Siendo yo apenas una niña escuché a un hombre que había estado en la oposición política asumir un cargo importante dentro de la administración y empezar a entender las limitaciones que sus antecesores habían encontrado. Su comentario  a los pocos meses de estar en el puesto fue el siguiente: “Yo no vuelvo a criticar a ningún gobierno. ¡Cuánto hay que luchar para lograr avanzar un trabajo!  Ya yo sé lo que es esto y no vuelvo a quejarme de nadie”.  A los políticos no se les suele dar mucho crédito por su actitud de comprender al que fue adversario, pero esa yo lo presencié de primera mano. Además, tenía el valor añadido de que tuve acceso a ella en una esfera íntima, personal, que no estaba destinada a impresionar ni a despertar simpatías por el voto. Capacidad de reconocer el esfuerzo del contrario.

Años después, escuché en la televisión al entonces candidato José Horacio Rodríguez decir que una de las razones por las había decidido lanzar su candidatura era porque, a pesar de su corta edad, él tenía ya una tradición de haber participado en muchas demostraciones a favor de diferentes causas y que, en un momento, frente al Congreso, se dijo a sí mismo: ¿Y de qué sirve que estemos aquí manifestando si del otro lado no nos escuchan?”. De nuevo un comentario inesperado: tratar de desempeñar bien lo que antes se veía como una tarea propia del adversario o, cuando menos, mencionar el asumir la actividad proselitismo con el interés de acoger las opiniones y los señalamientos de los que están “del otro lado”.  Capacidad de entender como importante el trabajo que hace el adversario.

Esos dos ejemplos me llevan a pensar en el trabajo del diálogo en política. En ese terreno, quizás los que tienen el sistema mejor establecido son los de tradición anglosajona. En el Reino Unido y algunas de sus excolonias existe la figura del “gabinete en la sombra” (shadow cabinet), una manera de escucha y respuesta activa desde la oposición. En Australia la figura es tan válida y socorrida que incluso es reconocida con un salario, alrededor de un 20% de lo que gana un ministro, para que la persona que lo asume pueda contratar documentalistas e investigaciones que le permitan elaborar propuestas y alternativas bien fundamentadas en contrapeso a las que desarrolla el gobierno.

En los Estados Unidos el disenso está menos organizado, pero desde 1966 llega a incluir que el discurso de rendición de cuentas anual del primer mandatario sea oficialmente respondido por un breve discurso desde la oposición (rebutal speech). Un dato curioso: dado que en el año 2013 Marco Rubio, político de origen cubano, hiciera el discurso tanto en inglés como en español, en los ocho años subsiguientes, las respuestas oficiales al discurso presidencial se dieron en inglés y en español.

Este ejercicio le confiere vistosidad a quien lo pronuncia, pero indirectamente también ha servido para que quienes lo preparan y dicen aprendan a usar el desacuerdo de una manera constructiva. Cuatro de los encargados de esos discursos luego se convirtieron en presidentes: Gerald Ford, George H. W. Bush, Bill Clinton, y Joe Biden. La oposición bien manejada puede conferir altura. La oposición mal manejada es solo un ejercicio de descontento.

Lyndon B. Johnson