“Las oportunidades son como los amaneceres. Si esperas demasiado tiempo, las echas de menos”-William Arthur Ward.
La reelección del presidente Abinader, en un contexto de la mayor abstención de las últimas décadas, asegura la abrumadora supremacía del PRM en todas las instancias gubernamentales con funcionarios elegidos por los ciudadanos. Tener mayoría en el Congreso Nacional y en los gobiernos territoriales puede facilitar la implementación de las reformas que necesita la sociedad dominicana. Sin embargo, si el presidente no cuenta con una estrategia clara, articulada y consensuada, debidamente resumida en un plan cuatrienal de reformas o iniciativas escalonadas de mediano plazo, su última gestión podría culminar en una frustración generalizada.
Estamos presenciando el fin de un ciclo político con la permanencia agravada de las consecuencias dañinas y patrones de conducta de una cultura clientelar-patrimonialista. Predomina el individualismo, la falta de visión estratégica compartida con el sector privado, el patronazgo, el Estado como espacio de negocios y de movilidad social y económica meteórica, prácticas políticas que contravienen el orden jurídico, y el protagonismo de actores centrados en sus propios intereses.
Esta realidad se suma a una agenda sobrecargada de asuntos socioeconómicos y políticos postergados que alimentan la indiferencia y el pesimismo social, así como la apatía política ciudadana.
Entre los problemas postergados, algunos parcialmente aliviados con la ayuda de costosos paliativos, se encuentran los servicios de salud insuficientes y a menudo de mala calidad. Insuficiencia de infraestructuras viales y de servicios de agua. Las desigualdades y la pobreza concentradas en regiones desatendidas por los gobiernos. El caos del transporte a todos los niveles, donde el incumplimiento de normas y la ausencia de autoridad son evidentes. Los rezagos estructurales del sector productivo, que disminuye su contribución al valor agregado nacional, y la falta de un sistema nacional de innovación y desarrollo tecnológico funcional.
Además, persisten otros grandes obstáculos para el desarrollo nacional, como las deficiencias y aberraciones del subsector eléctrico, la crisis del conocimiento reflejada en bachilleres considerados analfabetos funcionales y en la inclinación de las nuevas generaciones por las banalidades, el dinero fácil y la idolatría de falsos héroes con deficiencias formativas básicas.
Es urgente una reforma fiscal integral, equitativa y beneficiosa para el desarrollo nacional junto a la normalización del endeudamiento ante una presión fiscal que requiere ajustes efectivos. La masiva evasión fiscal no solo resta miles de millones al gobierno, sino que penaliza a los contribuyentes responsables. Los precios relativos distorsionados afectan los ingresos de los hogares, y el gasto fiscal mal orientado no va donde debe, funcionando más como sustento financiero de ciertas actividades seleccionadas sin criterios técnicos válidos y que no rinden cuentas a nadie.
Por otro lado, el problema haitiano no puede ser ignorado. El país necesita una agenda de definición de múltiples comportamientos políticos y económicos frente a esta vecindad, forjada por las potencias coloniales en sus pugnas por el avasallamiento económico y el sometimiento político.
¿Cuántas estrategias y planes no hemos visto en los últimos treinta años? ¿Cuántas soluciones ingeniosas han sido propuestas a los problemas más urgentes de nuestro desarrollo? ¿Cuánto dinero hemos gastado en consultorías especializadas cuyas recomendaciones quedan en los salones de su presentación?
El rico armazón de viejas soluciones a nuestros problemas ancestrales, hoy agravados, facilitaría el trabajo del presidente Abinader y de su gabinete. Sobra decir que el Plan de Trabajo del Cambio debe contar con las contribuciones de los órganos de gobierno del Estado, los ministerios, caracterizados por su burocratismo y estériles merodeos en torno a sus misiones de ley. Los aliados del presidente deben estar tanto dentro como fuera de la estructura estatal, siempre que muestren compromiso y determinación inquebrantable para corregir el rumbo de la nación.
El presidente y sus asesores no deben perder de vista el contexto regional y global. Nuestra política exterior debe construirse considerando seriamente las nuevas realidades del mundo, la peligrosidad de ciertos acontecimientos, las vulnerabilidades expuestas del sistema mundial de suministros, los dinámicos cambios geopolíticos y la consolidación de un orden bipolar que ya está encendiendo rabiosas y desmedidas resistencias de parte de los líderes del llamado orden basado en reglas (en sus reglas).