Transitando por la autopista Duarte rememoré dos historias. No llegaron solas; fueron traídas por lo que viví hace algunos días en la principal autopista del país.
La primera historia tiene que ver con Felipe Polanco (Boruga). Recordé una ocasión en la que lo escuché comparando con el propósito de provocar risas. El afamado humorista aprovechaba una de esas características que, si bien muestran nuestro modo generalizado de proceder, con conductas que debieran avergonzar, suelen ser usadas para hacer reír.
Boruga comparaba el uso de señales en las vías de comunicación terrestre. De manera específica, el humorista contrastaba el uso de advertencias cuando se realiza algún trabajo de reparación o mantenimiento en calles, carreteras o autopistas. Su atención se centraba en confrontar los modos de advertir en el denominado mundo desarrollado y en los demás países.
Felipe Polanco contaba que, en Estados Unidos, al manejar en una autopista es normal encontrarse con una estructura de gran tamaño con luces intermitentes que advierten sobre la necesidad de reducir la velocidad. Según contaba, algunas millas después te indican que dispones de un carril menos en la vía.
Seguía contando que un poco más adelante, en efecto, con conos o algunos otros objetos, siempre con colores muy llamativos, se anula uno de los carriles, pero que absolutamente a nadie se le ocurre ni por asomo la idea de usar el paseo como carril o distribuir dos carriles para hacer tres filas; sencillamente se sigue a la velocidad dispuesta por la autoridad, cediendo el paso a quien primero ha llegado al carril de que se dispone, sin esa desesperación de adelantarse a todos los demás.
Completaba Boruga la primera mitad del cuento, relatando que una milla más adelante nos encontramos con que el “trabajo en la vía” consistía en ajustar una tuerca en un soporte para una señal de tránsito.
Al describir las advertencias usadas en nuestro país, Boruga contaba que, yendo por una vía cualquiera te puedes encontrar con una rumba de arena que en la cúspide tiene una lata en la que echaron un poco de gasoil, que ya se terminó, con un trapo como mecha, que funcionó mientras hubo carburante. Y que, a seguidas hay un hoyo en el que sueles caer, a menos que cuentes con súper poderes y alta especialización en reflejos.
La otra historia me toca muy de cerca. Durante un paseo familiar, en el que se incluía una pareja amiga que vive en Estados Unidos y había venido de vacaciones al país, íbamos en recorrido ella y él, mi compañera y dos de mis hijos, en etapa de preadolescencia.
Nos detuvimos a comprar algo para “picar”. Galletas, chocolates, guineos, mandarinas, agua y algunas bebidas refrescantes se sumaron a lo que ya teníamos como provisión.
Él estaba entusiasmado con las frutas. Aludiendo que las de allá son muy “sintéticas” y las de aquí “son de verdad”, las engulló con deleite. La sorpresa vino cuando el hombre bajó el cristal –fue muy notorio por el ruido que ello provoca a alta velocidad- para lanzar los desperdicios por la ventana.
Ella, quien me conoce más que él, no dudó en llamarle la atención. –“Tú no haces eso allá”, le enrostró. –“Estamos de vacaciones”, tuvo el tupé de responder él.
El ambiente se tornó algo tenso. Pero no debíamos echar a perder un día de disfrute. Por eso se procuró cambiar de tema. Y, como habría de esperarse, aproveché la primera oportunidad para renovar en mis pequeños lo que hasta ese día se había enseñado, además de verbalmente, con el ejemplo.
Manejando por la autopista Duarte rememoré a Boruga y a mi amigo que lanza desperdicios desde los vehículos a las vías, según dice, cuando está de vacaciones.
Conduciendo por la autopista Duarte se nota que es muy grande el club de gente como mi amigo.
Recorriendo la autopista Duarte reparamos en el escaso criterio de quienes realizan trabajos de mantenimiento o reparación.
Creo que todavía estamos a tiempo para que transeúntes, viajeros y conductores demostremos que se puede avanzar. Pienso que resulta muy oportuno que tanto autoridades como responsables de los trabajos en esa importante vía demuestren que de verdad avanzamos.
Que no me lo digan. Que me lo demuestren en la calle.