Las nuevas medidas fiscales puestas en vigor por el presidente Donald Trump, además de intentar fortalecer la economía de los Estados Unidos, buscan evitar una recesión que ha estado tocando las puertas de este país desde hace varios años.

Su nueva política económica está enfocada en la aplicación de más recortes de impuestos y el incremento de aranceles en más del 10 por ciento a las importaciones, en busca de mayores ingresos.

La imposición de aumentos arancelarios a China, México, Canadá y los países miembros del BRICS, entre otros, afectará de manera directa los precios de los bienes de consumo que podrían aumentar la inflación entre uno y dos 2 por ciento, ya de por sí muy alta.

Estados Unidos es la primera economía del mundo por volumen de su Producto Interno Bruto (PIB), que se proyecta en 29,048.89 miles de millones de dólares para el 2025, con un crecimiento de 2,4% según Citi Wealth, empresa de inversión.

Pero, aunque pareciera increíble, es la nación más endeudada del universo, con 32.9 billones de dólares.

Si los EE.UU. estuvieran en la actualidad en una recesión, Trump jamás lo informaría, para evitar mayor inflación, mayor depreciación del dólar, desplome de los bonos del Tesoro, y desplazamiento de los inversionistas en busca de otras monedas más fuertes.

Estos están muy pendientes de la nueva política fiscal de Trump, y el impacto que tendrá a lo interno y externo del país.

Durante sus primeros tres años de su primer mandato (2017-2021), Trump logró que se crearan 6.6 millones de empleos, mejorando así la economía con grandes inversiones públicas en infraestructura.

Ahora ha regresado a conducir una nación debilitada por la pérdida de poder del dólar, especialmente frente a los países miembros del BRICS, quienes se fortalecieron a los ojos de la administración del presidente Joe Biden quien, al parecer, hizo muy poco para evitar ese crecimiento.

La pandemia del coronavirus, que azotó al mundo a principios de la década de 2020, dejó millones de muertes y colapsó las economías de países con gran poder de competitividad.

En el caso de los Estados Unidos, afectado por igual, el desempleo subió a niveles nunca vistos desde la gran depresión de la década de 1930.

Esa gran depresión, que se extendió a nivel global, fue por causa de la caída drástica de la Bolsa de Valores de Nueva York y la quiebra de muchos bancos comerciales.

Al regresar a la Casa Blanca, el pasado 20 de enero, Trump ha tomado varias medidas buscando proteger, entre otras cosas, el empleo nacional tal y como lo hizo en su primer período de gobierno.

Pero lo ha hecho volviendo a aplicar la deportación masiva de indocumentados, que de una forma u otra ayudan con su trabajo informal a la economía de EE.UU.

Trump debe entender que esos 11 millones de indocumentados no solo son grandes consumidores, sino que su mano de obra barata ayuda a que los productos agropecuarios, la construcción, el procesamiento de alimentos, servicios en restaurantes y supermercados sean menos costosos, evitando con ellos la inflación.

Hoy, la comunidad hispana legalmente establecida en EE.UU., así como de otros grupos étnicos, se siente decepcionada y traicionada porque apoyó con su voto el regreso de Trump al poder.

En protesta por la política anti-inmigrante que afecta a sus familiares y amigos indocumentados, esa comunidad realiza manifestaciones de protesta por todo el país para dejarse sentir, y lograr que la administración Trump flexibilice su política migratoria.

Los inmigrantes indocumentados, laboriosos y respetuosos de las leyes, no son un peligro para la seguridad nacional, ni un estorbo para los planes económicos y políticos de la presente administración.

Trump debería rectificar y modificar esa orden y endurecer la persecución de aquellos que han venido a cometer actos criminales.

Si lo hace, lograría revertir su mala imagen, especialmente frente a millones de ciudadanos hispanos en EE.UU., que le ayudaron con sus votos a llegar donde hoy quería estar, dirigiendo los destinos del país desde la Casa Blanca.