Mañana, 30 de julio es el día elegido por Naciones Unidas para conmemorar la lucha contra la trata de personas, y aprovecho la oportunidad para llamar la atención sobre este tipo de delito, que muchas veces es malinterpretado en cuanto a sus causas y consecuencias. Y esta confusión ha afectado mucho la forma en que los países actúan en la lucha contra este crimen.

Vivimos en un momento histórico en el que, por desgracia, la especie humana no dispone aún de las herramientas morales para extinguir la explotación de una persona por otra. Esto lo vemos en todos los ámbitos de nuestra vida social, especialmente en los países donde el nivel de educación de su población no les permite reflexionar sobre la gravedad y magnitud del problema, y en consecuencia proponer alternativas para minimizar la ocurrencia del delito y sus consecuencias.

Thomas Hobbes, renombrado filósofo del siglo XVIII, afirmó en su obra El Leviatán, que “homo homini lupus”, es decir, “el hombre es un lobo para el hombre”. Según esta teoría, el estado natural del ser humano es el de conflicto con su prójimo. Sé que hay otras teorías que llegan a una conclusión completamente diferente, pero cuando pienso en el fenómeno de la trata de personas, no puedo evitar estar de acuerdo con Hobbes, quien observa con tristeza cómo las personas tienen la capacidad y la insensibilidad moral de causar tanto sufrimiento a otros.

Como conclusión lógica de la imposibilidad de contar con las virtudes humanas en su plenitud, es necesario que las sociedades se organicen para al menos minimizar la explotación de una persona por otra. En algunos ámbitos de nuestra vida social hemos avanzado en este sentido, pero en otros aún nos queda mucho por hacer. Y la forma en que los países se organizan para ello es a través de sus gobiernos, legítimos representantes de las más urgentes aspiraciones sociales, y responsables de adoptar medidas que beneficien a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Me entristece saber que solo a través de la coerción podemos esperar vivir en un mundo con menos casos de trata de personas, pero si esa es la única salida, enfrentémosla de frente, sin subterfugios ni fantasías de que la inacción nos traerá algún fruto. Como he dicho, las cosas no se arreglan solas, y sería ingenuo imaginar que las bandas que se dedican al crimen dejarán de hacerlo en un ambiente donde no existen acciones que les impidan seguir explotando a las personas.

La teoría de cambio de Misión Internacional de Justicia, organización donde trabajo, expresa, en resumen, que para acabar con la violencia hay que acabar con la impunidad, y creo firmemente en esta afirmación. Como nos enseña Hobbes, no podemos contar con el sentido común y la buena voluntad del ser humano, por lo que debemos apostar por acciones que no dependan de estas virtudes.

En otras palabras, las instituciones públicas encargadas de combatir el crimen deben actuar bajo el supuesto de que el régimen de consecuencias es necesario, pero para que puedan trabajar de acuerdo con la fría y dura realidad, necesitan contar con los medios para que el Estado prevenga el crimen, persiga los criminales y proteja a las víctimas. Y eso cuesta dinero.

Como coordinador general de la Coalición de la Sociedad Civil contra la Trata de Personas, me piden con frecuencia que hable sobre el tema. Lo he hecho en numerosas ocasiones, y me sorprende que, entre las principales preocupaciones de las personas que acuden a mí, no se incluye la falta de recursos públicos destinados a combatir la trata de personas. Y eso circunscribe a los representantes del Estado dominicano, para quienes generalmente no toman en cuenta esta variable.

Una vez más: las cosas no se arreglan solas, y no podemos seguir esperando a que la solución a la trata de seres humanos caiga del árbol de los acontecimientos. Eso no sucederá. Alguien tiene que actuar para que sea posible combatir este crimen abominable. Y una forma de hacerlo es utilizar parte de los recursos recaudados por el Estado para ser revertidos en beneficio de rescatar a las víctimas, responsabilizar a los delincuentes y transformar un sistema público de justicia tan precario como el nuestro.

Reconozco que esta no es una tarea fácil, incluso si contáramos con los recursos, el personal, la tecnología y los métodos adecuados. Pero si falta alguno de estos componentes, estamos definitivamente condenados al fracaso, y la verdad es que hoy todavía estamos, como país, en un lugar no deseado cuando pensamos en lo que venimos haciendo en las últimas décadas para proteger eficazmente a las personas. Si por un lado contamos con fiscales, abogados públicos, policías, psicólogos y trabajadores sociales capacitados y con los conocimientos necesarios para el trabajo, no puede decirse lo mismo de los recursos económicos y otras capacidades mínimas que, si existieran, probaría que hay seriedad en el combate a la delincuencia.

Parafraseando al presidente Luis Abinader, al referirse a la reforma de la Policía Nacional, nosotros, desde la sociedad civil, no nos cansaremos, porque además de conmemorar el día de la lucha contra la trata de personas, también estamos conmemorando la vida de cada una de las víctimas y sobrevivientes que quedan en el sufrimiento. Este es un compromiso inquebrantable que tenemos con el país y su gente, y no nos apartaremos de él.

Reforzamos, nuestro deseo de continuar apoyando con entusiasmo las acciones gubernamentales para minimizar el sufrimiento de la población dominicana, con la que nos solidarizamos. Al mismo tiempo, llamamos la atención del gobierno para que asuma activamente su rol de protección, defensa y asistencia a las personas que viven en situaciones extremas de vulnerabilidad social y económica. En otras palabras, que el gobierno y sus autoridades reflexionen seriamente sobre lo que sucede actualmente en el país, y que finalmente actúen para traer un rayo de esperanza a la oscuridad de los lugares donde aún ahora, mientras escribo este artículo, se puede escuchar los gritos de angustia de los que no pueden esperar más.

Y que a medida que nos desarrollamos como sociedad, tenemos que luchar contra la manada de criminales que amenaza y daña a tantas personas vulnerables. Esta es la realidad, y si no la reconocemos, estaremos esperando a que suceda algo mágico, y mientras nos engañamos, le hemos entregado el país a los lobos.

Y a los lobos no se combate con discursos.

José Monteiro es director de Misión Internacional de Justicia en República Dominicana y coordinador general de la Coalición de ONGs contra la Trata de Personas.