En América Latina es muy común ver manifestaciones de devoción mariana, aún en espacios que no parecerían propios para ello, como por ejemplo entre delincuentes y sicarios, tal y como sale reflejado en “La Virgen de los sicarios”, la novela de Fernando Vallejo que fue convertida en película unos años después.

En República Dominicana, por no quedarnos cortos, hay devoción a dos Vírgenes, la de Las Mercedes, propia del período del principio de la colonización y apreciada también en otros países de la región, y la de La Altagracia, de fervor más reciente.

Aunque de devoción muy antigua, su imagen se hizo mucho más popular a escala nacional sobre todo a partir de la coronación de la imagen en el año 1922, lo que constituyó en muchos sentidos una manifestación de identidad en momentos de ocupación militar extranjera.  Al cumplirse en el mes de agosto los 100 años de la coronación en todo el mes de mayo, tradicionalmente mes de la Virgen en todo el catolicismo, la zona colonial de Santo Domingo albergó tres exhibiciones en honor a ella.

La exhibición en el Museo de la Catedral, visible hasta el próximo sábado a la medianoche, permite hacer un recorrido por la historia de la pintura en República Dominicana. La magnífica curaduría sigue un orden estético más que cronológico, pero en este relato comparto el criterio temporal, que me es más fácil de seguir. Al fondo a la derecha está la reproducción más antigua, la que puede haber sido cercana a la que la leyenda acerca al naranjo.

No muy lejos están la de Abelardo Rodríguez Urdaneta y la de Sisito Desangles, opuestas en su énfasis, pero reflejando ambas la profunda identificación de los pintores dominicanos por la Virgen de Higüey. Hay un magnífico ex voto que también refleja el cariño dado y recibido a esta advocación mariana.

Luego vendría la de Jaime Colson, inscrita en un material pesado, que trata de inscribir las herencias taínas, para ser luego acompañadas por las de los pintores trasplantados al suelo local por las circunstancias de la Guerra Civil Española: las interpretaciones realizadas por José Vela Zanetti y Antonio Prats Ventós, este último el mismo que años después realizaría el enorme retablo de caoba que acoge el cuadro de la catedral y cuya realización, más que las pinturas anteriores, lo acercó a la figura de la virgen.

Cabe señalar la singular presencia de la Virgen de la Altagracia que normalmente está expuesta en la iglesia de San Rafael, en Boca Chica. Este cuadro, mandado a hacer por encargo a Italia, en un correo que incluía una fotografía en blanco y negro de uno de los más antiguos lienzos, fue interpretado por el artista como si se tratase de una virgen de Da Vinci o de Tiziano, es decir, rubia.

Contamos con versiones más modernas: una inconfundible de Elsa Núñez y dos también muy reconocibles de Dustin Muñoz para dar paso a una realizada por Montserrat Munné y otra de muy recientemente finalización por mi tía Marcia Marion-Landais y cuyo estilo geométrico y cuasi infantil disimula la atención a numerosos elementos iconográficos del cuadro original: ocho estrellas en cada lado del manto y doce estrellas en el halo y, para que no se quede ninguna, hasta la estrella de Belén. La más moderna de todas es una abstracta de Amaya Salazar. Muchas representaciones para referirse a una pasión compartida.