“…Los derechos políticos y las libertades aumentaron en todo el mundo durante las tres décadas y media transcurridas entre 1974 y principios de la década de los 2000; pero lleva quince años seguidos disminuyendo hasta 2021, durante lo que se ha dado en llamar “recesión democrática” o incluso “depresión democrática”. (Freedom House).
Decía el Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillen “cualquier tiempo pasado fue peor”. La dialéctica de la naturaleza humana y por ende, social, lleva en su seno la contradicción que la hace crecer, evolucionar y desarrollarse. Es esa misma paradoja la que nos hace crecer en todas las dimensiones de la existencia, de la vida. El signo ineludible ha sido el progreso en sus distintas formas de organización social, económicas y políticas.
Hoy nos encontramos en un verdadero tránsito de la humanidad que no nos ancla ni nos permite andamio de solidificación, que se expresa en la incertidumbre permanente y ello nos lleva a vivir una vida diferente: de poca reflexión y de poco repensar lo que hacemos y lo que hicimos ayer. Una incertidumbre que nos ha llevado a lo que Zygmunt Bauman denominó la sociedad líquida. En esa sociedad líquida se instaló la incertidumbre como pesebre permanente que ahuyenta la certidumbre y nos coloca en un mundo de relativismo, de emoción y de pasión, sin la necesaria canalización de la racionalidad. Es el encuentro frágil de la posmodernidad, allí donde nos sentimos libres y sin control, sin darnos cuenta que el panóptico digital de la Psicopolítica de Byung-Chul Han, nos vigila de manera sempiterna y nos grafica el holograma perfecto de nuestro complejo perfil.
La democracia, como régimen político, ha sido la respuesta de la humanidad en la búsqueda del bienestar, de los derechos políticos, civiles, humanos. Sin embargo, ella en los últimos 18 años ha sufrido un proceso de aflicción, de involución muy agudo que ha sido posible merced a varios factores concurrentes:
- En muchos casos, ella no ha dado salida a las condiciones de vida de gran parte de la población mundial. De 8,000 millones de seres humanos más de 3,500 millones son pobres y vulnerables. Alrededor de 2,500 millones no tienen acceso a agua potable, sistema sanitario y energía eléctrica. Todos los días mueren en el mundo alrededor de 30,000 personas de hambre cuando la riqueza creada produce 8 veces más que las necesidades del planeta tierra. Esa desigualdad abismal, horrida que crea el capitalismo a través de un crecimiento newtoniano de la desigualdad, sin políticas audaces que mitiguen y neutralicen esa tormenta de inequidad ignominiosa. El resultado es que cada vez más grandes grupos humanos buscan alternativas sin importar la manera de abordar el tipo de sistema político en esa democracia: dictadura, autoritarismo y desarticulación de la estructura institucional de la democracia: Tribunal Constitucional, Suprema Corte de Justicia, Congreso, medios de comunicación, órganos de control y contrapoder al Poder Ejecutivo.
- La ruptura de la estructura institucional que da soporte y vida a la democracia es vapuleada y bombardeada desde los mismos canales de esta. Es decir, actores políticos que llegaron al poder a través de los mecanismos de la estructura democrática (elecciones libres y competitivas, libertad de expresión y de asociación, el imperio de la ley) y una vez allí comienzan a destruirla, a diezmarla, para construir su agenda mesiánica del poder, sin límites, sin rendición de cuentas y con el auge del autoritarismo sin par. Los casos de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Víctor Orban en Hungría, Tayyi Erdogan en Turquía, Kacsynski en Polonia, Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela, lo que está ocurriendo en Perú con el ascenso al poder de Pedro Castillo, con el golpe y contragolpe institucional. En algunos de esos países la estructura institucional colapsó y en otras quedó constipada.
Ello se expresa en la vileza de un populismo descarnado donde no se reconocen los derechos, ni la diferencia. Allí donde la tolerancia y la inclusión ya no son conquistas civilizadas de la humanidad. Ese populismo de ultraderecha y de una izquierda redomada nos quiere retrotraer a los años 30 del Siglo XX. El deterioro de la democracia está creciendo por otra parte, porque los actores políticos no se sitúan al alcance de la agenda societal. No responden a los retos tan sencillos como es respetar sus propias reglas ni ponerse a la altura de las evacuaciones normativas creadas por ellos mismos. Creen que el presente ha de ser permanentemente, una prolongación del pasado.
El deterioro de la democracia, por ejemplo, en Brasil, se debe en gran medida a la profunda fragmentación de la sociedad y la alta polarización política que existe en la misma. Adam Przeworski en su libro Las crisis de la Democracia nos recrea, sin decirlo, lo que pasa en el país más grande y más poblado de América Latina “La polarización política, que tiene raíces profundas en las divisiones económicas, sociales y culturales, vuelve las derrotas electorales difíciles de aceptar e induce a los perdedores a orientar sus acciones fuera del marco de las instituciones representativas”.
La polarización política de Brasil está determinada más allá de las elecciones mismas lo que entrampa “… cuando lo que está en juego en las elecciones no es demasiado pequeño, esto es, cuando los resultados de las elecciones tienen incidencia en las políticas que procuran implementar los gobiernos y en el bienestar de los diferentes grupos, ni demasiado grande, lo que equivale a decir cuando una derrota electoral no resulta intolerable para los perdedores”. El acotamiento es dable desde la perspectiva y visión de Adam Przeworski, empero, acusa mayor pertinencia y reflexión cuando abordamos en subrayar que va más allá de la ideología (Izquierda, Derecha) y del grado de institucionalidad. Cobra cuerpo también por la personalidad de los actores involucrados. El daño es menor en la medida que el cuerpo de la estructura institucional es más sólido. Sin embargo, refleja una nueva mirada la democracia para su innovación.
Repensar los desafíos para construir más y mejor democracia. No a la autocratización democrática. Lo que estamos viendo es una subversión a las instituciones democráticas, ora por el desconocimiento a su viabilidad y procesos y procedimientos, ora por retroceder en las leyes ya pautadas que requieren nuevos niveles de transparencia y de rendición de cuentas. En América Latina y el Caribe partidos que otrora dominaron por décadas el espectro político, hoy ya ni existen. Nuevos partidos que surgen y desaparecen con la misma velocidad que emergieron. Outsourcing, cuasi expresión del desastre experiencial que deviene en esperpentos más agudos. En el mundo empresarial el outsourcing es un éxito, pues se trata de un mecanismo de especialidad transferido a otra para mayor eficiencia, eficacia y calidad. Gobernar, en cambio, sugiere gerenciar, empero, ha de trascender.
El deterioro de la democracia se singulariza en la brecha, el abismo que existe entre los ciudadanos y las instituciones, de cómo los ciudadanos y ciudadanas logran satisfacer sus necesidades en la estructura institucional en que descansa la sociedad; el signo ominoso, no tolerable en la diferencia entre ciudadanos y partidos y la enorme crisis de representación (Congresual, Municipal), todo lo cual queda depositado en la cúpula partidaria de la partidocracia dominicana.
Para los años 70 del siglo pasado, Samuel Huntington llamó la Tercera ola de la democratización cuando España y Portugal entraron al sistema democrático. Esto llegaría a los primeros años del Siglo XXI, cuando hoy vemos la captura desde los mismos cimientos de los mecanismos establecidos por el stablishment. El trastrocamiento no ha sido para la construcción de más y mejor democracia, sino más deterioro y menos legitimidad al desconocer los derechos.