La Segunda Guerra Mundial terminó hace más de setenta años y el 27 de enero, día de la liberación del complejo Auschwitz-Birkenau por las tropas soviéticas, fue escogido oficialmente en el año 2005 para conmemorar el Día del Holocausto.

A partir del final de la gran conflagración mundial la mayor parte de los sobrevivientes judíos abandonaron los países del Este que fueron teatro de los horrores del genocidio. Emigraron a todas partes del mundo en función de las cuotas impuestas por las grandes potencias, de lazos familiares y solidaridades.

Al principio, muchos sobrevivientes de la Shoah (palabra hebrea para designar al Holocausto), mantuvieron el silencio sobre lo que pasó. Solo se hablaba de “todo eso” a medias y en círculos muy íntimos que excluían a los niños.

Paulatinamente, el tiempo de la palabra sustituyó al del silencio. Los sobrevivientes y sus descendientes, designados como la primera, segunda y tercera generación, han elaborado desde entonces una especie de cartografía del horror y del dolor.

Los testigos de estos acontecimientos están desapareciendo poco a poco. Sin embargo, sus hijos han tomado la palabra. Muchos habían integrado en su imaginario hechos de una insoportable violencia que habían marcado la vida de sus padres y que planteaban implícitamente la cuestión de lo no dicho y de la transmisión intergeneracional.

Los escritos del "Grupo para el Estudio Psicoanalítico de los Efectos del Holocausto en la Segunda Generación", fundado en Nueva York en 1974, se dedicaron en gran parte a la cuestión de la transmisión de la experiencia del genocidio de una generación a otra.

Fue, en la mayoría de los casos, de acuerdo con un “pacto de silencio” entre adultos contemporáneos del Holocausto, ya sea como víctimas o como testigos, y sus hijos que esta comunicación tuvo lugar.

Como resultado, la historia transmitida a los jóvenes incluía ciertos vacíos que estos se veían obligados a llenar con creaciones imaginarias. De diferentes formas, a través de esta semi transmisión, el trauma nacido en el momento mismo del genocidio ha viajado de una generación a otra.

La existencia de este trauma transgeneracional ha sido ratificada por estudios recientes sobre la epigenética. Estos avances demuestran que los genes pueden ser influenciados por el medio ambiente o la historia individual, y transmitirse de generación en generación.

Eso significa que el traumatismo deja una marca biológica que va mas allá de la memoria transmitida por los relatos y la educación. En estos casos la genética juega un papel fundamental, como lo hacen los factores biológicos, psicológicos y sociológicos del individuo.

Esta transmisión epigenética no se ha constatado solamente en los descendientes de victimas de la Shoah, sino también ha sido puesta en evidencia con adolescentes cuyas madres han sido víctimas de violencias conyugales antes de dar a luz, en niños de mujeres que fueron expuestas a estrés prenatal en zonas de guerra en África.

La buena noticia es que estos marcadores epigenéticos son reversibles y esta vía de investigación puede ayudar a prevenir y a reducir las consecuencias del estrés postraumático, tanto en los propios traumatizados como en las siguientes generaciones.

El Dia del Holocausto, hoy en día, permite no solamente recordar la barbarie, pero también aclarar las consecuencias del prejuicio, el racismo y los estereotipos. El Holocausto ofrece la oportunidad de exponer los peligros del silencio y la indiferencia frente a la vejación de otros.