Querida mamá, hoy con el corazón acongojado pero al mismo tiempo henchido de satisfacción, y orgullo procedemos a inhumar tus restos mortales con los que lograste triunfar en muchas batallas libradas en el pedregoso camino de tu vida.
Yo, sin haber tenido el honor de nacer de tus entrañas, pero con el privilegio de haber sido formado según tus atinadas concepciones sobre la moral y la correcta filosofía de vida desde los tres años de edad, te doy hoy, junto a mis hermanas, el último adiós.
Fuiste una madre y mujer irrepetible, fuera de serie. Supiste enfrentar la dictadura de Trujillo desde el año 1946, cuando fuiste de las fundadoras de Juventud Democrática.
Te uniste a nuestro padre Rafael Augusto Sánchez Sanlley (Papito), quien también era férreo opositor al régimen. Tuviste una diferencia de criterio con él porque mientras tú deseabas combatir a Trujillo por vía pacifica, nuestro padre era del criterio que solo con el ajusticiamiento del tirano se podría lograr una democracia plena.
Supiste tener el temple necesario para actuar debidamente frente a la persecución declarada del iracundo dictador, que comenzó el día en que, habiendo sido tú, elegida Reina de la Universidad de Santo Domingo, en el baile protocolar, te negaste a bailar con el señor que creía ser dueño de este país y de sus mujeres.
Asesinado nuestro padre, supiste, a tus treintisiete años, levantar sola cinco hijas procreadas con él y tres pequeños hijos de él que ya existían de su anterior esposa fallecida, Carmen Pérez Castillo, quien por juegos del destino, había sido tu amiga en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús en Santiago.
Nosotros, tus hijos, te deberemos el agradecimiento imperecedero por los ingentes esfuerzos que tuviste que hacer para educarnos adecuadamente y para que saliéramos adelante.
Las últimas palabras que me dijiste fueron “no me abandones” y hoy, todos nosotros, tus hijos, juntos y unidos, queremos decirte que jamás abandonaremos el espíritu de servicio al prójimo, y la correcta forma de vivir que nos enseñaste, y que siempre estaremos a la altura de tu ejemplo manteniendo en alto esa luz brillante y pura que siempre te acompañó.
Tus luchas patrióticas por los derechos humanos y la justicia social, y tus enseñanzas y aportes a la educación primaria y universitaria quedarán grabadas en letras de oro en los capítulos históricos de nuestro país.
Descansa tranquila mi querida Fifina y ten la seguridad de que allá, al remanso de paz, donde vas, nos volveremos a encontrar.