La caída de la férrea tiranía de Trujillo abrió los debates ideológicos más furiosos de toda nuestra historia hasta ese momento. Las causas de ese hecho se deben a dos factores. Por una parte, el déspota mantuvo sumida a toda la sociedad en el atraso político y el terror a disentir por tres décadas; por otra parte, la sociedad dominicana, sobre todo la urbana, demandó con energía y valientemente accionó en libertad para expresar las más variadas ideas y argumentos. La falta de madurez política de los actores que habían estado en las tinieblas de la tiranía provocó fenómenos absurdos como la reactivación de las élites, que se reunían en torno al Club La Unión antes de la tiranía, y jóvenes nacidos en la caverna trujillista, sin acceso al debate internacional, que asumían ideales políticos sin tomar en cuenta las condiciones materiales de la sociedad dominicana. Dicho en términos concretos, surgió la Unión Cívica con lo más rancio de la sociedad dominicana, creyendo que estaban en los años 20, y el 14 de Junio, que merece el honor de enfrentarse a Trujillo con las manos vacías, pero sin una compresión real de la sociedad dominicana, sobre todo la mayoría que vivía en el campo.
Juan Bosch provenía de una escuela existencial de la democracia en Cuba durante 12 años y vivió de manera cercana la vuelta a la democracia en Venezuela y en Costa Rica. Le llevaba a los líderes de la Unión Cívica y del 14 de Junio décadas de formación política y sobre todo claridad en lo que es construir una cultura democrática. Eso explica hondamente cómo Juan Bosch en menos de 14 meses pasó de ser un desconocido en su patria a ser elegido presidente democráticamente por casi el 60% de los votos depositados el 20 de diciembre del 1962. No todos los exiliados tuvieron esa visión trascendente del momento histórico de la República Dominicana, algunos se “olvidaron” de lo aprendido en democracias maduras y adaptaron su mentalidad y discursos a la oligarquía más atrasada del país. Casos dramáticos hubo, como el de Juan Isidro Jiménes Grullón, que debió responder con mayor inteligencia y generosidad al drama del pueblo dominicano y no volverse golpista aliado a la extrema derecha y las Fuerzas Armadas trujillistas. Tiempo después reconoció su error, pero es imperdonable tal actuación.
Ante los ataques despiadados de que Bosch era comunista, él procura explicar la diferencia entre ese sistema y la democracia. “Los que ignoran qué es y cómo funciona la democracia, ignoran también qué es y cómo funciona el comunismo. En el mejor de los casos, ignoran ambas cosas por ligereza e irresponsabilidad o porque no se dan cuenta de que el orden político en que vive una sociedad es tan importante para cada miembro de esa sociedad como el aire que respira; pero muy a menudo se simula ignorar qué es y cómo funciona la democracia y qué es y cómo funciona el comunismo, porque a la sombra de esa ignorancia supuesta se obtienen ventajas, se aseguran privilegios, se conquistan posiciones; se le cierran los ojos al Pueblo, en suma, para despojarlo con relativa facilidad” (Bosch, 2009, v. XI, p. 163-164). La cuestión no era ignorancia. La mayor parte de los que públicamente lo acusaron de comunista hasta derrocar su gobierno lo hacían movidos por ambiciones personales y por resentimientos frente a su éxito político, ambos rasgos muy propios de la pequeña burguesía en sociedades tan atrasada como la dominicana en ese momento.
Si algunos lo acusaron de comunista, otros lo acusaron de ser un títere de los Estados Unidos para evitar una revolución como la cubana. Pero Bosch tiene bien claro los riesgos para el pueblo dominicano de caer en cualquiera de esos extremos. “Con la Alianza para el Progreso sucedía algo similar a lo que sucedía con el comunismo, aunque en sentido contrario; la primera era algo muy bueno que nos haría ricos, el segundo era algo muy malo que nos quitaría esa riqueza. De la una se esperaban todas las bienandanzas y del otro todos los crímenes. Como en los tiempos del medioevo en que la vida de cada quien dependía de que la protegiera un santo —el Bien— o la pusiera en peligro un diablo —el Mal— así para la alta y la mediana clase media dominicana no había sino un camino que conducía a la felicidad, que era el de la Alianza para el Progreso, y uno que conducía al desastre, que era el del comunismo. El otro camino, el del esfuerzo propio sostenido en un ambiente democrático, no existía; y he aquí que ése era el verdadero, el seguro, el firme. Ningún pueblo se salva con dádivas ni con miedo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 166-167). Es en párrafos como este que acabo de citar que podemos descubrir la altura de miras de Bosch y su comprensión honda de la situación en que se encontraba América Latina y la realidad de su pueblo.
El destino que le esperaba, tal como lo afirma en 1964, era el mismo de tantos gobiernos que intentaron construir la democracia y fueron aniquilados por los intereses imperialistas, sobre todo los grandes capitales que, aliados con sectores corruptos nacionales, buscan extraer la mayor riqueza posible del pueblo más pobre. “…no debemos olvidar que cualquier Gobierno democrático latinoamericano que se resista a usar el poder para el provecho de unos pocos, sean nacionales o extranjeros, no puede sostenerse en este mundo subdesarrollado de piratas con Cadillacs. Es comunista y hay que destruirlo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 175). La experiencia más democrática que ha vivido la sociedad dominicana en toda su historia fue aniquilada por grupos ligados al poder y que no toleraban que Bosch buscaba el bienestar de todo el pueblo, sobre todo lo más pobres. Por eso se le acusó de comunista.