La balada mexicana Destino de Armando Dominguez se escuchaba como fondo musical mientras el pintor surrealista Salvador Dalí, en colaboración con Walt Disney, usaba sus pinturas e imaginación como referente narrativo visual para la realización del cortometraje del mismo nombre, con la finalidad de revitalizar los límites artísticos de los estudios Disney.
Veintidós pinturas y ciento treinta y cinco bocetos se necesitaron para narrar las secuencias visuales de este cortometraje, iniciado en el 1945 y suspendido en el 1946. Los estudios Disney solicitaron a Dalí el abandono del proyecto por ser financieramente improductivo, permaneciendo inactivo 57 años hasta que el sobrino y productor ejecutivo de Walt Disney, Roy E. Disney, instruyó al productor Baker Bloodworth y al director Dominique Monfery a que completaran el cortometraje con la ayuda de John Hench y Bob Cormack, quienes colaboraron con Dalí en el proyecto original.
En este cortometraje podemos observar cinco de las pinturas originales de Dalí en donde se une el lenguaje onírico y surrealista de imágenes cotidianas: ilimitadas llanuras desérticas, un jugador de béisbol, una chica desesperada; así como la ductilidad del tiempo, el arte renacentista, la melancolía por el espacio, paisajes que se disuelven o las alucinaciones del ser humano.
Aunque para Walt Disney Destino es “una simple historia de amor, donde un chico conoce a una chica”, nos percatamos que la obra de Dalí representa algo más que eso; un sueño estéril, un poema trágico o una obra de teatro acerca de una relación amorosa embrujada, donde la confusión del romance sin resolver, la tragedia en el amor y el pesimismo por el futuro de la misma luchan por salir a la superficie de la mente. Es entonces que Dalí "desafía la forma en que se suponía que desafiara en los años 40, y le pide al espectador y a la industria de la animación que vean más allá de las posibilidades comerciales conscientes para iluminar su propio destino estético’’.