Este tema lo he tratado más de una vez y en estos momentos se ha convertido en uno de los que más preocupa a la población y es el incremento de la delincuencia, la criminalidad y la violencia; la ciudadanía contempla impotente como zonas y lugares que se consideraban “seguros”, sucumben frente a la agresividad y osadía de los delincuentes, quienes no vacilan en emprenderla a balazos contra cualquiera que se atreva a enfrentarlos.
La situación antes descrita se complica, ya que el narcotráfico luce haber echado raíces en el país, con su correspondiente secuela de ajustes de cuenta, compra de conciencias, sobornos y corrupción. Aunque he dicho esto antes, considero necesario repetirlo; explicar por qué la delincuencia, la criminalidad y la violencia han adquirido la categoría de epidemia no es tarea fácil, existen motivos socialmente incómodos, tales como la marginación, el hacinamiento, la desigualdad, la inequidad, la pobreza y la falta educación que influyen de manera determinante en este fenómeno.
Las autoridades afirman que los delitos han experimentado una reducción importante, pero la percepción de la gente es otra.
En Colombia, un país con una triste historia de violencia, existe un interesante caso que podría servir de modelo para manejar este complicado tema.
Es el de Medellín, considerada en una época como una de las ciudades más violentas y peligrosas del planeta, con una tasa de asesinatos que daba escalofríos. Por la actuación de un alcalde y el involucramiento de la sociedad civil, ese lugar experimentó un cambio tan positivo, que ha sido objeto de más de un estudio. Este cambio se logró, entre otras cosas, utilizando la educación, el arte y la cultura como vehículo, he integrado a los aislados barrios marginados a la ciudad. Se han construido varios centros educativos, centros de arte y bibliotecas en los barrios más peligrosos de Medellín, en esos lugares existe servicio de internet, préstamo de libros, enseñanza de música, pintura y dirección de orquesta, actuando además como punto de encuentro y espacio público de las comunidades aledañas.
La Comuna 13, ubicada en las montañas que circundan la mencionada ciudad, era un lugar plagado de sicarios, traficantes de drogas y todo tipo de delincuentes, hoy es una visita obligada para conocer el dramático y positivo cambio que allí se ha producido, después de comunicar el barrio con el centro de la ciudad y dotarlo de las instalaciones y facilidades comentadas precedentemente.
En los barrios marginados del Gran Santo Domingo y Santiago, nuestras dos grandes concentraciones urbanas, no existen instalaciones como las descritas y las canchas deportivas son escasas, es decir que lugares en donde sus habitantes puedan sanamente recrearse brillan por su ausencia. Además del hacinamiento y la marginalidad, también se sufren apagones, lo que obliga a los que allí residen a salir a la calle en busca de esparcimiento y paz, y una tranquilidad que en estos momentos no encuentran por el acoso de los delincuentes.
En la actualidad, se realizan serios esfuerzos para perseguir la delincuencia, se está trabajando en la parte represiva, pero dada la complejidad y magnitud del problema, creemos que su solución requiere una combinación de acciones e iniciativas que no pueden quedarse en la etapa de persecución.
Es necesario ofrecer, especialmente a los jóvenes, oportunidades que les permitan salir de sus limitados y sofocantes ambientes, y que contribuyan a ofrecerles un mejor futuro.
Si no resolvemos el problema social, los planes para controlar el delito y la violencia, no servirán para nada.