La mayoría de las personas con diagnóstico de demencia, aparte del impacto emocional que ello origina en su entorno más próximo, enfrentan un obstáculo muy importante: este hecho es muy difícil de aceptar y, sobre todo, de gestionar.

Todas las demencias en algún momento de su evolución presentan síntomas psiquiátricos, psicológicos o conductuales asociados. La aparición de esta sintomatología no es lineal y siempre requiere un diagnóstico diferencial, porque en la demencia nada es lo que parece… La persona enferma puede tener un síndrome depresivo, un síndrome psicótico, un síndrome impulsivo, maniaco o apático, entre una gama muy amplia.

En aquellos casos en que uno de estos síndromes se manifiesta en relación con la demencia como patología de base, no debe tratarse el síntoma, sino que tiene que realizarse un minucioso estudio previo para la toma de decisiones, puesto que la polifarmacia (recetar más de siete fármacos) y los aislamientos forzados perjudican al paciente.

De todos los síntomas, el más característico es la pérdida de memoria y el subtipo de memoria inicialmente afectada es la denominada “memoria de trabajo”, que es la que empleamos en nuestra vida cotidiana. Obviamente, conviene matizar que la mayoría de las personas que sufren un despiste u olvido de actividades básicas de la vida diaria no sufren una demencia.

Otros síntomas que se analizan de forma individualizada tienen que tener en cuenta los estados carenciales, principalmente la anemia o la baja concentración de azúcar en la sangre, puesto que son situaciones que pueden afectar a las capacidades cognitivas: el cerebro funciona con azúcar y oxígeno y el glóbulo rojo es el transportador de ambos, de ahí la importancia de detectar las anemias.

En todos los síndromes neuropsiquiátricos asociados a las demencias es   fundamental la intervención integral, los diagnósticos diferenciales y la individualización de cada caso. Uno de los síntomas iniciales es la pérdida de la autonomía interior, es decir, la persona afectada suele ser más dependiente del familiar con el que convive e inicia un patrón de conducta con preguntas repetitivas en algunos casos; en otros, en cambio, cae en el mutismo, deja de hablar, o le afectan cambios bruscos de humor, la irritabilidad y la inflexibilidad.

En la mayoría de los casos, quienes padecen este terrible diagnóstico no tienen conciencia de lo que les sucede. Por esa razón, los programas de sensibilización relacionados con el manejo de las demencias con alteraciones de conducta intentan utilizar medidas lo menos agresivas posible y hacer un uso racional de los fármacos. Todo está estrechamente relacionado para procurar, al menos, una mejor evolución de una enfermedad que por desgracia avanzará de manera irremisible.