En el análisis sobre la democracia que realiza Bosch en su libro Crisis de la democracia de América en la República Dominicana publicado en 1964 tiene tanta actualidad en esta tercera década del siglo XXI que confirma la hondura y precisión del autor en el estudio de los temas sociopolíticos, trascendiendo la coyuntura histórica, con una visión de largo alcance. Constata Bosch que: “La democracia latinoamericana tiene numerosos enemigos, y sin duda los más fuertes están en la América Latina, en la debilidad intrínseca de sus estructuras sociales, en la falta de respeto propio de estos pueblos, en la carencia de amor a lo suyo y de fe en su destino. Pero pocos de esos enemigos son tan inmediatamente dañinos como los periodistas irresponsables de Norteamérica. Los hay responsables, pero hablo de los que no lo son” (Bosch, 2009, v. XI, p. 177). Basta constatar los esfuerzos que está haciendo la extrema derecha de habla hispana para contener los movimientos políticos progresistas de nuestro continente, socavando el respeto propio de nuestros pueblos, anulando el sensato amor a lo suyo y sobre todo socavando las instituciones. La reunión del llamado Foro Madrid en Bogotá intenta frenar las grandes posibilidades del triunfo de Gustavo Petro en las elecciones del 29 de mayo del presente año, una vez que no pudo detener el arrollador triunfo de Gabriel Boric en Chile.
Luego del gobierno de Trump y su intento de golpe de Estado en enero del 2021 se han envalentonado los grupos reaccionarios en América Latina y Europa, impulsando una agenda misógina, racista y negadora de los derechos humanos. La aniquilación de la democracia, el impulso al poder de élites masculinas blancas y el establecimiento de modelos económicos que incrementen la explotación son objetivos de la mayor parte de esos movimientos. A la cabeza, intentando ingenuamente reconstruir el imperio español en América, se encuentra Abascal y Vox, promoviendo el odio contra los indígenas, como lo hicieron los golpistas bolivianos en 1919 con el respaldo de la Ustacha.
En el segundo aspecto, sobre el rol de una parte de la prensa de Estados Unidos en la propagación de mentiras para impulsar la agenda imperialista y el predominio de los intereses económicos de los grandes capitales norteamericanos, ya Bosch tiene claro en 1964 cómo influyó en el golpe de Estado del 1963. El caso de Ucrania en la actualidad muestra cómo la ideologización de un tema económico -la venta del gas ruso a Europa- ha puesto a millones de seres humanos en peligro de muerte y la posibilidad de que, si ocurre un hecho bélico, de nuevo volverán grandes contingentes de emigrantes a tocar las puertas europeas, igual que los sirios y los iraquíes. Varios actores de la prensa de los Estados Unidos llevan la agenda de ese negocio hacia delante, como lo han intentado muchas veces para generar una guerra entre Venezuela y Colombia.
Bosch enfatiza el rol de esos periodistas. “Una materia tan delicada para un país de intereses mundiales, como son las relaciones exteriores de los Estados Unidos, no puede ni debe estar a expensas de que la manejen periodistas sin autoridad y sin capacidad. Algunos de esos periodistas son francamente enemigos de la democracia latinoamericana, dondequiera y como quiera que esta se produzca, y muy pocos son en verdad conocedores de lo que está formándose en el subsuelo político de la América Latina” (Bosch, 2009, v. XI, p. 179). Esa enemistad de una parte de la prensa estadounidense se debe a la profunda amistad de esos medios de comunicación con los intereses económicos y políticos de un sector del Complejo industrial-militar. La guerra antecede a los negocios en muchos casos y a la vez es el negocio. Ocurrió con Vietnam y con Irak, pero parte de la prensa se ocupó de convertirlo en un conflicto legítimo, fuera por el comunismo o las armas de destrucción masiva, todas mentiras. Cierto que hay prensa Norteamérica crítica con su gobierno y los intereses de ese Complejo que viene siendo denunciado desde el tiempo de Eisenhower. Casos como Watergate o Irán-Contras fueron llevados a la atención de todo el mundo por una parte de la prensa norteamericana y provocaron cambios políticos y procesos judiciales.
La siguiente cita si que no corresponde a lo que está pasando en Estados Unidos en el momento presente, pero sigue vigente en el caso latinoamericano. “Los norteamericanos de hoy no tienen ante sí la función casi heroica, y por tanto muy respetable, de crear una democracia. Ellos encontraron la suya hecha cuando vinieron al mundo. No saben, ni se imaginan siquiera —con sus lógicas excepciones— cuánto esfuerzo cuesta, cuánto trabajo demanda, cuánta pasión exige la tarea de crear una democracia precisamente en la hora en que la democracia tiene más enemigos y encara más peligros. El problema del norteamericano de hoy es defender los bienes que él disfruta dentro de un régimen democrático, y la defensa de esos bienes lo obsesiona al grado que piensa que todos los demás pueblos deben dedicarse a defenderlo a él; no es capaz de comprender que los demás pueblos quieren también disfrutar esos bienes y tienen que empezar por fundar la democracia. No puede defenderse lo que todavía no existe. Para los latinoamericanos, esta no es la hora de luchar por la democracia norteamericana sino la hora de crear la suya” (Bosch, 2009, v. XI, p. 179-180). Hoy día los estadounidenses corren el riesgo de caer en un sistema fascistoide mientras la actual administración juega a ser el dueño del mundo, un propósito absolutamente anacrónico. Ese es un tema para analizar. Por otra parte, América Latina sigue embarcada en la tarea de construir democracias efectivas con modelos económicos que saquen de la pobreza a millones de hombres y mujeres. Tiene como obstáculos los esfuerzos de la extrema derecha por destruir los logros alcanzados en las últimas décadas, por una parte, y regímenes que se dicen de izquierda, pero en el fondo son dictaduras con modelos económicos que mantiene en la pobreza a la mayor parte de su población.
Con los Estados Unidos no se puede contar para impulsar la democracia latinoamericana y su desarrollo económico. Igual que otros imperios en la historia de la humanidad, el liderazgo imperial norteamericano no es capaz de ver a los pueblos vecinos como iguales y no superan la visión de relacionarse con ellos como clientes o subalternos. La democracia y el progreso social tendremos que hacerlo a pesar de los Estados Unidos.