Desde la primera exhibición pública del cinematográfico tal y como se extendió técnicamente por todo el mundo, los hermanos Lumiere, 1985, salón indio del gran café, Paris, Francia, la música es la segunda manifestación estética que se une al nuevo arte para darle profundidad expresiva. En esa oportunidad y siguientes, según historiadores del prestigio de Georges Sadoul. (Historia del Cine Mundial, año 1972, Editora Siglo Veintiuno (XXI) Editores. País México, Primera Edición), certifican que la música siempre fue utilizada para acompañar las exhibiciones cinematográficas. Es importante destacar que en esos primero años el concepto musical seleccionado no tenía una vinculación íntima y creativa con las historias reales (documentales) o ficticias (acciones dramáticas) que realizaban los cineastas parisinos, primeros del mundo. Independientemente de ese punto de vista lógico, ese experimento copiado y adaptado de las representaciones teatrales, marcó las pautas para que cineastas y creativos de la imagen valoraran el rol de la música en la argumentación de la obra cinematográfica, tiempos después.

Música de diversos instrumentos y especialidades de esta manifestación estética, hacen aportaciones esenciales e n esta labor conjunta que dentro de la obra cinematográfica aporta altos niveles de concepción integral a las películas terminadas. Esa fusión de talentos que de la sala teatral y en vivo, pasó al estudio de grabación y a la orquestación profesional, amplia y diversa, también contribuyó a que científicos y técnicos de la experimentación sonora, pensaran en crear las condiciones técnicas para integrar imagen, sonidos, ruidos, efectos especiales, diálogos y música como un todo creativo, dando forma a la Banda Sonora.

Posteriormente, la integración de los diálogos, sonidos y ruidos, sean de manera circunstancial o incluidos de manera directa en la argumentación estética de la obra, despertó el interés de científicos, técnicos y fabricantes de equipos y materiales, facilitando la captura, limpieza, y posterior reproducción integral, de tan importante recurso para la expresión audiovisual.

El concepto musical en la obra cinematográfica ocupa desde el 1927 (fecha en que se integra por primera vez la banda de sonido a una película), hasta este momento una función expresiva de vital importancia. La compañía Warner Brothers presentó al mundo la primera película con sonido de la historia del cine mundial, denominada “El cantor de jazz”. Sin duda alguna, esa es una interacción estética de larga y necesaria existencia. Jamás podríamos pensar en estos tiempos la obra cinematográfica sin la presencia del contexto sonoro. Incluso, esa relación casi umbilical, ha llegado a tan fecundos momentos de afinación, que la dimensión de la música y de los músicos, en la banda sonora ha provocado que la expresión cinematográfica los utilice como argumento principal de muchas de sus historias, sean estas documentales o dramáticas.

De modo que además de complementarse estéticamente, una y otra expresión plástica, han jugado y continúan desarrollando, una amplia y rica diversidad de interacciones oníricas, cuyo fin ulterior es complacer el sentido auditivo y visual de millones de espectadores en el mundo.

La producción audiovisual en el país, siempre ha tenido en la realización de comerciales sobre productos, bienes y servicios para cine y televisión, un gran aliado para formar y mantener los talentos y técnicos de la música, así como la grabación y reproducción de sonido, que en estos tiempos y con los incentivos de la Ley Nacional de Cine (108-10), han contribuido a desarrollar la industria cinematográfica dominicana.

Este renglón creativo del mercado cinematográfico y televisivo, siempre ha incluido y ha dado buen uso al criterio musical que debe acompañar el contexto visual, literario y verbal de estas pequeñas, complicadas y exigentes historias del mundo audiovisual.

Ese punto de vista también fue valorado y desarrollado por los cineastas nacionales, que de manera individual o colectiva, realizaron algunos largometrajes, mediometrajes, cortos, y documentales para cine y televisión en los años 60, 70 y 80. Para ellos y para la generalidad de cineastas en el mundo, la música había superado la sutil empatía sonora ante los espectadores, para convertirse en el soporte dramático que de manera envolvente, integral, forma la banda sonara (música, sonidos, ruidos, efectos especiales, diálogos) de las películas, reclamando un espacio cardinal dentro de las posibilidades expresivas de las mismas.

Concertistas, arreglistas, directores de orquestas, Bandas, grupos y músicos independientes son necesarios cuando se requiere diseñar el concepto general de una película. La experiencia y calidad creativa de estos resulta esencial para atender e interpretar los criterios estéticos que para su obra requiere el director cinematográfico. Esa íntima relación creativa entre estos dos profesionales de la expresión dramática y estética cobra valor y dimensión plástica cuando ambos unen a tiempo y de manera fluida la capacidad y el talento que les caracteriza.

Favorablemente, en el país tenemos abundantes talentos de cada especialidad. La Tradición musical del país es extensa y de calidad demostrada. La música y los músicos dominicanos gozan de prestigio, tanto dentro como fuera del país. Esta manifestación estética solo se ha visto limitada en su desarrollo total a nivel nacional e internacional, producto de nuestra condición de país subdesarrollado.

Independientemente de ello, el país cuenta con una afamada industria musical que ha dado y puede continuar ofreciendo calidad profesional a las producciones cinematográficas dominicanas e internacionales. Arreglistas, directores y músicos independientes, han armonizado plásticamente con los cineastas del país. Cuando su labor creativa ha sido requerida con la anticipación necesaria, ha quedado plasmada en las obras, y con alto rigor profesional.

Sin embargo, advierto cierta debilidad en la concepción estética de los elementos que deben formar la banda sonora de nuestras películas. La Banda Sonora no sólo la integran conceptos musicales, diálogos, ruidos y sonidos, su valor estético se extiende hacia los efectos especiales, conceptualizaciones temporales, así como la inclusión en campo visual o fuera de este, de puntualizaciones lúdicas que le aportan a la obra volumen y profundidad plástica para deleitar dramáticamente los espectadores.

Dentro de la industria cinematográfica dominicana el renglón profesional que con mayor experiencia se encuentra técnicamente instalado, es el de producción y postproducción de sonido. Esta labor cuenta con una extensa proporción de antecedentes, que aunque importantes, en la mayoría de los casos, no han sido diseñados a requerimientos de una obra cinematográfica.

Esa experiencia laboral se ha desarrollado cotidianamente desde y para la industria musical criolla. Los expertos del área, con amplio dominio de la grabación y reproducción de sonido, no así del concepto creativo global que requiere una obra musical cualquiera, lo que han hecho es aplicar el mismo procedimiento artesanal y técnico cuando quien ha solicitado sus servicios son los cineastas.

El desarrollo de la industria cinematográfica nacional luego de implementada la Ley Nacional de Cine (108-10), requiere que la Dirección General de Cine asuma la responsabilidad institucional de formar los talentos y técnicos que esta especialidad demanda actualmente, y demandará en los próximos años.

La Dirección General de Cine (DGCine) posee desde el inicio de sus funciones públicas, los recursos económicos con los cuales puede ahora y en el futuro inmediato, contribuir para desarrollar todas las escuelas y talleres que de manera formal y extracurricular, imparten cursos, seminarios y talleres de diversas especialidades en el país. Dentro de estas, auspiciar una especialidad en conceptualización musical para cine sería una atinada inversión.

Además, la Dirección General de Cine (DGCine) cuenta con los recursos suficientes para contratar expertos internacionales que en sesiones de corta duración o periodos extensos, puedan compartir sus conocimientos con los cineastas criollos en áreas tan sensibles, como el diseño y creación del sonido para una película, y la estructura creativa integral de su Banda Sonora.

Con una acción institucional tan necesaria, la Dirección General de Cine (DGCine) también impulsaría el crecimiento constante de una relación profesional de altas luces entre dos grupos de profesionales que dan continuidad a la segunda fusión del cine con otras manifestaciones plásticas: La música. Ella fue testigo presencial del nacimiento del cinematógrafo aquel 28 de diciembre del 1895, en el salón indio del gran café, en pleno centro de parís, Francia. Después de ese primer encuentro su relación ha sido indisoluble.

Cineastas, músicos, sonidistas y diseñadores de sonido dominicanos podrían conseguir amplios beneficios comerciales de su relación creativa y profesional, siempre que sus talentos puedan ser puestos al servicio plástico de la obra audiovisual que han convenido desarrollar.

La obra dramáticamente concebida podría dar lugar a la creación de un álbum musical de diez o doce temas. El mercado de ambos productos audiovisuales (Película-Álbum musical) estratégicamente diseñado para un blanco de público determinado, podría devolver amplios beneficios económicos a ambos grupos creativos.

Luego de transcurridos diez (10) años de implementada la Ley Nacional de Cine (108-10) todavía ese recurso plástico no ocupa el sitial preponderante que le corresponde dentro de la producción habitual de nuestras obras cinematográficas. Urge deponer egos en ambos sectores para iniciar una fusión de talentos que beneficiaría los espectadores nacionales e internacionales de nuestro cine. Además sería una excelente vía para obtener beneficios económicos y proyectar exponencialmente la calidad estética nacional de una especialidad tan demandada en naciones hermanas de larga presencia en el Cine Mundial