El Latinobarómetro es una institución sin fines de lucro chilena que implementa una investigación anual en 18 países latinoamericanos. Su interés es el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad en su conjunto, usando indicadores de opinión pública que miden actitudes, valores y comportamientos. Tiene un gran valor en cuanto mide la percepción de las sociedades latinoamericanas en dichos temas y su regularidad contribuye a identificar tendencias ascendentes y descendentes en tales cuestiones.

En su informe del 2021, que fue ampliamente comentado en la prensa nacional, el apoyo general a la democracia es de un 49% a nivel continental, cuando una década atrás era de un 63%. Ese descenso ha de preocuparnos porque señala que la construcción de la democracia va perdiendo público e interés. Complementario a esa situación un 13% apoya el autoritarismo y un 27% es indiferente al tipo de gobierno en su país. En América Latina pierde atracción la democracia y más un cuarto por ciento de la población no le importa que régimen les gobierna. Por supuesto esto es una percepción capturada por una encuesta y no refleja necesariamente los vaivenes de opinión locales frente a crisis políticas, elecciones o proyectos de cambio.

Los dos países que en el 2021 eran punteros en el respaldo a la democracia fueron Uruguay con un 74% y Venezuela con un 69%. Dos sociedades profundamente diferentes, la primera con una sólida tradición democrática y tolerancia política, incluso a pesar de la dictadura criminal que los gobernó del 1973 a 1985, un hecho opuesto a toda la tradición política uruguaya. El caso venezolano es curioso, podría pensarse que es una expresión del anhelo de esa sociedad por recuperar su vida democrática que se originó con el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez en enero del 1958 y fue descomponiéndose por la corrupción hasta que Hugo Chávez concita el respaldo popular en las elecciones de febrero del 1999. El régimen chavista hasta la actualidad ha mantenido la formalidad de las elecciones -Trujillo también lo hizo- pero volcó todo el poder del Estado para impedir a toda costa un triunfo electoral de la oposición, sin dejar de reconocer que tanto Chávez, como Maduro, han enfrentado la injerencia obscena de los Estados Unidos en su vida política y económica. Ambas verdades deben reconocerse.

En RD el apoyo a la democracia en el informe del 2021 fue de un 50% y un 13% respalda un régimen autoritario. Un 39% de los dominicanos dice estar satisfecho con la democracia en nuestro país, lo cual es significativo luego del fracaso de las elecciones municipales de febrero del 2020 que obligaron a volver a convocarlas al mes siguiente. El respaldo a un régimen autoritario es mayor que la votación tradicional de la extrema derecha que no pasa de un 2%. Las propuestas trujillistas, misóginas, racistas y xenófobas no logran concitar votos, pero constantemente intentan influir con su agenda reaccionaria en gobiernos como el de Leonel Fernández o Luis Abinader.

La institución que genera más confianza en América Latina es la Iglesia con un 61% y la que menos lo hace son los partidos políticos con un 13%. En el caso dominicano la Iglesia obtiene una puntuación mayor con un 72% y también es mayor la confianza en los partidos políticos, un 24%. Solo en Uruguay (58%) y República Dominicana (52%) se encuentra una mayoría de la población cercana a un partido. En otros países, el caso venezolano es paradigma, los partidos políticos decrecen aceleradamente y eso abre las puertas a líderes populistas con más discursos que planes concretos. Por último, el Latinobarómetro del año pasado señala que en nuestro país un 66% de dominicanos manifestó intención de votar y el 56% consideró que hay que votar siempre. Aunque las elecciones no son garantía de democracia, es un hecho que no hay democracia sin elecciones libres y competitivas.

Hace 58 años Bosch escribía sobre los actores que promovían la democracia en la República Dominicana. “Las esperanzas de que la democracia pudiera establecerse algún día en la República Dominicana estaban en la juventud que andaba alrededor de los veinte años y en las grandes masas populares, y mucho más en las últimas que en las primeras, porque en las primeras había una influencia comunista que iría extendiéndose en la misma medida en que se prolongara la nueva dictadura” (Bosch, 2009, v. XI, p. 252). Esa nueva dictadura eran los golpistas militares y civiles que, con el respaldo del Departamento de Estados Unidos, habían ahogado la voluntad popular con el brutal golpe de Estado de septiembre del 1963. El recelo por la democracia en ese momento tiraba hacia la izquierda y la derecha, hacia la primera estaban los jóvenes que buscaban un régimen como el que recién había instaurado Castro en Cuba, en cambio hacia la derecha, en el poder al momento de Bosch escribir desde su exilio en Puerto Rico, buscaba un régimen trujillista sin Trujillo, igual de criminal y corrupto, que fue el motivo de tumbar a Juan Bosch.

El ojo clínico de Bosch sobre la realidad de nuestra sociedad nos brinda un párrafo brillante que ameritaría volúmenes de estudio. “La coherencia de la gente de los barrios les da más salud mental y psicológica que la que tiene la mediana clase media. Al fin y al cabo, inconformes consigo mismos porque no viven en su ambiente propio, los miembros de la mediana clase media dominicana se llenan de complejos; se amargan, se frustran, se pierden el respeto a sí mismos, y el resultado es esa cantidad impresionante de divorcios, de familias destruidas, de enemistades personales, que se advierte al primer contacto con la mediana clase media dominicana; o son las abundantes sorpresas en la conducta personal o social de gentes que parecen actuar como si en la vida no hubiera principios. Tanta inestabilidad psicológica y mental produce, como es claro, inteligencias entorpecidas por conceptos falsos. Que la alta clase media no supiera qué es la democracia, se explica porque ese grupo social no piensa con el cerebro sino con sus cuentas de banco; no tienen células cerebrales sino dólares. Pero que la mediana clase media no supiera qué es la democracia se explica debido a que los innumerables complejos creados por su tipo de vida social falso le han bloqueado la inteligencia; estos no piensan con dólares sino con pasiones, con resentimientos, con frustraciones” (Bosch, 2009, v. XI, p. 255). Los gobiernos que hemos tenido del Partido Reformista, el PRD y el PLD desde 1966 son evidencias claras del juicio de Bosch.