«Cuando vinieron a buscarme no había nadie más que pudiera protestar». Martin Niemöller
En una eufórica y beligerante participación frente a sus compañeros de bancada y, en franco descontento con el nuevo esquema, -incomprendido- como Ismael Rivera, para la fecha, e impulsado por el presidente en ciernes, el malhumorado y estridente político de domicilio universal en el Gran Santo Domingo, César Santiago (Tonty) Rutinel Domínguez, citó al pastor antinazi Martin Niemöller, como una expresión de los riesgos que corre un sistema en el que nadie atina a ver los peligros colectivos.
No sé si tenía o no razón el congresista en un planteamiento a todas luces confuso, pero vino a recordar que la política como la vida en sociedad, enseña a construir cada instante como si el otro no existiera. Evita los rencores y promueve el olvido como alivio perfecto para los que sufrimos de pasado ideológico, memoria histórica y lealtad indiscutida. Nos conduce por el camino del éxito electoral, la suma de voluntades y la concertación de las diferencias para el logro de objetivos nacionales.
Borra o intenta borrar amargos momentos para convertir en máquina electoral lo que alguna vez fue una idea parida del sufrimiento, la decepción, la indignación y la desesperación. En ese proceso de conversión del tiempo, donde convergen el control político, los espacios de poder y los impulsos humanos para la materialización individual o societaria de sus anhelos, se pierden de vistas los pasos y caminos recorridos y se olvidan, en ocasiones, las manos que se extendieron más allá de lo posible con el propósito de sostener los hilos que unieron al grupo.
Los quejosos, argumentistas y agoreros de los infortunios nacidos de malos pactos, se equivocan tal vez, en la manera de expresar una irritación y abusan de su mirada al futuro. Creen erróneamente que los demás, ahogados en el placer atinan a repensar la política fuera de bolígrafos y escritorios. Pero no, son un grupo de creídos, salvadores del universo, incapaces de todo y orgullosos de nada. Apegados consuetudinarios al señoreo que da el carguito en un país de gente noble que no distingue la nobleza de la desfachatez.
Mientras, seguimos delirando unos pocos que dedicamos nuestro imaginario a forjar, a través de conceptualizaciones huecas, un mundo solo habitado por soñadores. Esperando pacientemente que el paso de los acontecimientos obligue a quienes tienen el control a reflexionar sobre la durabilidad de un sistema que apuesta al desarrollo humano de un pueblo perdido por siglos en rivalidades maltrechas, desorden institucional, abandono político y hurtos desmedidos al sudor de los oprimidos.