“… En lugar de ser capaz de invertir en el futuro común, como ha estado haciendo China, el sistema político de California, igual que el de Estados Unidos en conjunto, acaba atendiendo a sentimientos populistas a corto plazo y sirviendo a aquellos que tienen influencia suficiente como para asegurarse de que prevalezcan sus intereses. En este sentido, la democracia es votar por el pasado porque es votar por los intereses creados del presente”. (Nicolás Berggruen y Nathan Gardels: Gobernanza inteligente para el Siglo XXI).
Constituimos una sociedad que parecería que cuasi se agota en sí misma. Una sociedad que no vislumbra su futuro. Vive el presente no en una perspectiva conjugada del mañana. Es como si estuviese flagelada del peso y contrapeso entre el pasado y el presente. La sociedad dominicana y con ella, sus principales actores políticos, no articulan consciente y deliberadamente el tiempo venidero.
Con sus acciones y decisiones no se proyectan en el mañana. Es como si el porvenir no devendría de manera inexcusable. Al agotarnos con esa tautología perenne, contrastamos con la naturaleza humana: somos el único animal de la especie de los seres vivos, que al vivir el presente nos dibujamos, nos proyectamos hacia el futuro. Es como si nos instaláramos en dos tiempos, siempre que se actúe proactivamente.
Como sociedad nos estamos caracterizando como una vetocracia disfuncional. La vetocracia, en sí misma, drena la democracia, obstaculiza la gobernanza y va generando déficits en todos los tejidos: sociales, institucionales, económicos, productivos. La vetocracia que se viene originando en el tejido político institucional está impidiendo alcanzar los hilos e hitos estructurales que debemos de logar como nación. Esa vetocracia circular pospone de manera sempiterna que exista una correspondencia entre el crecimiento económico y el desarrollo humano. Los proyectos individuales se anidan y desarrollan esa vetocracia tan disfuncional en nuestro cuerpo institucional, dado la ceguera de los actores políticos con el porvenir. Ella configura, simultáneamente, el peso trepidante del desequilibrio y la asimetría en nuestra formación social.
Desequilibrio es en sí mismo desajuste, una falta de correspondencia entre los distintos logros alcanzados en una sociedad. El desajuste, originado en el desequilibrio, permea la crisis subyacente, no visibilizada, en apariencia, que agrieta la distancia de lograr reformas estructurales que nos permitirían lograr, a mediano plazo, mayores niveles de estadios en el desarrollo humano.
Los proyectos individuales, exacerbados, sin misión de país, de nación, es lo que causan, describen y explican el ritmo de desajuste que impiden cimentar logros estructurales. La mirada individual, cuasi feudal del horizonte de país, queda truncada por la gravedad del peso del presente, de la coyuntura permanente, en medio de una cultura política con todos sus remilgos de los siglos XIX y XX. Libretos en desbalances, en desfases, con una sociedad del siglo XXI que no logra ver a los actores políticos sintonizados con su agenda, con sus problemas cardinales. Ni siquiera se ponen de acuerdo con problemas estructurales que nos sangran como país: la problemática haitiana, de una manera seria, y la seguridad ciudadana.
El desequilibrio y los proyectos individuales nos lastran y laceran como país, produciendo una enorme asimetría en todo el tejido de la formación social dominicana. No existe una correspondencia entre el crecimiento de la economía con un PIB nominal de US$114,000 millones de dólares y un per cápita de US$10,700.00 dólares, empero, cuando auscultamos el peso de los ingresos, el resultado es pavoroso y desgarrador: el 10% más pobre de la población dominicana apenas recibe el equivalente a US$1,708.00 dólares y más del 65% de la población no logra alcanzar el promedio per cápita. El 1% de la población tiene los ingresos del 57% de los 11 millones de habitantes.
Asimetría es la desazón que produce que no exista correspondencia entre el tamaño de nuestra economía (la séptima de la región) y la posición que ocupamos en PISA con respecto a la educación. La inversión en salud: 2% del PIB y el promedio de la región es de 4.7%. La mortalidad materna en nuestro país: 129/100,000 y en la región: 67. El embarazo en niñas y adolescentes: 22/100 mujeres, el más alto de toda la región. Los SIN SIN ( Ni – Ni) son alrededor de 850,000. 22% de la juventud, el más numeroso de América Latina y el Caribe.
Ese desequilibrio y asimetría, consecuencia de una elite política, una partidocracia sin misión de país, con una mera concepción de proyectos individuales, de egocentrismo del poder sin par, es lo que permitió y ha permitido, con cuotas de responsabilidades diferentes, que no cumpliéramos con los Objetivos del Desarrollo del Milenio que eran 8, con 17 metas, del 2000-2015. Abarcaba:
- Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
- Lograr la enseñanza primaria universal.
- Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
- Reducir la mortalidad infantil.
- Mejorar la salud materna.
- Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades.
- Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
- Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Al llegar el 2015 no hubo una evaluación de los que estaban en el poder de por qué no cumplimos con los Objetivos del Desarrollo del Milenio, ni ninguna universidad asumió esa necesaria revisión como academia. Tampoco se asumió el estudio de Jacques Attali, que nos costó como país un millón de dólares, que esbozaba 2010-2020, puente de la Estrategia Nacional de Desarrollo y que establecía en su diagnóstico:
- Un desempleo endémico que introduce 100,000 jóvenes anualmente al mercado de trabajo.
- Una sociedad poco educada y poco preparada para el porvenir.
- Una industria nacional que no responde a la demanda interna.
- La electricidad se ha transformado en un freno a la competitividad y a la iniciativa privada.
- Un sistema de salud ineficaz e insuficiente.
- Una presión fiscal muy baja y un presupuesto sin margen de maniobra.
- La inseguridad y el tráfico de droga han crecido brutalmente.
Ese diagnóstico lleva a los protagonistas del informe Attali a presentar varias iniciativas, a saber:
- Devolver la confianza a las instituciones.
- Desarrollar servicios públicos de calidad.
- Formar a las futuras generaciones.
- Preparar el país para la competencia internacional.
- Organizar el financiamiento de la Estrategia Nacional de Desarrollo.
- Proteger el medio ambiente y ordenar el territorio.
- Integrar al país en la región y en la competencia internacional (todo esto con 77 propuestas).
Diagnósticos, iniciativas y propuestas de hace 13 años y parece como si fuera hoy que se describieran. Es lo mismo que el informe Harvard. Ellos apuntaban a un desarrollo sostenible. Los Objetivos del Desarrollo Sostenible cancanean para darnos cuenta de cómo la elite política, a partir de 1996, ha sido grande en las cosas pequeñas y muy enana en las cosas grandes, vale decir, el gran divorcio, la enorme diferencia entre el decir y el hacer, entre el pensar y el verdadero comportamiento.
Los Objetivos del Desarrollo Sostenible: 2015-2030 plantean: Fin de la pobreza; Hambre cero; Salud y bienestar; Educación de calidad; Igualdad de género; Agua limpia y saneamiento; Energía asequible y no contaminante; Trabajo decente y crecimiento económico; Industria, innovación e infraestructura; Reducción de las desigualdades; Ciudades y comunidades sostenibles; Producción y consumo responsables; Acción por el clima; Vida submarina; Vida de Ecosistemas terrestres; Paz, justicia e instituciones sólidas; y, Alianzas para logar los objetivos.
Todo ello debió conformar una verdadera agenda de desarrollo donde fuera eje nodal, central de los actores políticos y sociales como país, como nación, donde la única diferencia radicaría en la impronta de cada ejecutivo, empero, con una ruta de donde estábamos y a donde queríamos ir, llegar, base de la fisonomía que había que asumir. Nos dimos cuenta, en medio de la alegría, de que una elite política se eclipsaba por el peso del tiempo y emergía una nueva generación que cumpliría con los desafíos de su tiempo. Que tristeza, que asolada penumbra, al comprobar por el peso de la realidad que no parimos estadistas, sino politicastro, que solo piensan en el poder, donde algunos se comportan como si nunca hubieran pasado por el poder.
Hoy, nadie habla de la Estrategia Nacional de Desarrollo, del informe de Harvard, del informe Attali, de los Objetivos del Desarrollo Sostenible que están ahí, imperturbables, cuasi inmutables, porque esa partidocracia no asumió las acciones que hubo de emprender y desarrollar. Se requiere hablar de ellos, como punto esencial, para acometer las necesarias reformas estructurales. La ausencia de lo vital, de lo fundamental, nos llevará en estos momentos a una campaña política electoral tóxica, ríspida, donde lo más que se visibilizará es:
- Inflación.
- Seguridad ciudadana.
- Haití.
Lo de Haití urge la necesidad de un pacto país, de un acuerdo nacional, donde los distintos actores: políticos, empresarios, sociales, jueguen su rol sin fanatismo, fundamentalismo, maniqueísmo; donde lo razonable, justo y oportuno impere. En cuestiones estructurales no deberíamos estar tan fragmentados como país. No se avizoran debates a nivel presidencial ni mucho menos que todo gire alrededor de las ofertas programáticas esbozadas en los programas de gobierno. Veremos una opaca campaña política, propositiva en las trazabilidades estructurales y sí una fuerte oleada por competir quien es más conservador y quienes están todavía en el umbral del siglo XX, con respecto a la evolución de la marcha de la historia y a la verdadera libertad.
Ya no es tiempo de distracción, ni sensorial ni emocional. La sociedad es otra y conoce a sus actores en su verdadera dimensión. Sencillamente, las caretas se han caído.