Para la tradición occidental, el diálogo y el conflicto se presentan como dos dimensiones fundamentales que estructuran la convivencia y la comunicación humana. Sin embargo, desde una perspectiva hermenéutica, estas nociones pueden ser reinterpretadas no solo como opuestos, sino como elementos intrínsecamente vinculados que abren espacios para la comprensión y la transformación mutua de los sujetos que participan en un mismo ámbito de acciones.

De acuerdo con esta opinión, el entendimiento surge a través de un proceso dialógico en el cual las partes involucradas exponen sus horizontes de sentido, sus diversas perspectivas sobre la realidad; a pesar de querer alcanzar un acuerdo mutuo esto no implica la eliminación de diferencias, sino su articulación en un marco compartido. Pero cuidado. Esto no sugiere que el conflicto quede superado de un todo. Hay que ser conscientes que el diálogo o su posibilidad no necesariamente significa la eliminación del choque de posturas, siempre hay que mantener la brecha a su persistencia para no dormirnos bajo la creencia de que gracias al diálogo el asunto ya ha sido clausurado.

Esa es una de las razones que motivan a Gianni Vattimo a invertir el esquema del conflicto al diálogo por del diálogo al conflicto. En su libro titulado De la realidad. Fines de la filosofía (Herder, 2013), en el último capítulo (pp.239-250), abre con la pregunta “¿Por qué del diálogo al conflicto?” y seguidamente interroga, si no es la hermenéutica propiamente una filosofía del diálogo o que se caracteriza por su defensa y de llevarlo a cabo en la práctica de la interpretación de nuestras tradiciones. Pero, el autor duda de esta confianza y se arriesga en sostener que siempre debemos mantener una actitud diferente hacia el conflicto y entender otros factores que imperan en la reconciliación de las voces diferentes.

Por su parte, el filósofo francés Paul Ricoeur (2003) destacó que el conflicto no solo es inevitable en la interpretación, sino también necesario para el desarrollo de nuevas comprensiones. Y Andrés Ortiz-Osés (1976) veía dicho fenómeno como el enfrentamiento de hombres y mujeres en la vida social a través de los distintos discursos, razón por la que afirmaba la búsqueda de un “lenguaje común” que pudiera trazar una dirección de sentido, para así encontrar una salida a la situación conflictiva. En este horizonte, el conflicto de interpretaciones se convierte en un motor del diálogo, donde la tensión entre perspectivas no es un obstáculo, sino una oportunidad para la apertura y la transformación del mundo.

Pero el diálogo, entendido como un intercambio genuino de significados, está condicionado por la presencia del otro. La alteridad no solo desafía nuestras pre-comprensiones, sino que también exige una actitud de escucha activa y de respeto. Empero, el arte de la conversación también está marcado por tensiones y desacuerdos que pueden desembocar en conflicto. Aunque, desde la hermenéutica, este no se percibe como una amenaza a la comunicación, más bien es visto como una instancia necesaria para cuestionar y redefinir los supuestos subyacentes en la argumentación.

Por ejemplo, en contextos sociales y políticos, el diálogo puede emerger como una herramienta para la resolución de conflictos, siempre que se reconozca la legitimidad de las perspectivas enfrentadas. Gadamer enfatizó la importancia de los prejuicios —entendidos no como juicios erróneos, sino como marcos de sentido previos— en el proceso de interpretación. Asumir la historicidad de estos permite superar el estancamiento en posturas irreconciliables, generando espacios para el entendimiento mutuo.

En ese sentido, proponemos una hermenéutica del conflicto desde un enfoque transformador del sentido y de la acción. Planteamos una visión dinámica del conflicto que va más allá de su mera resolución. En lugar de buscar una síntesis inmediata, como pasa con la dialéctica hegeliana, el enfoque hermenéutico invita a habitar el conflicto, explorando sus matices y posibilidades. Esto requiere una disposición a la autocrítica y una apertura al cambio, elementos clave para la transformación personal y colectiva.

En el ámbito educativo, por ejemplo, esta perspectiva puede aplicarse para fomentar el pensamiento crítico y el diálogo constructivo entre sujetos de diferentes antecedentes culturales. En el plano político, puede orientar procesos de negociación y reconciliación, donde el reconocimiento del otro no elimine las diferencias, sino que las incorpore como parte de una narrativa compartida.

Pero todo esto es posible sí, y solo sí, se imponga una ética del diálogo y el conflicto. Esto es, una ética que valore la diversidad de voces y fomente la participación inclusiva. Esta ética implica también el compromiso con la verdad como una realidad en construcción que surge del intercambio y la reflexión colectiva y no como simple correspondencia con la cosa o la corroboración de una objetividad. En un mundo cada vez más interconectado, pero también polarizado, esta perspectiva ofrece una guía para abordar los desafíos de la comunicación intercultural, la resolución de conflictos y la construcción de comunidades más justas y equitativas. La hermenéutica, con su énfasis en la interpretación, la alteridad y el diálogo, nos invita a reconsiderar la manera en que entendemos y enfrentamos las tensiones inherentes a la convivencia humana.

En conclusión, el diálogo y el conflicto, lejos de ser fuerzas opuestas, son componentes esenciales de una relación dialéctica que enriquece la comprensión y la experiencia humana. Desde la hermenéutica, ambos conceptos se reconfiguran como herramientas para construir un mundo más plural y abierto, donde las diferencias sean fuente de aprendizaje y transformación.