Hace 76 años, el 10 de diciembre de 1948, la 183ª sesión plenaria de la Organización de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de Derechos del Hombre, a solo tres años de finalizado el conflicto bélico más sangriento de nuestra historia y que los líderes de los Estados Miembros se comprometieron a cumplir.

En sus treinta articulados se expresan aspectos fundamentales encaminados a la preservación de la vida, la libertad, la dignidad, y la igualdad como los ideales que deben guiarnos a “todos los pueblos y naciones” a fin de asegurarnos un mundo en que la paz sea su estandarte.

En dicha Carta se reconoce la libertad y la igualdad en dignidad y derechos, como patrimonio fundamental a lo humano, contenido en su Artículo 1, como incluso se niega de manera rotunda que estado, grupo o persona alguna pueda emprender y desarrollar acciones tendentes a su negación o supresión, en el Artículo 30.

En la 33ª Sesión de la Conferencia General de la UNESCO, realizada en París en el 2005, se redimensiona la Declaración del 48 desde la perspectiva de la bioética, observando las cuestiones éticas vinculadas a la medicina, las ciencias de la vida y las tecnologías conexas a la vida humana en sus dimensiones sociales, éticas, jurídicas y ambientales.

La declaración de la UNESCO se conoce como la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO, homologada de manera unánime por ciento noventa y un países que se dieron cita en dicha Sesión de la Conferencia General en la fecha indicada.

Sus veintiocho artículos enarbolan los principios fundamentales (del articulo 3 al 17), su aplicación (artículo 18 al 21), la promoción de dicha declaración (del artículo 22 al 25), como sus disposiciones finales (artículo 26 al 28), y por supuestos las disposiciones generales contenidas en los artículos 1 y 2.

El conjunto de articulados contenidos en esta Declaración Universal sirve como un marco de referencia coherente y guía para que los Estados miembros del organismo internacional puedan formular sus políticas, legislaciones como incluso, los códigos éticos que puedan orientar los comportamientos en las instituciones en general.

Recoger, enarbolar, sostener y promover el contenido de ambas Declaraciones es hoy un tema de compromiso y agenda de primer orden de todo aquel que aún cree y mantiene la esperanza de que es posible construir “un nuevo cielo y una tierra nueva”, de que es posible apostar a la paz y al desarrollo pleno de todos los seres humanos.

Son cartas de ruta para quienes entendemos que lo contrario no es una opción posible, siendo necesario el reordenamiento de un mundo atrapado por un modelo, una racionalidad económica que no tiene reparos en el agotamiento de los recursos naturales que nos provee la “casa común”. Ver Encíclica papal Laudato-Si.

Y más complicado aún, que, con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información, todos hemos sido transformados en la mercancía por excelencia a explotar, a través del condicionamiento de nuestros valores, gustos y predisposiciones hacia un estilo de vida centrado en el consumo irracional y fatuo.

Es el reinado de lo que Byung-Chul Han llama la psicopolítica, es decir, ese sistema de dominación que lejos de emplear el poder opresor encarnado en el explotador, sigue el camino de la seducción en la esfera de nuestra mente, haciendo de ella la principal fuerza de producción.

En ese mundo y en esa sociedad del cansancio, de la cual nos habla el pensador coreano, pasamos de individuos oprimidos por fuerzas externas que limitan la vida, al Prometeo cansado convertidos en víctima y verdugo de nosotros mismos, condenando nuestra propia libertad a la auto-explotación asumida como estilo de vida.

Nuestro derecho a una vida sana, al bienestar personal y colectivo, a un ejercicio de la libertad responsable, a un vínculo afectivo con los demás, se ven seriamente limitados por una estructura internacional de poder que no muestra el más mínimo respeto a los derechos fundamentales enarbolados. La distopía de Orwell 1984 ¿se hace realidad?

Adela Cortina, reconocida e importante pensadora bioeticista, situándose en el contexto de la época plantea que “todo ser humano es valioso en sí mismo, tiene dignidad, y no precio”. Es decir, es sujeto más no objeto como ha sido reducido por dicho modelo económico.

Diego Gracia, también aclamado y extraordinario bioeticista iberoamericano nos habla de una ética de la vida que va más allá de lo humano sin negarlo, más bien, redimensionándolo en su vínculo con toda la vida misma, nos alienta al compromiso ético, desde la bioética, ante un mundo enfrentado a serias amenazas a la vida.

Nos llama a ir más allá del discurso académico, sin negar su importancia, comprometiéndonos a impulsar en todos los espacios de la vida, sobre todo en aquellos que diseñan y ejecutan políticas públicas, a someter las mismas a la deliberación como procedimiento para la toma de decisiones éticas.

Así los cuatro principios éticos o bioéticos ampliamente divulgados y conocidos: la beneficiencia, la autonomía, la no-maleficiencia y la justicia, cobrarán su mayor sentido y significado encarnándose en toda la vida humana. La frase de K. Marx, en la tesis XI de Feuerbach cobra hoy un sentido especial:

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

La Comisión Nacional de Bioética nos invita, esta vez, a conmemorar estos hechos históricos promoviendo la reflexión acerca de estas Cartas con una experta internacional que no hacen otra cosa que invitarnos a vivir la vida con dignidad.