Lo peor es que apenas diez días después de la expulsión, después de haber perdido sus propiedades, su vida de lujo, comodidades y despreocupaciones, Eva lo acusó descaradamente de ser el motivo del desastre.
«Dice, con aparente sinceridad y verdad, que la serpiente le aseguró que la fruta prohibida no eran las manzanas, sino las castañas. Yo le he dicho que, en tal caso, yo sería inocente, porque no he probado ni una de ellas».
Eva entonces le dice «que la serpiente le había afirmado que castaña era un vocablo figurado, entendiéndose por el mismo cualquier chiste manido y mohoso». Más bien una ocurrencia.
Adán se puso pálido y tuvo que reconocer que el culpable entonces era él:
«La cosa ocurrió de este modo: iba yo pensando en las Cataratas, y me dije: “¡Qué estupendo resulta el ver cómo se precipita desde la altura aquella enorme masa de agua!” Y de pronto cruzó por mi cerebro como relámpago un brillante pensamiento, y lo dejé volar, diciendo: “¡Sería mucho más estupendo el ver cómo se precipita hacia arriba!”, y ya iba a reventar de risa, cuando todos los seres vivientes se lanzaron a pelear y a matarse y yo tuve que buscar la salvación en la fuga». El culpable era Adán…
El caso es que durante un año no hubo mayores novedades hasta que Eva se apareció con un extraño animalito que dijo haber atrapado en el monte y le pusieron por nombre Caín:
«Se parece a nosotros en algunos aspectos, y es posible que exista algún parentesco. La diferencia de tamaño avala la deducción de que es diferente, y un nuevo tipo de animal, quizá un pez, aunque cuando lo metí en el agua para comprobarlo se hundió, y ella se lanzó al agua y lo sacó antes de que el experimento hubiera podido aclarar la cuestión».
Adán seguiría pensando que Caín era un pez y le resultaba inexplicable la forma en que Eva se encariñó con él y el cambio que se produjo en ella:
«Su mente está trastornada, y todo viene a demostrar que es así. A veces coge en brazos al pez durante media noche cuando éste se pone a quejarse, deseoso de ir al agua. En tales ocasiones le brota agua de los orificios de la cara por los que mira, ella le da unas palmaditas en el lomo y emite por su boca unos suaves sonidos con el propósito de calmarlo, dando muestras de pena y solicitud de mil maneras. Nunca la he visto hacer eso con ningún otro pez, cosa que me preocupa enormemente».
Meses después, cuando la criatura empieza a gatear, Adán se dará cuenta de que no es un pez, sino una especie de canguro:
«La perplejidad va en aumento en vez de disminuir. Duerme, pero poco. Ha dejado de estar ya tumbado y ahora anda a cuatro patas. Sin embargo, difiere de los demás animales cuadrúpedos en que sus patas delanteras son extraordinariamente cortas, y por consiguiente la parte principal de su persona sobresale hasta una altura incómoda, y no resulta atractivo. Su constitución se asemeja enormemente a la nuestra, pero su modo de desplazarse muestra que no es de nuestra raza. Sus patas delanteras demasiado cortas y las traseras demasiado largas indican que pertenece a la familia de los canguros, aunque a una variante notable de la especie, puesto que el verdadero canguro salta, mientras que éste nunca lo hace. Sin embargo, no deja de ser una variedad curiosa e interesante, no catalogada con anterioridad. Como su descubridor he sido yo, me considero con derecho a atribuirme el mérito del descubrimiento, y por tanto le he llamado Canguro adamiensis…».
Para que no estuviera solo, Adán caza un verdadero canguro y se lo trae de regalo:
«…pero fue una equivocación, ya que sólo de ver al canguro le dio un tal ataque que me convencí de que nunca había visto a ninguno antes. Lo siento por el pobre y ruidoso animalito, pero no puedo hacer nada para que se sienta feliz».
Después se daría cuenta de otro error. No era un canguro, era un oso, un osito de alguna especie. Y muy pronto empezarían a salirle los dientes. Quizás podría domesticarlo para que no se volviera peligroso:
«He estado fuera un mes cazando y pescando, en la región que ella llama Búfalo; ignoro por qué, a no ser que sea porque no hay ni un solo búfalo por ninguna parte. Entretanto el oso ha aprendido a ir a chapotear a la orilla sobre sus patas traseras y dice “papá” y “mamá”. Sin duda es una especie nueva. La semejanza en las palabras puede ser puramente casual y puede que no tenga ninguna finalidad ni significado; pero aun así no dejaría de ser una cosa extraordinaria y es algo que ningún otro oso es capaz de hacer. Esta imitación del habla, unida a la falta de pelaje y de la mínima cola, bastan para indicar que se trata de una nueva clase de oso. Pero un estudio más detenido resultará de sumo interés. Mientras tanto emprender una expedición por los bosques del Norte y una búsqueda exhaustiva. Tiene que haber algún otro en alguna parte y éste será menos peligroso cuando cuente con la compañía de alguien de su propia especie. Marcharé inmediatamente, pero antes le pondré a éste un bozal».
Tres meses estuvo Adán buscando infructuosamente un compañero para el osito y cuando regresa se encuentra con tamaña sorpresa:
«Ha sido una cacería agotadora, muy agotadora, y sin embargo no he tenido éxito. ¡En el ínterin, sin siquiera moverse de nuestro estado natal, ella ha atrapado a otro! Nunca he visto a nadie con tan buena suerte. Aunque hubiera estado yo cien años cazando por estos bosques, no me hubiera encontrado con una cosa parecida».
De inmediato Adán emplea a fondo toda su penetrante inteligencia para estudiar a la nueva criatura. Incluso se le ocurre la brillante idea de disecar a uno de ellos para su colección. Eva se opone. Se opone caprichosamente por uno y otro motivo y lo obliga a desistir. Adán teme que puedan escapar:
«Sería una pérdida irreparable para la ciencia si se escaparan. El más viejo está más manso que antes y puede reír y hablar como una cotorra, cosa que ha aprendido, sin duda, tanto de haber estado con la cotorra como de tener una capacidad de imitación altamente desarrollada. Me extraña que fuera un nuevo tipo de loro, y sin embargo tampoco debería extrañarme tanto, puesto que ha sido toda clase de cosas imaginables desde sus primeros tiempos de pez. El nuevo es tan feo ahora como lo era el viejo al principio; tiene la misma tez del color del azufre y de la carne cruda y la misma cabeza sin un solo pelo. Ella le llama Abel».
Por fin, diez años después, el perspicaz Adán descubre la maravillosa verdad. Eva seguramente lo sabía, pero había mantenido el secreto. No son peces ni canguros ni son osos:
«Son niños; lo descubrimos hace ya tiempo. Lo que nos desconcertó fue que se presentaran bajo esa forma pequeña e inmadura; no estábamos acostumbrados. Ahora hay algunas niñas. Abel es un buen chico, pero si Caín hubiera seguido siendo un oso, la verdad es que habría salido ganando.
»Después de todos estos años, veo que estaba equivocado al principio con respecto a Eva; es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro sin ella. Al comienzo pensé que hablaba en exceso, pero ahora lamentaría que esa voz dejara de oírse y desapareciera de mi vida. ¡Bendita sea la castaña que nos aproximó y me enseñó conocer su bondad de corazón y su dulzura de espíritu!»
(Mark Twain, «Diarios de Adán y Eva», https://web.