Discursos políticos celebran el fortalecimiento de la democracia tras las elecciones presidenciales y congresuales del 19 de mayo en las que el presidente en repostulación Luis Abinader jugó a ganar, y ganó, y el Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana (CP/PLD) liderado por el expresidente Danilo Medina, en general, movido por despecho y lejos del interés colectivo, jugó a eliminar a su excompañero y presidente ahora con su Fuerza del Pueblo, Leonel Fernández (29%), pero en ese intento le elevó hacia segundo lugar y de paso tocó fondo (10%) facilitando la extensión del oficialismo.
Espero, sinceramente, que descreamos en tal estribillo multiplicado sin cesar, por la salud de tal sistema y la mejora de nuestra vulnerable paz. Mejor que lo asumamos como efímero cumplido poselectoral y aterricemos en la realidad real para identificar problemáticas y ejecutar estrategias de rescate.
Tengo razones para desmarcarme de la apabullante opinión publicada en los medios sobre enriquecimiento democrático. Y van más allá de la aterrorizante abstención general cercana al 50%, pero muy superior a ese porcentaje entre dominicanos en el extranjero (sólo votó el 18%) y en provincias con menos apremios socioeconómicos como Santiago y en el mismo Distrito Nacional.
Excepciones aparte, en este país de hoy la gente no vota por democracia. Mucho menos los jóvenes, que han representado el 27% (1,304.456) del padrón electoral de 8.1 millones de personas hábiles para ejercer tal derecho constitucional en los recién pasados comicios.
Y no sufragan por ella porque desconocen la significación del concepto y su alcance. Carecen de marco de referencia que les ayude a comprenderlo y construirse conciencia sobre él.
Esa ignorancia está lejos de ser hija de la casualidad. La han instalado en las mentes de la sociedad. La JCE se pasa cuatro años callada y solo en días previos a los procesos se le ve apurada tratando inútilmente de subsanar la deuda acumulada en construcción de una cultura democrática.
Compiten “caco a caco” con esa institución en la carrera por el más displicente, los partidos, los políticos y las organizaciones de la sociedad civil.
La misión se agota en ofertas de empleos de poca monta y en asistir de vez en cuando a una familia o persona particular con una caja de muerto, un par de panes, una letrina o dos hojas de zinc para techar la casucha, donaciones compradas con dinero exprimido al erario.
Es que construir ciudadanía y promover derechos ciudadanos no es redituable para los malos.
La inversión en ese renglón es vista como un gasto y una apuesta por una conciencia crítica que descifre las intenciones cosificadoras y manipuladoras ocultadas en peroratas mediáticas, caravanas y salones. Lógico que no quieran repetir la experiencia de Chacumbeles, quien no resistió el dolor y se mató con su pistola.
Quien dedique aun sea unos minutos a dialogar sin desprecio con adolescentes, adultos y envejecientes se enterará ipso facto de la tendencia aborrecible de estos tiempos. El votante es cada vez más acrítico. Va a la urna inducido por dinero, promesas, campañas mediáticas sucias (acusaciones de ladrones) y rumores de pasillo.
El accionar de muchos políticos le ha enseñado que el mundo de la política es al final un mercado de “competencia imperfecta” donde todo se compra y se vende, pero unos cuantos políticos que lo regentean deciden los precios de cada quien en función de los objetivos inmediatos y de mediano plazo.
Unos reciben millones por montones, contratos, villas y parcelas; los de abajo, migajas que se afanan en capturar de la piñata en tiempos de elecciones porque después de ahí viene el olvido por un cuatrienio.
El discurso falso sobre la democracia es la careta de esa pestilente realidad. Reza el refrán que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. El camino del engaño, temprano o tarde, llevará hasta a un destino lúgubre similar a Ecuador, Perú, El Salvador o Haití. Entonces vendrán la derivación de culpas y los lamentos.