1

 Pensar, vivir, actuar desde el margen, desde el borde, lejos del centro, del poder de turno, que decide e impone su mandato arbitrario Recorrer la orilla, caminar por los bordes, alejado del centro de poder, de su vorágine hostil y opresora, que siempre opera para afirmarse a sí mismo aplastando al sujeto libre.

2

Romper de una vez por todas con los viejos paradigmas de la acción cultural significa pensar y actuar de otro modo, liquidando la vieja mentalidad, rompiendo con la dependencia del poder político, de la ayuda estatal, del apoyo gubernamental que sólo nos hace seres más subordinados y subalternos al poder del Estado.

 

3

 

Por fortuna, o por desgracia, la lógica que rige a la política no es la que rige a la cultura. Si esto es así, ¿cuál es entonces la lógica que rige a la política cultural: la de la política o la de la cultura?

 

4

 

Frente a la cultura política predominante que nos envuelve y nos envilece, crear una nueva cultura política, de ruptura y renovación, emancipadora; y, con ella, crear un nuevo sujeto, un nuevo ciudadano político y cultural. Frente al fracaso rotundo de las políticas culturales implementadas por los gobiernos democráticos, proclamar el camino de la independencia de pensamiento y acción.

 

5

 

Para una gestión cultural verdadera y eficaz, lo deseable sería romper con la dependencia excesiva del Estado-nación, su gobierno y su partido gobernante, buscar otras alternativas de gestión -la autogestión, sobre todo-, abrirse a la participación de actores y sectores no gubernamentales, comunitarios, independientes.

 

 

 

 

 

6

 

Para el gestor cultural independiente, lo preferible es cultivar una relación colaborativa con el sector privado y no con el sector público. Es más honesto someterse a la lógica del afán de lucro que a la de la demagogia y el populismo.

 

7

 

Es bueno apoyar las alianzas público-privadas, siempre que funcionales y viables y no encubran una intención de asalto privado a lo público. Es bueno también fomentar e incentivar el mecenazgo como institución y como política cultural. La historia nos enseña que los mecenazgos han obrado en favor de muchos artistas y escritores. Pero lo mejor es apoyar la idea de una gestión cultural independiente, no subordinada ni subalterna, como alternativa a lo oficial, a lo estatal. El fomento de este tipo de gestión (alternativa real y viable en muchas regiones del mundo) contribuiría enormemente a acabar con esa mentalidad que nos hace depender demasiado del Estado en materia artística y cultural.

 

8

 

Si, como afirma Octavio Paz, toda reforma debe empezar por el lenguaje, la reforma del lenguaje pasa necesariamente por la reforma del discurso del poder. La crítica del lenguaje, que es crítica del discurso, no se resuelve por necesidad en un nuevo lenguaje, ni se reduce al hecho de la inclusión. El llamado lenguaje inclusivo no es una verdadera reforma del lenguaje, sino una nueva mistificación.

 

9

 

Es triste admitirlo: aunque son oprobiosas y abyectas, las dictaduras suelen invertir más en arte y cultura que las democracias. Y esto por una razón: esta inversión es políticamente conveniente, pues entra en la lógica del discurso de la construcción de la nación y la identidad nacional. En una dictadura el arte y la cultura son elementos de cohesión social que funcionan como armas de propaganda y dominación, del mismo modo que la educación formal es un instrumento de adoctrinamiento y domesticación.

 

10

 

La gestión inútil. Cuando aquella vez en San Cristóbal quise propiciar un encuentro que fuera diálogo sincero entre el movimiento cultural y la burocracia ministerial, mi esfuerzo fue del todo vano. El intento de acercamiento fracasó. A la burocracia cultural no le interesa el diálogo, sino el simulacro de diálogo. Además, la politiquería barata impide toda posibilidad dialógica. La insensibilidad y la ineptitud son incapaces de dialogar con nada ni con nadie.

 

11

 

En la República Dominicana de hoy el desastre de la educación, la crisis de la cultura, convertida en instrumento político, el descuido de las escuelas de artes, la escasa valoración de la ciencia y la investigación científica, el fetichismo del poder y del dinero, equivalen a la derrota humillante del pensamiento crítico, la sensibilidad y la imaginación creadora. Equivalen a la derrota del espíritu, temporalmente vencido por la razón cínica del poder, pero siempre lúcido y resistente, pensando y actuando desde el margen.