Lo dicho por el presidente de la Cámara de Diputados de que iba dejar sobre la mesa el proyecto del Código Penal -luego de que durante meses grupos de presión de la extrema derecha intentara incluir la discriminación contra determinados grupos sociales, la violencia contra los niños, violaciones permitidas en el matrimonio y la permisividad de la corrupción pública- refleja el rechazo de varios actores políticos a ser cómplices de un Código reaccionario. En algún momento tendremos que hacer un análisis de la votación de cada uno de los diputados y senadores para develar la calaña de muchos de ellos.

En 1963 el rechazo a la Constitución más democrática que había tenido la República Dominicana en toda su historia agrupó a los sectores más atrasados del país, semejantes a los que hoy intentan imponernos un Código Penal negador de derechos, misógino y promotor de la impunidad. Bosch analiza la forma en que se vivió ese proceso durante la elaboración de la Constitución durante su gobierno. “En los círculos de la alta clase media —con sus naturales excepciones, desde luego—, entró algo así como un vendaval de locura a la sola idea de que estaba discutiéndose una Constitución en que se hablaba de que los obreros tenían derecho a participar en los beneficios de las empresas” (Bosch, 2009, v. XI, p. 155). Todavía en el presente algunos empresarios insisten en reducir los beneficios y derechos de sus trabajadores. Su ideal sería que trabajaran gratis para ellos, ni siquiera como esclavos, porque tendrían que mantenerlo. Incluso personas que vivieron durante el trujillato en sociedades avanzadas al regresar al país rechazaban participar en un proyecto de sociedad que reconociera derechos. “El director de El Caribe, un periodista que había vivido en Puerto Rico varios años, no podía ser —y no lo era— ni un tonto ni un ignorante; sin embargo ese señor, que había escrito por lo menos un libro, me dijo a mediados de febrero de 1963, cuando todavía yo no había tomado posesión de la Presidencia, que él veía ya las coletillas en los artículos y las noticias que publicara su periódico. “La coletilla” era el comentario que el sindicato de trabajadores del periódico ponía al final de los artículos y las noticias desfavorables a Fidel Castro que publicaban los diarios cubanos en los primeros meses de la revolución; ese sistema de “coletillas” había sido usado en otros países comunistas. El director de El Caribe me decía abiertamente, ante varias personas de la alta clase media —y hasta algunos industriales— que el Gobierno que yo iba a presidir sería comunista” (Bosch, 2009, v. XI, p. 155-156). Contra Bosch se montó el golpe de Estado desde el mismo momento en que puso pie en el país en octubre del 1961.

Para muchos de esos individuos una cosa era el mundo civilizado y otra muy diferente su sociedad, donde ellos se percibían como dueños y rectores de su destino, donde los más pobres, la mayoría, no eran considerados sujetos de derechos. “…me pregunto si en verdad el director de El Caribe y tanta otra gente de su grupo social sabía lo que era una democracia; pues a menudo me veo en el caso de dudar acerca de lo que significa el régimen democrático para millones y millones de personas que nacen y viven en él. En los días en que fue derrocado el Gobierno constitucional dominicano, un periodista de Life —edición en inglés—, dijo que los Ministros tenían que consultarme hasta para hacer gastos de trescientos pesos; lo cual indica que ese periodista norteamericano, que escribía para una revista que tira varios millones de ejemplares en cada edición, no sabía que en un régimen democrático hay una Ley de Gastos Públicos, y que en esa Ley, que se vota al iniciarse cada año fiscal, se dice en números, de manera inconfundible, y se especifica partida por partida, cuánto puede gastar cada dependencia gubernamental y en qué ha de gastarlo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 156-157). No solo los dominicanos que conocían como funcionaba una democracia y un Estado de derecho rechazaban que tal régimen se estableciera en el país, sino que observadores internacionales repugnaban la idea de que nuestra sociedad se organizara según las normas democráticas. Resulta asombroso que hubo que esperar hasta el 2022 para que las autoridades consideraran un gran logro el cumplimiento de los controles de Gastos Públicos.

La pregunta es si quienes rechazaban lo que era una democracia en nuestro país, incluso equiparándolo al comunismo, lo hacían por ignorancia, falta de confianza en la capacidad de las mayorías más pobres del país o causas peores. “Pero si a veces dudo acerca de la capacidad de la gente para comprender lo que es la democracia, con más frecuencia me digo que cierta gente actúa en forma verdaderamente irresponsable; pues quien tienen funciones de orientador de la comunidad —sea periodista o sea sacerdote— no puede y no debe ignorar algo tan importante para la sociedad humana como es todo lo que se refiere a su organización política. Un periodista de un país democrático, o que desea ser democrático, y un cura católico de cualquier país, están en la obligación de saber a fondo y en detalle no sólo qué es y cómo funciona la democracia, sino qué es y cómo funciona el comunismo. El periodista, el autor de libros, el profesor, el sacerdote que no saben qué es la democracia y cómo funciona, están sembrando el comunismo; pero también están sembrando el comunismo el periodista, el autor de libros, el sacerdote, el profesor y todos los que dirigen la opinión pública cuando no saben qué es y cómo funciona el comunismo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 157-158). Lo cierto es que hay muchos responsables de que la sociedad dominicana perdiera su oportunidad de avanzar en la democracia y vivir en un régimen más justo. Responsabilidad que se extiende a las miles de víctimas que provocó el golpe de Estado durante los siguientes 3 lustros.

La situación del Código Penal es herencia de que la democracia fue abortada en el país con el golpe de Estado y que los grupos sociales enemigos del pueblo permanecieron con gran influencia sobre el Estado hasta el presente. Eso explica que estamos en los últimos lugares de logros educativos, que a pesar de nuestro crecimiento económico no logramos una mejor distribución del ingreso, incluso que a nivel ideológico caminamos en sentido inverso a como avanza América Latina a nivel ideológico.