¿Sabemos en realidad qué es la depresión? Creo que no, como sociedad estamos muy lejos de comprenderlo, aunque toda persona que ha padecido esta terrible e incomprendida enfermedad, o algunos de sus familiares, puede en parte entender su gravedad y su complejidad: es como caer en un pozo de desesperanza profunda que te margina y te doblega, es como vivir sin ganas de vivir… No hay dolor más grande desde el punto de vista psíquico.
La falta o la incapacidad de disfrutar de las cosas cotidianas originan uno de los sufrimientos más grandes e incomprendidos que existen. La pena, que no necesariamente hace llorar, es el sentimiento de vacío, de inutilidad y una sucesión de signos y síntomas hasta el punto de sentir no querer vivir y llegar, en ocasiones, a consecuencias dramáticas, como puede ser el suicidio.
Tenemos que comprender que la voluntad y la actitud son incapaces de contrarrestar estos sentimientos tan hondos, puesto que también están enfermas. Las personas que padecen depresión muchas veces desconocen la magnitud de su situación, son incapaces de identificar esos síntomas tan complicados de diagnosticar y empiezan una peregrinación médica infinita, hasta que, después de un sinnúmero de pruebas (tomografías, colonoscopias, electromiogramas, estudios del sueño, electrocardiogramas, ecografías en todas partes) y ante la normalidad de los resultados y la persistencia clínica, llegan a un psiquiatra como la última estación para la valoración.
Todo este calvario, y lo describo así porque es la historia de la mayoría de los pacientes, que además sufren comentarios despectivos (“no te esfuerzas lo suficiente”, “eres muy vago”, “no tienes fortaleza personal, “eres una persona complicada”), puede llevar, además, a intentar mitigarlo con el alcohol u otras sustancias que complicarán un cuadro clínico ya de por sí extremadamente complejo.
Y, sin embargo, existen evidencias biológicas y científicas documentadas y descritas de cómo una afectación de la bioquímica cerebral altera los sentimientos de esta manera. Si partimos de la premisa de que nadie desea estar enfermo y sufrir ¿cómo podemos identificar o cuáles son los síntomas que debemos tomar en cuenta? Son numerosos y pueden presentarse con mayor o menor intensidad o en un orden u otro… cada paciente es diferente, singular.
No obstante, agrupamos las causas que motivan la depresión en externas (o exógenas) e internas (o endógenas). Las primeras pueden ser la pérdida del puesto de trabajo o una situación económica difícil, una ruptura sentimental, el duelo por el fallecimiento de un ser querido… En cuanto a las endógenas, pueden ser alteraciones endocrinológicas (los cambios hormonales en la pubertad o la menopausia, por ejemplo), la herencia familiar (personas con familiares que hayan padecido depresión) o estados carenciales (personas que padecen anemia o desnutrición por ejemplo). Las mujeres somos más vulnerables a la depresión porque bioquímicamente somos más complejas.
Son síntomas de la depresión la falta de energía, la apatía, el aburrimiento constante, la falta de sentido de las cosas, la indecisión persistente, la baja autoestima, las actitudes compulsivas con la comida o también una falta notoria de apetito que puede llevar a una pérdida notable de peso en un periodo breve… Con un buen diagnóstico, los profesionales de la salud mental somos capaces de prescribir un tratamiento adecuado para llegar a la curación. Pedir ayuda es el paso más difícil, pero el más importante.