que La RAE no hace políticas legislativas, sino que simplemente explica cómo hablan la mayoría de los hablantes y recoge las normas.
En estos días saharianos, mientras roncan a plena luz del día mis animalitos domésticos, he pensado en el viaje errante de las palabras y en el hecho de que nuestra vida sedentaria nos da la ilusión de una quietud, de una seguridad de la que no disponemos por mucho tiempo. Nuestras posesiones son pasajeras, las palabras no nos pertenecen, los estadios de la vida no dejan de moverse y nosotros solo somos visitados por las palabras en su largo discurrir migratorio.
El vocablo que sorprendió a Poniatowska anda en un largo viaje nómada. Ha cruzado desde la Antigua Roma en barco a América. Reaparece en boca de la soldadera mexicana marginada en el ocaso de su vida, ha sido cantada por beduinos antillanos y llega hasta mi habitación propia en el momento de la excursión veraniega o solsticio, en boca de Josefina (Jesusa) una mujer de coraje, no alcanzada por las conquistas feministas de los años setenta, cuando ella escuchaba las noticias por la radio de un mundo contra el que se enclaustró para resguardar su dicha.
Poniatowska —Me dijo que era triste la vida que había llevado y que…
Josefina o Jesusa —¡Ah! la vida. Pero yo no… La vida sí… La vida es pesada, pero yo triste ¡no!
Seguiré salvando una semana en cada mitad del trayecto anual, para una velada de té, aire acondicionado con hálito de perritas fieles y la apariencia sedentaria de las ideas en la habitación propia. Un contrato de tácita reconducción como el firmado por las hermanas y el viajero por el Sahara. Para no dejarlo suscrito en letras sobre la arena, lo suscribo aquí y evito el olvido.
En su habitación propia, Wolf se hacía acompañar de Plato y Safo, sus dos gatitos. Jesusa llevaba hasta su cama como muñecas a sus gallinas, cuenta Poniatowska. Filo y Sophie no podrían servirme el té, pero vienen con huesos y tapas plásticas como ofrenda.
La novela Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska, sobre la historia de oaxaqueña analfabeta, se encuentra de manera gratuita disponible en la red de Internet. Jesusa es uno de los más interesantes personajes novelescos de Latinoamérica que he leído.
Desde su habitación propia en una choza humilde, cuya única visitante era la escritora y periodista, su forma de expresarse y pensar, así como la defensa de sus ratos de soledad, me llegan junto al vapor de estos días saharianos, como esperanza indómita contra la infamia salida de una corte de justicia en la semana de mis vacaciones.