De las recientes elecciones municipales emergen diversas lecciones de valor incalculable.
Entre las más destacadas figura el desinterés, la apatía y el desencanto que una gran parte de los electores evidencia hacia los candidatos en competencia de los distintos partidos. Esta actitud despreocupada o indiferente de los ciudadanos se ve influenciada, en primera instancia, por las pobres, por no decir desalentadoras, propuestas y consignas electorales presentadas por los participantes. Tanto en las vallas publicitarias, donde se invierten cuantiosas sumas cada cuatro años, como en las intervenciones directas de los candidatos en los medios de comunicación, las "agendas de trabajo" exhiben propuestas lamentables, carentes de profundidad o inteligencia.
También pesa el prolongado tiempo que numerosos candidatos han ocupado funciones públicas. En este fenómeno, además de su deseo de mantenerse en el poder, intervienen las influencias, la disponibilidad de considerables financiamientos cuyo origen no es auditado y los apellidos o los lazos familiares con los fundadores de los partidos (conocidos como "viejos robles"), quienes supuestamente acumularon méritos destacados. En resumen, muchas candidaturas, en todos los niveles, comienzan a percibirse para los electores más informados como un asunto hereditario, un reparto entre allegados al cual pocos aspirantes nuevos pueden acceder verdaderamente.
Un aspecto que no escapa a la atención de los electores es lo que podríamos llamar la "estafa del voto". En un sistema clientelar-patrimonialista como el que prevalece, en un contexto donde muchas necesidades materiales de la gente siguen sin satisfacerse, el votante espera ser recompensado con un empleo, el acceso a una vivienda, la ayuda de algún amigo o familiar, a menudo con algún tipo de beneficio monetario que sale disfrazado del presupuesto público.
En esta misma línea, otros electores, en disminución cuantitativa absoluta, esperan que sus elegidos en las elecciones ya sean alcaldes, directores, regidores o legisladores, contribuyan de alguna forma a resolver los problemas comunitarios o nacionales.
Lamentablemente, cada cuatro años estos problemas persisten o empeoran ante sus ojos. Los viejos problemas, cuyas soluciones los candidatos prometieron comprensivamente durante la campaña, siguen sin resolverse, generando así desencanto, decepción y desilusión en miles de electores que todavía conservan la esperanza de que las mejoras o los cambios significativos en la sociedad dominicana sean posibles.
Muchos electores cercanos, al ser preguntados sobre su decisión de votar, respondieron de manera similar: No sé por quiénes votar, porque todos son iguales. Esta sombría declaración parece evidenciar que la representatividad democrática enfrenta problemas, si no es que ya se encuentra en una crisis profunda. Entendemos que las motivaciones que llevan a los ciudadanos a acudir a las urnas deben estar basadas en la credibilidad, idoneidad y confiabilidad de los candidatos para gestionar en su nombre los asuntos del Estado. Sin embargo, para los ciudadanos más educados, especialmente para importantes sectores de la clase media con formación técnica o universitaria, los candidatos, salvo raras excepciones, distan mucho de cumplir con sus expectativas.
Con ellos ha sucedido algo similar a lo que ocurrió con la música: de los grandes intérpretes y agrupaciones inigualables de hace dos o tres décadas, hemos pasado a la llamada música urbana, que refleja la más pura expresión de un retroceso o deterioro sistémico tanto en la habilidad para musicalizar como para componer, cantar y lograr la armonía de instrumentos y voces que deleiten y conmuevan la sensibilidad en cualquier dirección. De manera análoga, cientos de candidatos carecen de capacidad para razonar, desconocen su propio idioma y no saben organizar ni estructurar sus pensamientos y reflexiones.
Por último, es una falacia pensar que se compite en igualdad de condiciones. Más allá del cuestionable sistema de reparto de fondos públicos a los partidos políticos, el financiamiento privado, proveniente de diversas fuentes, está marcando importantes diferencias en la competencia. ¿Quién verifica la aceptación de dinero externo para apoyar una candidatura particular? ¿Cómo es posible que un candidato a alcalde reciba millones de pesos de fuentes privadas que solo pueden ser retribuidas con favores desde su posición o a través de la deshonesta sustracción de recursos de los contribuyentes mediante numerosas y astutas vías ilegales? ¿Quiénes son los benefactores de los candidatos que invierten tanto dinero en ellos sin esperar aparentemente una devolución del efectivo con beneficios colaterales?
Se acercan las elecciones presidenciales. La publicidad llena de opacidades las reputaciones, las fortunas y las promesas electorales sin sustento profesional de aquellos que aspiran a cargos en el Congreso. No podemos determinar la honestidad ni las buenas intenciones reformadoras, pero sí quedan algunos electores que pueden evaluar la formación, inteligencia y capacidad para ocupar un cargo de cualquier candidato. En relación con las elecciones presidenciales, hemos destacado en esta columna que existen numerosas acusaciones ominosas contra aquellos que hoy buscan volver al timón del Estado dominicano. Ellos mismos no pueden explicar el origen de sus grandes fortunas ni el coste exagerado de las obras realizadas que presentan como argumentos persuasivos.
En este caso, me quedo con los voluminosos expedientes de la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa, las decisiones inmediatas y valientes del presidente en funciones ante atisbos de actos de corrupción en su gestión y con la esperanza de que estas elecciones presidenciales sean una oportunidad aprovechable por la fracción más consciente, formada y responsable de la sociedad dominicana. Vamos a votar conscientes de que se hace evidente la necesidad de renovación profunda en la oferta política, así como una mayor transparencia en el sistema electoral para recuperar la confianza y la participación ciudadana en el proceso democrático.