Cuando la historia se repite estamos frente a actores estólidos o perversos, cual de los dos peores. No descartemos la falta de estudio crítico sobre la historia, en nuestro país más de la mitad de los que tienen títulos universitarios no son capaces de gestar una pregunta frente a un texto o un hecho. Ocurrió hace 60 años y se repite de nuevo hoy. La destrucción de la democracia entre 1962 y 1963 por un amorfo conjunto de sectores que iban desde los guardias más brutos hasta curas y médicos exquisitamente formados, pasando por una oligarquía terrateniente indolente frente al destino de los campesinos y una especie de aristocracia de opereta vulgar llamados los “de primera”, todos con la cerviz doblada frente a los intereses norteamericanos y la infame propaganda anticomunista del Departamento de Estado, no parece que haya servido para abrir la conciencia de legisladores, opinadores baratos y hasta algún que otro beato en la entrada de la tercera década del siglo XXI. Repetimos los mismos errores. Promover la discriminación, la violación de las esposas y la violencia contra los niños, no parece ser un rasgo de conservadurismo, más bien es una patología subhumana de amplios sectores de nuestra sociedad. Si eso no es trujillismo, no sé lo que es. Sin derechos no hay democracia.
El gobierno de Bosch fue democrático medularmente y la constitución que forjó la Asamblea Nacional constituyente en 1963 sería un salto hacia adelante en cuanto a derechos de todos los ciudadanos dominicanos. No obstante el mismo Bosch, que había participado en la elaboración de la cubana de 1940, que si fue muy avanzada, pondera la dominicana del 1963 con cierto realismo. “La Constitución dominicana de 1963 era tímida, conservadora en relación con la Constitución cubana de 1940, por ejemplo. Pero el fantasma de Trujillo había sido sacado de su tumba unos meses antes, y el fantasma de Trujillo había tomado el mando de la alta clase media dominicana. Era otra vez “el jefe”; como en los días anteriores al 30 de mayo de 1961, y daba órdenes que sus antiguos subordinados y socios y cómplices cumplían sin chistar” (Bosch, 2009, v. XI, p. 149). No iba a ser una Constitución la que cambiaría la mentalidad tan atrasada de los sectores dominantes en 1963, igual que el Código Penal en debate actualmente, por más avanzado que se logre, no cambiará la mentalidad cavernaria de la mayor parte de los congresistas y líderes políticos. El intento por incluir las golpizas contra niños, a pesar de estar más de un siglo superado en el mundo civilizado, refleja la forma de pensar de muchos de los psicópatas que intentan incluirlo, sin olvidar toda la carga de misoginia, racismo y homofobia que pulula en la mente de esos senadores y diputados.
Sigue afirmando Bosch: “Esa Constitución no podía regir la vida del país porque aun con su timidez y su tono conservador, era la Constitución antitrujillista, la que hacía imposible el predominio de unos pocos sobre todos los demás, la que impedía la prisión arbitraria, la deportación, la tortura, los despojos de bienes; la que evitaría que se estableciera de nuevo el gigantesco latifundio familiar de los días de la tiranía y la esclavitud del obrero que arriesgaba su vida, bajo la acusación de ser comunista, si tenía la osadía de reclamar un alza en el salario. Esa Constitución garantizaba la libertad de denuncia, de palabra, de reunión, de movimientos, cosa muy peligrosa para un sector social que cometía a diario hechos que debían mantenerse ocultos; era la Constitución de la democracia, y la democracia no reconoce privilegios de cuna ni económicos, lo cual es criminal en un país donde había privilegiados de nacimiento y privilegiados económicos por favores del tirano” (Bosch, 2009, v. XI, p. 149-150). Es curioso que muchos de esos derechos los reclamaron los obispos frente a Trujillo en enero del 1960 y en tan poco tiempo varios sacerdotes rechazaban dichos derechos democráticos como el caso citado por Bosch: “Al día siguiente de las elecciones, el capellán de la fuerza aérea pidió a los oficiales de la base de San Isidro que me vigilaran estrechamente. Según él, yo era comunista y tan pronto moviera el primer hombre de las fuerzas armadas, debía ser derrocado porque si no acabaría destruyéndolas por completo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 150). La semilla del mal fue sembrada por dicho capellán justo al día siguiente de las elecciones donde cerca del 60% del pueblo dominicano había votado por Bosch. Trujillo seguía vivo en el alma de ese sacerdote.
Días antes de las elecciones un sacerdote jesuita aceptó ir a un debate con Juan Bosch, obcecado con la idea de que el candidato del PRD defendía el comunismo. “…un jesuita —y los jesuitas han recibido preparación política—, el padre Láutico García, llamó comunista a un hombre como yo, que había dedicado casi la mitad de su vida a la lucha por la democracia no sólo en Santo Domingo sino en varios países de América” (Bosch, 2009, v. XI, p. 153). La premisa de todos esos ataques era que para los amigos de esos miembros del clero, es decir, los sectores dominantes de la sociedad dominicana, el gobierno del PRD y esa Constitución debían ser aniquilados porque atentaban contra sus negocios. Como he afirmado antes en esta serie, mientras esas posturas guiaban a una parte del liderazgo eclesial en el país, en Roma, el Concilio Vaticano II, iba en dirección contraria. El gobierno de Bosch fue derrocado y la primera acción de esos asesinos de nuestra democracia y el pueblo fue: “…junto con los Ayuntamientos y el Congreso y el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo, los golpistas borraron de un plumazo la Constitución de 1963” (Bosch, 2009, v. XI, p. 150).
Las circunstancias en torno a dicha Constitución y el debate actual en torno al Código Penal, aún con sus diferencias, tienen mucho parecido. Para un sector de la sociedad dominicana la inmensa mayoría de los pobres de nuestro país, de las mujeres, de los jóvenes y niños, no tienen ningún derecho. Con el descalabro ideológico de los partidos que fueron fundados por Juan Bosch o sus seguidores (PRD, PLD, FP y PRM) no existe un sector político capaz de empujar una agenda progresista en cuando a derechos políticos, sociales y económicos. Viendo el curso de la mayor parte de América Latina en las últimas 3 décadas, es penoso reconocer que seguimos muy atrás como sociedad. Si efectivamente estamos a la puerta de un gran salto económico -me luce razonable- será ese impulso en las condiciones materiales de producción la que barrerá con toda esa mentalidad reaccionaria que heredamos de la dictadura trujillista y el balaguerato.