Todos brillamos, como la luna, como las estrellas, como el sol, cantó al piano un artista migrante en Nueva York en 1970. Otro artista migrante, uno dominicano, llegaría en 1980 a la Gran Manzana. Su carrera profesional de más de cuarenta años resulta un traslado de ese mantra a la industria de la moda.
Los fashionistas o apasionados por la moda tienen la autoridad en materia de estilo y son los encargados de ponderar la marca Sully Bonnelly https://www.sullybonnelly.com/. Escribo sobre algo distinto, lo hago acerca de Sully Osvaldo, el amigo de infancia, el hombre de negocios detrás del artista creativo y el contertulio maduro interesado en temas de democracia social.
¿Cuándo vamos a hacer el conversao para Acento? Me preguntó quien, además de artista de la moda, lo es de la buena conversación. Domina esa otra urdimbre. Lejos de lo imaginado, la conversación de Sully no es acerca de los temas que ocupan las revistas de moda. Le interesa cualquier otro tema sea de política, arte o sociedad que le permitan entender el mundo en el que vive, los clientes para los que trabaja, los cambios mundiales, la gente de su país.
Puede ser una consumidora final de una tienda por departamentos o la dama que viste alguno de sus diseños de haute couture, el diseñador necesita entender quien es esa persona y algo más, qué necesitará en 2024 para vestir, conforme su estilo de vida y asequibilidad. Las colecciones de moda son parecidas a cualquier planificación estratégica de empresas de bienes de consumo. Una casa de modas, como toda empresa, debe satisfacer la demanda en calidad y precio, y entender la sociedad a la que ofrece sus productos. La atención a los cambios en la vida de la gente es un ejercicio fundamental que agota Sully Osvaldo año con año.
Al iniciar diciembre le pedí no una entrevista sino una reproducción de esas pláticas que hemos tenido, cuando nos reencontramos hace unos años en México. Me recibió, como lo hizo en el primero de esos reencuentros en el país azteca en 2015, en la casa veraniega de él y su pareja Bob Littman en Cuernavaca, Morelos. Aunque solo entré de nuevo a la casa virtualmente, esta vez, volví a sentir la hospitalidad del hogar Bonnelly, el de ahora y el de antaño.
Suliovaldo, como yo le decía imitando a sus hermanitas porque no sabía leer todavía, me esperaba con anotaciones: contigo quiero hablar de quién soy, de dónde vengo, porque tú lo sabes. Una coincidencia con mi guion de preguntas. La canción que repite Todos brillamos…, me hace recordar el mundo de creatividad y talento de su familia. El tratamiento de la luz, matizada en colores y formas, le es propio a los Bonnelly Canaán. La veintena de niños de la cuadra en forma de L con una docena de casas formadas por la intersección de la calle La Cantera esquina José Contreras, teníamos en esa, la primera casa de la hilera, una suerte de centro de arte interactivo.
Al mudarnos los Noboa Pagán en 1968 a la casa número 10 del cul de sac ubicado en el sector La Julia (en otros mapas Matahambre), bajar por la cuesta que termina y empieza a la vera donde era la casa de altos de esa familia de origen santiaguero y vegano, era una cita con las manualidades y la expresión artística. Los Bonnelly Canaán tienen alma de artesanos y buenas cabezas para el comercio. Siempre había en su piso de altos residencial un proyecto creativo en curso, una velada, una comparsa, y justo antes de irse a Nueva York, su primera colección de modas del naciente diseñador en un hotel de la ciudad. Abajo, en el primer piso tenían la tienda de regalos Smirna, propiedad de su madre doña Josefina, un pequeño y fino local gracias a la decoración hecha por sus hijos, con un don común, las manos de artistas.
En ese hogar pasaba tardes completas jugando o simplemente pasando el rato con Lilliam, Noemí y Ana Carolina, hermanas chiquitas de Sully Osvaldo y Lizy, la mayor y la mejor amiga de mi hermana Leticia. A la cadena de hermanos se les hacía fácil desde la infancia el manejo de la luz, el espacio, las matemáticas y el desarrollo del color. A los doce años Lilliam se quedaba a cargo de la tienda y yo la acompañaba a recibir a los clientes mientras oíamos por la radio a La Pandilla. Para estas fechas, los hermanos hacían un pesebre de varios metros, cientos de luces y decenas de personajes y animales.
Sully Osvaldo es desde siempre el hermano Júpiter de la alineación estelar. Era reservado, estudioso, metódico, dueño de la habitación más increíble que vi de chiquita, llena de pinturas y esculturas hechas por él. Cuando regresaba del colegio De La Salle y luego de la escuela de Arquitectura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), muchas veces me encontró poniendo mano sin permiso, pero solo me seguía paciente con su mirada azul hasta que desaparecía corriendo por las cortinas de bolitas hecha por él, el telón de un gran artista en ciernes.
Sentados en la primavera moreliana donde nos volvimos a encontrar, completó la anécdota muerto de la risa con esta frase: Me acuerdo perfectamente de ti vestida con tu poncho morado. Es que te veo flaquita, chiquita, con el puesto. A lo que necesariamente agregué: Molestando muchísimo. ¿Qué podría interesarle a un artista internacional conversar con la amiguita de sus hermanas, que se hizo abogada o con su esposo ingeniero? La respuesta es: de todo.
La relación tan íntima que ha tenido Sully Bonnelly con el color me asegura que su memoria visual de mi simbólico poncho morado, además de entrañable, es posible porque en las palabras de la persona que decidió transferirse de carrera, universidad y país, nunca le ha tenido miedo al color y ha hecho del deleite que esa maravilla que la naturaleza produce, un quehacer. De la UASD a la Parsons, hizo su propia gestión de cambio. La escuela neoyorquina le aceptó el máximo número de créditos transferibles al alumno que venía de un país donde todavía no se estudiaba diseño de modas.
En sus días de la UASD, estudió la huella histórica de la capital dominicana desde la época colonial hasta el modernismo. Pero su llamado era otro y creo que una experiencia aunque difícil, al final le ayudó. A los ocho años, en menos de diez minutos, tuvo que salir de la casa donde dejó juguetes y otras pertenencias para nunca volver, debido al estallido de la Revolución de Abril de 1965. El 24 de abril salió de esa casa, que recuerda de mampostería amarilla y naranja, para nunca regresar.
Una recomendación de doña Virginia Dalmau, propietaria de Casa Virginia, a Oscar de la Renta, fue algo que conmovió ese hogar donde siempre andaba yo rondando. Sully cambió de carrera, de país y trazó su meta. No quedaron atrás eslabones perdidos, como aquellos juguetes abandonados por la guerra. Se mantuvo cerca de su familia, atento a la República Dominicana, agradecido eternamente de personas que, como la Sra. Dalmau, le tendieron el brazo.
Del atelier De La Renta hizo pasó por varias casas de moda, y aprendió a construir relaciones de negocios con suplidores y compradores, lo que le permitió desarrollar su propia marca, logro conocido. Antes del aprendizaje del oficio, está el permiso que uno se de para crear, me explicó. Lo hizo con una anécdota de sus días de estudiante de arquitectura de la UASD. Diseñó una maqueta, con corto preaviso, usando los materiales tradicionales e instrucciones básicas ordenadas por el severo maestro. Era un trabajo hecho en cartón reciclado que los alumnos compraban en Pol Hermanos a cinco cheles para elaborar sus maquetas, un material sin ninguna gracia particular. Cuando estuvo listo, buscó un spray azul en la cocina, modificó su expresión y así se lo llevó a pie para la UASD. El maestro le puso de ejemplo. No hizo una tarea, hizo un diseño.
Tiene coraje, arriesga, asume decisiones retadoras, y creo que lo logra porque detrás de las escarchas, cartulinas, colores pasteles y tijeras, en la casa color arena de la esquina, se respaldó la búsqueda de su felicidad. Solo al llegar a Nueva York entendió su privilegiado origen, cuando vio que nadie hacía la cama por él cuando se levantaba.
De la casa que en los diciembres las niñas convertíamos en un diminuto Teatro de Bellas Artes, de veladas navideñas nocturnas para nuestros padres, otro acto teatral obraba en la mente del hermano mayor. Sully me explicó su método para organizar cada colección, que una vez lista manda para que hable por sí sola. Nunca asiste a su presentación, ésta debe contenerse a sí misma. No hace gestión de ventas. Diseña, crea, planifica financieramente cada colección y entrega.
En primer lugar y siempre está la parte creativa, me dijo. El diseñador hace dibujos que va guardando en una carpeta, como un escritor que escribe y reescribe. Cuando están listos, yo mismo me sorprendo, deja que los bocetos le hablen, dialoga con su creación. Usa cinco colores en cada colección, dos principales y tres accesorios, más el blanco y negro, los neutros. Es un drama, le comenté. Pensé en el juego de roles de aquellos hermanitos tan creativos, Sully y Lizy líderes, y las tres niñas unas pajecitas a su alrededor. Don Carlos Sully, su papá y magnífico fotógrafo, dejó álbumes de fotos y videos que documentan esa dinámica cooperativa de la hermandad.
Esa selección de colores es atrevida, e incluso Sully Osvaldo me comenta que en ocasiones, colores que en otros momentos no le resultaron atractivos, se imponen como divas antagónicas al drama de alguna colección y se roban el show. Puede ser un diseño encargado por Elie Tahari, para quien trabajó unos años, o un pedido de alguna tienda por departamentos local, el esfuerzo es exactamente el mismo, me aseguró. Su explicación del método no se detiene en la parte creativa. Dedicó un buen rato de nuestra conversación a explicarme cómo luego tiene que sentarse a hacer los números, a elegir los materiales y telares que, sin sacrificar la calidad arriben al precio, el que el cliente de esa colección puede pagar.
Más aún, me explica que en esa dinámica se cede en la ganancia al ofrecer en cada nueva añada, algo más. Puede ser un mejor forro para el traje de baño de Semana Santa de Jumbo o una versatilidad de piezas combinables para los clientes de Bill Blass. Esa última innovación sugerida por él cuando era parte del cuerpo de diseñadores del famoso hombre de modas, le valió a Blass en una semana un ingreso de 3 millones de dólares. El dominicano identificó que la mujer cambiaba de roles sociales en los años 80 y 90, por lo que necesitaba una oferta intermedia entre los trajes de noche y los de cóctel. Se diseñaron por primera vez piezas de salir nocturnas intercambiables.
Detrás del artista nato, hay un emprendedor ducho en los negocios que me cuenta que en este período disruptivo de la cadena de suministro, negociar y renegociar es el pan nuestro de cada uno de sus días. Pero como le enseñó el diseñador japonés Akira, las matemáticas son esenciales en su oficio. Diseña lo que quieras, I will figure it out, decía el nipón. A veces las colecciones hay que ponerlas en un slow boat from China. ¿Qué significa eso? Pregunté. Meditar costos y ganancias, según entendí de su explicación, dándome cuenta la complejidad de estas transacciones internacionales. Entre otras cosas, por algo que me subrayó, la ropa fea o de mala calidad vende y vende mucho más que la considerada bonita o de mejor calidad. Es una industria altamente competitiva.
Conversamos también sobre el impacto de la industria en el medioambiente. De ese tema entiende que todavía tanto la oferta como la demanda necesitan comprometerse a través de una más alineada política, tanto pública como privada, de las empresas y en particular de los consumidores. Ha visto empresas hacer toda una colección con material sostenible, para luego pedirla en entrega de dos días por avión. El tema amerita coherencia y acción responsable, coordinada de todos los agentes económicos.
Le pregunté de doña Lilliam su abuela materna, una dama que me intrigaba en mi infancia, cuando ella muy elegantemente vestida se ponía a enseñarle a esa niña que fui yo con diez años, unos pantalones cortos y poca prisa por volver a mi casa, a jugar a los naipes. Ellos eran cercanos, y por una anécdota reservable para unas memorias que le sugiero a Sully escribir, la abuela me parece que es su gran influencia en estilo, independencia, supervivencia y jovialidad. A los noventa y seis años le reconoció que finalmente había entendido que era una vieja.
La moda no es moda hasta que alguien se la pone, aprendió de Oscar de la Renta. Para Sully Osvaldo es su negocio y su gozo, pero es un celoso del equilibrio de vida. Como buen artista, ingenioso en ese aspecto también. Por eso, junto a la exposición itinerante de su pareja de cuadros y otras piezas de Frida Kahlo y otros artistas del modernismo mexicano, el diseñador adjuntó la exhibición de trajes mexicanos, como los que usaba la pintora, en especial huipiles de Oaxaca, que además de hermosos le servían para ocultar la prótesis en sus piernas.
Además del viejo barrio, los recuerdos comunes, como ese fantástico recuerdo en el que Leticia y Lizy, todavía unas adolescentes, sirvieron de modelos en su primer show de pasarelas en Santo Domingo, uno que revolucionó el desfile en una suerte de performance, con Sully tengo además en común esa naturalización con lo mexicano.
Hace unos días me contó que en un chat de colegas dominicanos de su oficio, alguien puso una foto de Rafael L. Trujillo para destacar su elegancia, mi amigo de infancia preguntó, ¿pero a cuántos habrá matado ese día?
Este año empecé la columna con una reflexión acerca de la paz social con la entrega Entre mis amigos. Hoy lo termino conversando con un amigo, uno que sugiere que busquemos unirnos, no para pensar igual, sino para hacernos más fuertes. Sully no considera aceptable que dejemos que los gobiernos nos dividan. Antes que sociedad, nuestra generación en particular, debe recordar que solo somos grupos de familias, hijos de gente de pueblos que venía probar suerte en la capital, y transmitir ese sentido de cohesión a las nuevas generaciones Si una abogada para nada fashionista puede encontrar de qué conversar con un diseñador de modas, más allá de los recuerdos de infancia, muchos otros diálogos cruzados nos pueden aportar. Se aprende del oficio del otro, del modo en que una persona diferente a una busca su centro y procura aportar.
Suliovaldo dialoga con sus clientes, porque tiene don de gente. La pone mano del poncho morado, esta vez entró con permiso a su casa a explorar su creatividad.
We all shine on, on and on.