"Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro, no los descendientes de nuestro pasado".  Miguel de Unamuno

El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, que ya es el presidente electo de Brasil y su mandato comenzará con el inicio del 2023, es una bocanada de aire fresco en nuestro continente. El camino que recorrió para que poco más de 60 millones de brasileños y brasileñas le votaran da para una película o una serie de las que vemos en Netflix. Muchas lecturas saltan del hecho que derrotó a Bolsonaro, comenzando con la celeridad con que fue felicitado por líderes mundiales, brindando la impresión de la alegría por deshacerse de un gobernante díscolo y fanático que provocó más de medio millón de muertes por su rechazo a la realidad de la COVID y que se esforzó en debilitar la democracia brasileña por diversos medios. Su adhesión a la Constitución y rechazo de quienes protestan por su derrota es una buena señal. ¡Ojalá se comporte mejor que Trump!

La pareja Trump-Bolsonaro literalmente desestabilizó la democracia en las dos naciones más grandes del continente americano, fanatizando a millones de seguidores, estimulando a los grupos de extrema derecha y su agenda aporofóbica, racista y misógina, sacando capital político de la ingenuidad de los fundamentalistas religiosos y derechizando la clase media en base a mentiras. El espacio formativo y expresivo de esos grupos de extrema derecha son plataformas virtuales como Twitter, que se ha convertido en la “realidad” para muchos hombres, mujeres y jóvenes. La creación de cuentas falsas, la tergiversación de hechos y de manera privilegiada las falsedades cargadas de orientación ideológica han trastocado la mente de millones de personas en todo el mundo.

Una muestra local de esa enajenación fue la “protesta” de un grupo de diputados dominicanos frente a la agenda de la 52ª Asamblea de la OEA en Perú, inventando una propuesta Illuminati. La estupidez se está normalizando. Y ahora la extrema derecha criolla rechaza el Censo Nacional porque va a contar a todos y todas, incluyendo los haitianos que viven en nuestro país. Un argumento descabellado fruto del racismo más rancio.

Que la escogencia de Lula es la consolidación de gobiernos progresistas en América Latina o que la Extrema Derecha perdió su bastión más importante en el continente, son las dos caras de la misma moneda. El objetivo de los grupos neofascistas (con las dificultades teóricas de ese concepto) no es solo detener la expansión de los derechos de los grupos más vulnerables, sino eliminar los derechos logrados en los últimos dos siglos por las mujeres, los trabajadores, los jóvenes, los emigrantes y las minorías étnicas. Para lograrlo buscan disolver la democracia y articular un Estado autoritario que garantice un orden económico y social desigual para beneficios de los grupos urbanos, blancos y conservadores. El golpe de Estado en Bolivia en el 2019 es el paradigma para esos grupos reaccionarios.

Enfrentar a esos enemigos de la vida, de la justicia, de la paz, de la razón, implica un esfuerzo para todos los que estamos comprometidos con la democracia, la tolerancia y la equidad. Académicos y activistas sociales, artistas y científicos, trabajadores y artesanos, adultos y jóvenes, debemos hacer un esfuerzo por recuperar el impulso por el cambio social. Las conquistas logradas están puestas en cuestionamiento y el freno por seguir avanzando demanda que desde nuestros medios y recursos nos esforcemos en dar luz sobre los problemas que enfrentamos y desmontando las mentiras ideologizadas que se propalan por las redes sociales. Hay que denunciar y presionar para que las pandillas violentas inspiradas en el odio hacia otras personas sean sometidas a la justicia y rechazar a los liderazgos que los respaldan o toleran.

Cuando en la última década del siglo pasado, con la disolución de la Unión Soviética, se afirmaba que había terminado la lucha ideológica y que la derecha pasaba a ser el poder dominante, con su agenda de exclusión y explotación, hasta llegar al extremo de afirmar que la historia había acabado, muchos se rindieron a ese estatus quo. En la historia de los pueblos y los Estados es natural esos vaivenes y que cada generación debe defender las conquistas logradas y avanzar hacia una sociedad humana más decente. Debemos ser los progenitores del futuro. Un futuro de tolerancia y racionalidad, de democracia y construcción del bien común, donde el odio no tenga cabida.