Uno de los factores esenciales para entender la sumatoria de varios sectores distintos en el objetivo de derrocar el gobierno del PRD con Juan Bosch como presidente fue la decidida voluntad de combatir la corrupción del mismo. El tema nunca fue tratado en público por los golpistas (militares, líderes políticos, algunos clérigos, empresarios, periodistas y agentes del gobierno norteamericano) pero en los diálogos íntimos siempre surgía la cuestión de que el presidente les estaba dañando sus “negocios” o afectando sus “intereses”. La herencia de Trujillo, el mayor corrupto de nuestra historia, fue dejar un gran cantidad de vástagos que buscaban emularlo. A diferencia del régimen del sátrapa donde todas las maniobras perversas del régimen eran ocultas, a partir del segundo semestre del 1961 la sociedad dominicana comenzó a vivir un espacio de libertad donde muchos medios de comunicación denunciaban los negocios sucios y las acciones autoritarias de civiles y militares, de funcionarios gubernamentales y representantes de compañías privadas.
El análisis de Bosch toca aristas que no eran perceptibles para muchos de los que se quedaron en el país y no pudieron conocer otras realidades donde la democracia se implementaban. Afirma él que: “Ese ambiente de corrupción era el caldo en que prosperaba una parte de la clase media dominicana, la porción de clase media que no se había preparado para obtener beneficios mediante la capacidad, en competencia honesta y abierta, y se las arreglaba para obtenerlos mediante el fraude, el negocio en la sombra, el favor del gobernante. Ahí estaba la clave de que la clase media dominicana —como ha sucedido con tantas otras en toda la América Latina en diferentes ocasiones— fuera tan indiferente en la defensa del régimen democrático, pues en el régimen democrático siempre se está expuesto a que alguien, en un mitin, en la radio, en un periódico, denuncie cualquiera de esos negocios turbios; y aunque a menudo el ambiente de corrupción es usado por los políticos sin escrúpulos para acusar a todo el mundo de todas las infamias, lo cierto y verdadero es que la amenaza de que una de esas denuncias sea legítima asusta a los que viven del fraude, y su miedo acaba convirtiéndose en deseo de que desaparezca el sistema de gobierno que permite las denuncias públicas” (Bosch, 2009, v. XI, p. 218-219). Esa relación entre democracia y corrupción, específicamente con el comportamiento de un segmento de la clase medida -lo que luego Bosch llamaría pequeña burguesía-, tenía en el 1963 el aspecto de que eran develados a la opinión pública sus fechorías, a lo que no estaban acostumbrados. Para ese grupo derrocar a Bosch no bastaba, tenían que lograr que quien le sucediera cerrara los grifos abiertos de la libertad de opinión y la prensa libre.
Si una parte de la clase media medraba corruptamente en la penumbra a que estaban acostumbrados por tres décadas, la otra parte, y en gran medida la juventud, respiraban el aire fresco y la luz de la libertad que les permitía avanzar en la construcción de una sociedad decente y próspera. Siempre la juventud impulsa cambios en la sociedad y en el caso dominicano de inicios de los años 60 se rebelaba contra el autoritarismo y la corrupción que arropaba nuestra nación. Para Bosch era importante que esas ilusiones de cambio no se frustraran. Permitir que la corrupción siguiera mataría la democracia. “Por otro lado, la corrupción tiene consecuencias malas en un campo distinto: mata la fe de los que desearían tener fe en la democracia, especialmente entre los jóvenes; y esto es mucho más cierto en la América Latina, donde tal vez por esa misma tradición de fraude o por la necesidad de compensación para establecer el equilibrio que demanda la vida, la juventud tiene una necesidad vehemente de que la moralidad pública gobierne los actos de los que están en el poder” (Bosch, 2009, v. XI, p. 219). No es de extrañar que haya sido la juventud en la historia de nuestro país quien ha pagado con más muertos, exilio y represión los esfuerzos de sectores autoritarios y corruptos que no desean el avance de la democracia y la prosperidad del pueblo más pobre. Desde Duarte, hasta Germán Aristy y Orlando Martínez, por mencionar luces fulgurantes de nuestra historia, vemos como la extrema derecha y los grandes ladrones del erario inmolan sin misericordia a quienes se esfuerzan en construir una mejor sociedad.
Si Trujillo se apoyó firmemente en las fuerzas armadas para sostenerse en el poder, a su vez los convirtió en socios menores de sus negocios, alentando que buscaran las migajas que caían de la corrupta mesa de él y su familia. Al marcharse el dictador al infierno y su familia al extranjero, no es de extrañar que la cúpula militar operara como herederos del modelo corrupto de su extinto jefe. Bosch va develando todo el entramado de corrupción que existían entre los militares. “Yo sabía, por denuncias privadas, que en los institutos armados —ejército, aviación, marina y policía— el cobro de comisión era un hábito; sabía también que los jefes acostumbraban nombrar intendentes que debían compartir con ellos las comisiones, y que cada cierto tiempo, cuando se consideraba que ya el intendente había percibido una cantidad de dinero suficiente, se nombraba uno nuevo para que se “acomodara”. Esa especie de institucionalización del robo llegó a tal punto que en la madrugada del 25 de septiembre, antes aún de firmar la proclama del golpe de Estado, los militares golpistas discutieron la materia de las comisiones y resolvieron nombrar intendentes nuevos cada seis meses; y ahí mismo se acordó en qué orden de tiempo iban algunos de los firmantes de la proclama a ser nombrados intendentes. Con la autorización para cobrar comisiones se pagaba el asesinato de la democracia” (Bosch, 2009, v. XI, p. 219). Todo el discurso anticomunista, que pretendía ser una alabanza a la libertad, no era más que el oropel para lograr que el “negocio” corrupto en el seno de los militares avanzara, y para lograrlo había que liquidar la democracia y sacar a Bosch del poder. Todos los que se embarcaron en esa propaganda anticomunista para tumbar la primera democracia dominicana eran, o los estúpidos más grandes de nuestra historia, o los perversos más siniestros de nuestra sociedad. Frente a ellos siempre estuvieron los abanderados de la democracia, la justicia, la moralidad pública y la prosperidad de nuestro pueblo, en 1963 y en la actualidad.