Al finalizar febrero, dos amigas de infancia y un colega perdieron cada uno a su padre. Quise, pero no alcancé a estar con ellos en la despedida.

De los vecinos, mi mamá decía que son la familia más cercana. El que vivió a su lado, muy querido por ella y por mi papá cuando vivían, partió con las brisas del segundo mes del año y no había diseñado en mi agenda el tiempo para la solidaridad.

Cuando el almanaque todavía tiene grapadas la mayoría de sus hojas, los adioses agudizan lo descrito por Borges en las primeras líneas de El Aleph. El universo continúa su marcha hacia adelante y la sensación de que abandonamos en el camino al ser querido se extrema.

Asimismo, partió esta semana mi amiga y colega Cristina Aguiar, y solo pude acompañarla con palabras colocadas en redes sociales, preguntándome si ese era un adiós a la altura del afecto y respeto que nos unía.

Entre la muerte y otras sorpresas tenía un boleto para ver a Vicente García en concierto sinfónico en el Teatro Nacional.

El joven artista dominicano interpretó la noche del domingo su tema “Camino al Sol”, con un elenco de músicos dirigidos por el maestro Amaury Sánchez. No lo había visto en vivo, se entrega con la canción. Es modesto, tímido y su alma de artista se mantiene concentrada en dar el mejor performance. Fue bonito verle disfrutar ese merecido hito en su carrera.

No habló mucho, pero encontró valor para introducir el tema mencionado en una excelsa versión sinfónica, para compartir, cómo esa composición encontrada en su corazón le sanó, le ayudó a aceptar el fallecimiento de su padre.

Ofrezco ese cántico de asunción de Vicente García a Katia Mañón, a Evelyn Méndez, a Pablo Montilla, amigos que en estos días perdieron al padre de sus hogares, así como a la vecina Sonia de La Cantera y el resto de familia Ginebra, por la partida de José. La paz que transmite el cantor es mi abrazo, mi conexión con su duelo.

Con el trasteo de la guitarra del joven músico, vestido esa gran noche nacional con un traje color resurrección, despido el alma de Cristina, expandida con las notas dibujadas en el aire por los violinistas, los chelistas y los coros que acompañaron al prodigioso cantautor.

Cristina, esa amiga que siempre parecía andar por la vida con alas largas como las de la Victoria de Samotracia, descansa en gloria.

Se acaba febrero, desaparecerán las brisas frescas y pronto volverá a ser 7 de marzo.

Vicente García poetiza en primera persona la voz del que transita de la vida a la muerte, y me ayuda a mí también a transitar entre febrero y marzo en que la expansión del universo se ha vuelto cruel, desde hace catorce años, como narra el escritor argentino.

Al Teatro Nacional entré a ver a un magnífico artista dominicano que mis hijos me enseñaron a escuchar, pero salí escuchando al otro vástago. En las tonalidades de la canción de Vicente escuché las palabras de despedida de un hijo que no vi en el momento de partir, cuando se marchó detrás de un febrero que jamás volvió.

“En ese momento se diluye la razón

(No existe el espacio ni el tiempo)

Se desamarran las cadenas de la tierra

(No hay sufrimiento)

Explota el interior, se expande el alma

 

(Espero el viento)

Y voy en calma

(Opiyelguobirán)

Opiyelguobirán

 

Tengo que dejarlo todo

Tengo que escuchar mi voz

Tengo que olvidarlo todo

Porque voy camino al sol

Porque voy camino

 

Aneke

Guami cuaraya güey

Aneke

Guami cuaraya güey

Aneke

Guami cuaraya güey

Aneke

 

Guami cuaraya güey

Yo tengo que dejarlo todo

Aneke

Tengo que dejarlo todo

Aneke

Tengo que escuchar mi voz

Aneke

Tengo que dejarlo todo

Aneke

Porque voy camino al sol

Aneke

Y es que voy camino al sol

Aneke

Opiyelguobirán

Opiyelguobirán”