Los resultados electorales recientes han desconcertado a muchos votantes jóvenes que desconocen el sistema de conteo de votos por el que se elige en nuestro país a regidores y diputados. Uno de los casos más notorios es el de José Horacio Rodríguez, quien, a pesar de haber obtenido una de las mayores cantidades de votos preferenciales, no está incluido en la selección para ocupar las curules del próximo período. El sistema no lo favorece ni a él ni a muchos otros candidatos que, habiendo recibido el apoyo claro de la población en las urnas, ven cómo otros con menos preferencia ocupan los espacios disponibles.

El procedimiento de conteo electoral vigente favorece a los partidos que, como tales, reciben más votos. Se utiliza un método de aporcionamiento proporcional que otorga escaños a los partidos en función del número de votos recibidos. Sin embargo, esta lógica de representación responde más a la simpatía de la población hacia el partido en general que a la preferencia por candidatos individuales.

La situación se complica cuando agregamos el voto preferencial a la ecuación. Este voto es una manifestación clara del apoyo del votante a un candidato específico. Sin embargo, cuando el partido es pequeño y no obtiene gran respaldo en las votaciones, esa intención clara de preferencia se ve afectada negativamente.

El momento que vivimos responde a estímulos políticos que generan figuras dentro de la política. Las grandes militancias hacia partidos se encaminan a desaparecer, y la población ya no muestra esas emociones a flor de piel que inspiraba la política de militantes hace unas décadas.

En la actualidad, tenemos un método que protege a los partidos grandes, evita el crecimiento de los pequeños y nuevos, impide que lleguen a los puestos representantes ampliamente apoyados por la ciudadanía y, a la vez, coarta la participación de actores emergentes.

La ocasión presenta un escenario propicio para la reforma del método de conteo para la selección de los candidatos que ocupan las curules por elección popular. Los partidos políticos de nuestro sistema tienen dos caminos: reforzar el carácter ideológico y de propuestas de sus agrupaciones políticas, reviviendo así la militancia política, o impulsar como conglomerado cambios en el método de selección de los candidatos que llegan a ocupar los espacio de representación, apoyándose en el accionar colectivo actual que da votos a una persona y no a una agrupación política.