La Guerra Fría fue uno de los periodos más nefastos para la libertad y prosperidad de los pueblos de América Latina, África y gran parte de Asia. La polarización del mundo entre Estados Unidos y la Unión Soviética aniquiló procesos de liberación nacional y lucha anticolonialista en muchos pueblos, destruyó la democracia en sociedades por los intereses comerciales de transnacionales y concepciones ideológicas fanatizadas, y favoreció dictaduras en todo el mundo con la única condición de que fueran leales a unos de los dos polos del poder nuclear del mundo.
Hay dos autores que han dedicado páginas relevantes para explicar ese fenómeno, uno es Atilio Boron y el otro es Eliades Acosta Matos. Acosta en su libro 1963: De la guerra mediática al golpe de Estado dedica unos capítulos iniciales a mostrar cómo se articuló la Guerra Fría y sobre todo el uso de la ideología anticomunista para reprimir a individuos, organizaciones y Estados. Es en ese contexto que él explica la guerra mediática que padeció Bosch y el PRD durante la campaña electoral de 1962 y su gobierno en 1963 hasta materializar el golpe de Estado.
Entre los rasgos que Eliades Acosta señala como comunes a los dos contendientes en la Guerra Fría enfatiza la “extrema simplificación y reducción de las contradicciones”, “anulación de los matices”, “intransigencia, intolerancia, dogmatismo y fanatismo”, “demonización del enemigo hasta extremos caricaturescos e infantiles, entre otros. Fueron 44 años de psicosis colectiva, de estulticia en el análisis político y la indiferencia frente al sufrimiento de millones de seres humanos sumergidos en la miseria y la violencia debido a los intereses de las grandes potencias. Basta recordar toda la sangre que derramó Guatemala y República Dominicana por la intervención norteamericana bajo la ideología anticomunista destruyendo sus respectivas democracias, y el caso de Vietnam donde millones murieron por la intervención de los Estados Unidos -que al final fueron derrotados- y que hoy ambos pueblos son socios comerciales preferenciales, conservando Vietnam su soberanía y modelo de gobierno.
El caso cubano es ejemplar. Desde 1940 venía construyendo una democracia, con sus grandes defectos, pero democracia al fin y al cabo. Cuando se ejecutó el golpe de Estado de Batista en 1952, que al poco tiempo públicamente Estados Unidos respaldó, Fidel Castro iba como candidato congresual -y casi seguro ganador- del Partido Ortodoxo, un desprendimiento de los auténticos. Ese mismo Fidel Castro acometió el asalto al Cuartel Moncada dentro del contexto de los jóvenes ortodoxos y cuando por fin entra a La Habana en 1959 fue a la tumba de su líder Chivás a dedicarle el triunfo de la revolución. La insensatez del Departamento de Estado de Estados Unidos y la Central de Inteligencia Americana en respaldar la aniquilación de la democracia cubana radicalizó el proceso cubano y 10 años después tenían misiles nucleares soviéticos en territorio cubano, cosa que nunca hubiese pasado si en lugar de respaldar a Batista hubiesen apoyado el mantenimiento de la democracia.
En 1964 Bosch, que padeció toda la furia del anticomunismo de los Estados Unidos y sus aliados dominicanos, analizaba el caso cubano, precisamente porque la acusación contra él es que era comunista. “Cuando Fidel Castro dijo que Cuba era un país socialista y que él había sido siempre comunista, dijo verdad en cuanto a lo primero, pero no dijo verdad en cuanto a lo segundo. Fidel no había sido siempre marxista-leninista. Tal vez Fidel Castro quiso justificarse ante sí mismo y por tanto ante la historia mostrándose como un hombre que había abrazado una idea y había sido leal a ella aunque hubiera tenido que disimularlo. La personalidad del jefe de la revolución cubana es compleja y resulta difícil determinar con exactitud qué causas lo impulsan a decir esto o aquello. Pero si nos atenemos a estudiar los efectos de lo que hizo o dijo, hallaremos que los efectos de la segunda parte de esa declaración han sido demoledores. Pues a partir del momento en que él dijo que había sido siempre marxista leninista —o comunista, que para el caso da igual— toda persona que hubiera luchado por una democracia reformadora pasó a ser un comunista en potencia, y al serlo en potencia, ya fue de hecho un comunista para los sectores sociales que mantienen la jefatura política en América” (Bosch, 2009, v. XI, p. 160). Bosch, que conoció a Fidel Castro en los años 40 en Cuba, analiza el golpe de Estado contra él como una acción de los Estados Unidos para evitar lo que ellos entendían como un camino semejante al cubano. El análisis norteamericano -según Bosch- era que aquellos que se definían como demócratas terminan siendo comunistas pero, eso no lo dice Bosch, fueron los mismos norteamericanos los que contribuyeron a destruir la democracia cubana.
Después de la invasión de los Estados Unidos en 1965, abortando el retorno a la democracia y la Constitución del 1963, Bosch comenzó a entender que el culpable no era Fidel Castro, sino que la política exterior de los Estados Unidos era imperialista esencialmente y que incluso alcanzaba lo que él llamó el pentagonismo, donde la alianza entre el sector industrial y militar asumió el control del Estado norteamericano, aniquilando a pueblos enteros, derrocando gobiernos y hasta asesinando a un presidente de su país y un candidato seguro ganador, para preservar sus intereses económicos y bélicos. Bosch dedicó al menos 4 años en Europa para analizar la historia del Caribe, su propia sociedad y la política internacional. Abandonó la democracia representativa porque a sus ojos no era posible para el pueblo dominicano ser una democracia porque los Estados Unidos se opondrían.
El análisis sobre el caso de Fidel Castro en ese texto del 1964 lo completa con el siguiente párrafo. “Con esa declaración, Fidel Castro, que había sido el líder de una revolución democrática fervientemente popular, marcó por mucho tiempo todo intento de revolución democrática con un acero al rojo que tiene esta sola palabra: “Comunista”. Es arriesgado decir si lo hizo conscientemente o de manera inconsciente, pero no debe haber duda de que al hacerlo rindió un servicio de consecuencias incalculables a la causa del comunismo mundial, pues después de su declaración es virtual y totalmente imposible hacer en esta parte del mundo una revolución democrática, y sin revolución democrática en América no hay salida posible: la revolución americana, que es inevitable aunque demore quince años, veinte años, veinticinco años, no debe ser comunista, pero por miedo a la revolución democrática, caeremos más tarde o más temprano en la revolución comunista” (Bosch, 2009, v. XI, p. 160-161). Con el fin de la Guerra Fría en 1991 la democracia ha tenido una mejor oportunidad para su desarrollo sin llegar a fórmulas autoritarias, pero eso no ocurre de la noche a la mañana, y el mismo Estados Unidos es un ejemplo de cómo una democracia puede ser empujada a expresiones fascistas en su seno con el intento golpista de Trump en el 2021.