Por la tele dan noticias que ya no sorprenden a nadie. Nos hablan de corales, medusas y pulpos, algo bastante acuático y de mucho mar, a tono con lo que encuentras en la costa de la isla. Por su lado, una amiga que tiene mucho tiempo que regresó a Santo Domingo desde Nueva York utiliza los servicios de delivery desde hace ya varios años. El restaurant de su preferencia le trae la cena a la casa, una fortuna, mientras su gato la espía desde el sofá.

Ella tiene claro que no puede mantener este gasto diario, por lo que ha optado por una solución más a la mano: desempolvar el libro de recetas de la abuela. Intentará darle una oportunidad a la capacidad innata que tiene para la cocina. Le recomiendo un chef italiano que pone sus recetas en Instagram. Entre miles que andan por la web, estas recetas me han servido para salir a flote cuando quiero preparar una pasta u otro plato.

El chef este se las trae: sus videos están colocados en su cuenta y ya tiene un número importante de seguidores. Su manera de enfocar las cosas es harto sencilla, pero con todo lo que implica cocinar con una notable mezcla de sabores, todo preparado de una manera rápida, lo que es un plus. Mi amiga me dice que gracias por invitarla a seguirlo: me dice que ella ama la pasta. Agrega que también el fast food la tiene doblegada, algo que entiendo.

Desde que llegaron a Santo Domingo los primeros fast food, me acuerdo bien que se hacía filas para entrar en ellos, y una especie de escándalo citadino hacía noticia (mencionar que una franquicia de donas hizo furor y la gente esperaba para entrar varias horas). Ahora lo que está de moda es pedirlo todo desde tu casa, lo que mi amiga dice que no hará: tiene que enfatizar en sus artes culinarias. Las recetas de la abuela son harto sencillas, y tienen un montón de postres, por lo que pienso pedirle que me fotocopie ese pequeño librito que tiene muchos años en sus manos (o más específicamente, en una caja de mudanzas anteriores).

En aquellas épocas lejanas de los inicios de los Fast Food, sería 1990, recuerdo que con un primito mío caminábamos toda la avenida 27 de febrero para llegar a una venta de hamburguesas, mas allá de Plaza Criolla. En el trayecto, como éramos fanáticos del béisbol, tenía yo la habilidad de hablarle en inglés sobre Fernando Valenzuela, el pitcher que más admiraba mi primito. Llegamos al lugar a una hora adecuada y allí por casualidad nos topamos con una amiga lejana de una familia cercana. Al regresar, teníamos el estómago lleno con las afables hamburguesas.

Para ese año, los deliverys no habían entrado en escena. Pasarían muchos años hasta que el consumidor dominicano se acostumbrara a que le llevaran a su puerta las hamburguesas. Le pregunto a mi amiga a cuánto asciende la factura semanal de comida comprada fuera y me dice una cifra astronómica. Me dice que ya lo habló con su esposo, y pedirán solo 3 veces o 2 veces a la semana. También me dice que prefiere a veces ir al restaurant, y en otras ocasiones pedir desde la casa. Le aclaro que hace bien y le digo que se fije que ahora para el mundial, habrá un aumento de consumo por todo lo alto. La gente pedirá más pizza y otros platos, para así ver los juegos con todo el entusiasmo del mundo. Florecerán los combos especiales para ser degustados en la justa mundialista.

Como saben los mercadólogos, –esos profesionales que estudian el comportamiento del consumidor, que tan difamados están–, el delivery es un asunto maravilloso si le prestamos un chin de atención. El servicio al cliente es una materia que tienen en su carpeta las empresas extranjeras radicadas en el país. Recuerdo que el control de calidad es lo mismo: hace más de 30 años, trabajé en una zona franca donde una señora venía de Puerto Rico para chequear –inspeccionar, vamos–, los pantalones Levi’s, 100% Cotton Dockers y no encontrar fallo alguno. Como ocurre cuando se hace una investigación de mercado, se hace un proceso al azar para seleccionar entre las cajas de estos productos, que tan de moda se pusieron.

Sean los que sean, de una cadena de fast food o de los colmados, los deliverys dominicanos son jóvenes dominicanos que trabajan con mucho ahínco. Una persona cercana me decía que aquí estamos en la ruta de los huracanes: con lluvia, el trabajo de servicio a domicilio se hace más cuesta arriba. Encapotados, los vemos surcar como embarcaciones pequeñas, las calles con sus naves, las motocicletas, con todo el estilo de rapidez para llegar a su destino: nuestras viviendas.

Mi amiga me dice que ha aumentado de peso con todo esto de tener todos los restaurantes en la mano, que no solo es el dinero. “Yo, que soy una escultura, tendré que ponerme a hacer ejercicio”, me dice. Lo había dejado en los últimos meses, y ahora tiene que tomar manos a la obra. Los deliverys tienen un asunto que es bueno indicar: todo el dominio de todos los puntos de la ciudad. El proceso se controla de manera científica podría decirse: “aquí está su sushi, señor”.

Por su lado, mi primito era fan de las hamburguesas, pero ahora tenemos un montón de productos y platos: comida china, árabe, italiana, norteamericana, entre otras. Uno se pregunta si algunos políticos de vieja data pudieron disfrutar en vida –ya no están–, de los servicios a domicilio. La respuesta es que tenían a una chef en la casa que les preparaba todos los platos habidos y por haber.

Por otro lado, es necesario indicar que todavía pervive la costumbre del trabajo doméstico en las casas dominicanas. Son mujeres que han aprendido a cocinar con el correr del tiempo y pueden preparar una gran diversidad de platos para que los habitantes de la casa puedan degustarlos sin necesidad de ir a un restaurant todos los días. Puede entonces hablarse de economía con las amas de casa que cocinan para la familia, y tenemos que para el fin de semana (esto está sujeto a estudio), las saliditas entonces sí se convierten en una costumbre.

Mi amiga dice que quiere sushi y es necesario entonces preguntarle el restaurante: ella tiene sus preferencias y tiene claro que solo basta usar una aplicación web para pedirlo. Las aplicaciones en el celular son otra revolución que hace el acto de pedir los alimentos algo más confortable aún. ¡Oh modernidad, oh marketing que nos haces la vida más cómoda!