La democracia no se agota en las elecciones, pero sin elecciones competitivas y justas no es posible una democracia. Educación, salud, seguridad, justicia o libertad de opinión son aspectos inherentes a una verdadera democracia. Si pretender definir un fenómeno tan complejo podemos afirmar que un sistema democrático parte del reconocimiento de todos los habitantes de un territorio como iguales y corresponsables de las grandes decisiones en el orden político, económico y social. Sin extinguir la irreductible individualidad de cada uno, en democracia debemos todos comprometernos en la decisión y acción sobre la marcha del conjunto de la sociedad.

Toda forma de discriminación o exclusión siempre es una expresión de la negación de la democracia, ya que el racismo, la xenofobia, la misoginia u homofobia, entre otras patologías, niegan la condición de igualdad que es el punto de partida de un régimen democrático. La tolerancia y el diálogo son virtudes necesarias en la democracia, más allá de la política o la vida comunitaria. La ignorancia o la difusión de mentiras va minando cualquier régimen democrático hasta el punto de que conduce a sociedades completas a tomar decisiones contrarias a su propio bienestar. Dos buenos ejemplos recientes fue la votación a favor de separarse de la Unión Europea por los electores ingleses o el rechazo en las urnas a los acuerdos de paz por la sociedad colombiana. Ya hay tesis doctorales escritas de los mecanismos que se usaron para estafar a ambos pueblos y que respaldaran propuestas opuestas a su beneficio como comunidad.

En la actualidad hay dos casos que merecen atención sobre el desarrollo de la democracia en el continente americano. Por un lado, están las vistas públicas del Congreso de los Estados Unidos en torno a testigos que aportan información sobre el intento de Golpe de Estado de Trump y algunos de sus colaboradores el 6 de enero del 2020. El otro caso es el triunfo de Petro en las elecciones de Colombia luego de décadas de mayorías de electores por propuestas conservadoras. A pesar de que fue una campaña cargada de tensión y todavía se nota en las cadenas internacionales de noticias de Estados Unidos un cierto mal sabor sobre el tema, lo cierto es que el proceso en las urnas y el conteo fue ágil y rápidamente el gobierno y el otro contendiente reconocieron el triunfo del nuevo presidente colombiano.

En esos dos casos se mide la salud de la democracia de una sociedad, tanto por la acción institucional de funcionarios como el vicepresidente de ese momento y los congresistas que evitaron el golpismo trumpista, como la eficiencia y transparencia del sistema electoral colombiano en gestionar la votación. Ni los países más orgullos de su democracia están exentos de intentos de aniquilarla, ni aquellos que han sido dominados por un espectro ideológico determinado son incapaces de tener unas elecciones que de un resultado contrario a los intereses de los actores más relevantes en el orden económico y político. El mismo caso dominicano merece atención porque pudimos hacer un cambio de régimen en medio de la pandemia y con una jornada electoral que tuvo que cancelarse por evidencias de acciones fraudulentas.